Hace algunos días Susana Giménez cumplió 77 años. Para celebrarlo,  subió un álbum de fotos a su cuenta de Instagram, orgullosa de haberse despedido del “look cuarentena” y de recibir su vuelta al sol “en traje de baño y con un buen make up”, como decía el posteo. Las fotografías de la conductora de televisión tenían un tratamiento similar al efecto que producen los filtros de la aplicaciones de “embellecimiento”: alisan la piel, unifican tonos tendiendo a los colores claros, emulan bronceados parejos, iluminan dientes y así hasta llegar a un patrón de belleza que se ornamenta en la juventud, la delgadez y la blancura. Son filtros que cuelan el paso del tiempo, la gordura, las manchas y arrugas en la piel, los granos y las marcas. Homogenizan los gestos e igualan las facciones en un click y al alcance de todes.

Días después del posteo, la revista Noticias hizo de la foto de Susana la tapa de su número en papel condenándola por “no ser real”. La revista fundada en 1989 acaudala tapas misóginas y violentas pero esta vez, en su intento por entrar en el debate sobre la longevidad, le suma una dosis de gerontofobia al no tolerar que una vieja utilice los recursos tecnológicos a los que, lisa y llanamente, recurre la mayoría de lxs usuarixs de las redes sociales: los filtros.

¿Quién dijo que la revolución no es cosa de viejas? Fue el título de una nota de este suplemento en donde se planteaban algunas preguntas sobre cómo habitar la etapa de la vida en la que el sistema te descarta. ¿Para quiénes está habilitada la utilización de estos retoques digitales? es la que le da continuidad a un debate que tiene vastísima tela para cortar. Si lo hacen personas jóvenes, la homogeneización y “embellecimiento” de la imagen pasa desapercibida, es parte del pacto estético vigente. Sin embargo, para las personas viejas la utilización del artilugio opera como una traición a esa construcción ficcionalizada de lo que sería la imagen pura, como si el corte etario fuera la condición para obtener el pase libre o no al maravilloso mundo de los filtros.

Queda muy lejos la realidad como meollo del debate si de lo que estamos hablando es de la exposición y circulación de imágenes en redes sociales, en donde los algoritmos están entrenados para un reconocimiento de la belleza digital estandarizada. Convivir con el diseño de los cuerpos en la virtualidad y frente al espejo es una marca de la época, ¿Es ilegítimo teñirse las canas, maquillarse o entrar a un quirófano para la modificación de un cuerpo que no agrada? ¿Cómo se deshacen los patrones de belleza cuando el scrolleo cotidiano induce a publicar con filtros? ¿Es posible echar luz sobre la diversidad de cuerpos cuando se tiende a homogeneizarlos? ¿De qué manera se interrumpe la imagen que refleja ese espejo distorsionado?