El miércoles el Gobierno recibió a dirigentes de la CGT y las dos CTA, todos de primera línea. Ayer a empresarios de grandes corporaciones, sin participación de las Pymes y con ausencia de varios capitostes. En el equipo económico ironizan, bajo el cono del silencio. “Un día nos juntamos con compañeros peronistas, al siguiente con gente de PRO. Con los muchachos nos fue mejor pero las dos reuniones fueron buenas”.

Premisa de esta columna que enunciamos ahora y al final: su firmante es menos optimista que el oficialismo respecto del presente y el futuro de estas conversaciones. Sobre todo respecto de un desenlace que contenga un acuerdo estabilizador y redistributivo a la vez. De virtualidades y tratativas hablamos; nadie conoce el porvenir… habrá que ver,

El objetivo es un Acuerdo temporario de precios y salarios. “No estamos firmando con sangre un Pacto Social como el de Gelbard-Rucci en 1973”. De cualquier modo, es tan deseable cuan dificultoso.

Hasta ahora las representaciones fueron por separado. El camino imaginado no lleva a plenarios intersectoriales masivos pero sí reuniones mixtas de cadenas productivas: gremialistas y patrones del sector. El diseño fue intentado durante el año 2020, con intermitencias por la pandemia. La idea es sistematizarlo. Distintas mesas productivas, articulando sobre las respectivas cadenas de valor. El punto de partida, más afín a la postura gremial que a la empresaria, es que las metas se calculen y regateen a partir de la inflación estimada por el Gobierno, alrededor del 30 por ciento anual.

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“Paritarias sin techo” ratificaron los ministros pero partiendo del 30 por ciento. Los compañeros gremialistas asintieron aunque la altura de sus techos sea muy dispar.

Se puede-debe pujar por unos puntos más, lo que coincide con el discurso del equipo económico. Pero no arrancar de un piso ajeno a la proyección del ministro de Economía Martín Guzmán. Por eso, el presidente Alberto Fernández saludó y recibió al bancario Sergio Palazzo; porque firmó una buena convención colectiva pero no sacó los pies del simbólico plato. O no lo hizo con estridencia. Los baqueanos saben que un convenio es un entramado en el que coexisten categorías diversas, plus camuflado, refrigerios u otros rebusques, premios que pueden mejorar la retribución final. O, al contrario, trampitas que licuan un poco los sueldos, El número que sale en los diarios y “hace agenda” es una suerte de promedio, no una cifra que vale para todos los laburantes. Dicho en criollo; es bien posible que numerosos bancarios mejoren algo más de lo que titulan en los medios, Y que una bocha de empleados de comercio no vean en sus bolsillos todo lo que se anuncia. Los ejemplos son, por ahora, hipotéticos pero para nada delirantes.

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Desde la Casa Rosada y zonas de influencia avisaron al cuantioso y multifacético empresariado Pyme para tranquilizarlo. El cónclave de ayer no los acogía pero les aseguraron que serán parte de las negociaciones futuras.

Los funcionarios decidieron empezar el baile con los patrones más ariscos y poderosos. Los dueños de la pelota, dirían algunos. Los del circo, con más sarcasmo. Aquellos a los que, años ha, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner increpó para que dieran la cara. Ayer se congregaron varios, faltaron protagonistas como Paolo Rocca, dueño y CEO de Techint, Luis Pagani de Arcor, el conocido Alfredo Coto. En oficinas oficiales consideraron que los faltazos VIP no fueron desaire: dicen que se avisó con antelación, que los suplentes eran figuras de nivel, no partiquinos. La pandemia robustece el conformismo; algunos número uno tienen sus años, alegan en la Rosada: son población en riesgo, dosifican las reuniones para cuidarse. De cualquier forma, tantas ausencias redondean una señal: no poner toda la primera línea del establishment en el asador,

Martín Guzmán les dedicó una larga explicación, con paciencia y sonrisas. Los recursos que le valieron una goleada ante el periodista Marcelo Bonelli en la cadena TN. Jugando de visitante, como Alemania contra el local Brasil en el mundial de 2014. Bonelli musitó que una parte del crédito del Fondo Monetario Internacional (FMI) se fue por la canaleta de la fuga. Confesión de parte, con escasos precedentes.

Los empresarios son más remisos a reconocer tales detalles. También a aceptar como punto de partida las pautas calculadas por el Gobierno. El REM que realiza el Banco Central prevé un cincuenta por ciento de aumento anual de precios al consumidor como mínimo, arguyen. El periodista Alfredo Zaiat desnuda año a año cuánto mienten las predicciones del REM, mentiras pagadas por los mismos que luego les creen en un atávico episodio de auto engaño.

Regulemos las expectativas, propone en modo zen Guzmán. Los invitados asintieron, no prometieron mucho más que participación en reuniones más específicas.

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Monitorear precios, coordinar acciones, acordar medidas… palabras clave del ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas. Los empresarios alabaron a Guzmán, hecho extraño. Pero no abandonaron sus lecturas idiosincráticas. El principal factor inflacionario son los impuestos, aducen a los gritos. Con menos estridencia, añaden a los salarios. Asienten cuando los funcionarios se comprometen a avanzar sobre toda la cadena de valor, por ejemplo el costo de la hojalata para alimentos envasados pero jamás renuncian a señalar a los “verdaderos” (cuasi únicos) responsables de la estampida de precios. Jamás miran al espejo.

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La convocatoria del Gobierno apunta a atenuar la inflación e intervenir en la puja distributiva a favor de los asalariados, en proporción moderada pero irrenunciable. Dos metas de difícil compatibilización a la luz de la experiencia histórica.

El oficialismo conoce y padece al establishment económico. Sabe que la burguesía nacional es más mito que realidad. ¿Adónde afinca entonces su optimismo de la voluntad?

Básicamente en un par de datos cuantitativos. “Ya llevamos tres años de recesión, las empresas tienen alta capacidad ociosa y precisan que se reactive el consumo”. Por otra parte, quedan por delante tres años de mandato de Alberto Fernández. Tal vez a las corpos les convenga encontrar consensos para funcionar.

Por último, se ufanan en el Gabinete, las corporaciones saben que si no hay acuerdo vía diálogo, el Estado adoptará decisiones. El decisionismo de AF es, se sabe, objeto de controversia dentro del Frente de Todos pero sus colaboradores no dudan, le tienen fe.

Las primeras reuniones habilitan lecturas variadas, incipientes. Las próximas arrojarán más luz.

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