La ciencia ficción libera las cadenas del pensamiento. “Todo el tiempo estamos en esquinas opuestas del universo”, dice uno de los personajes de Diez planetas (Periférica), excepcionales relatos de ciencia ficción del escritor mexicano Yuri Herrera, articulados con la convicción de que “las leyendas crean verdad, no importa qué tan mentirosas sean”. El cosmonauta que más cerca estuvo de un cometa desentraña un mapa del mundo a través de las narices de los otros: “cada nariz es la cifra de un secreto porque en cada inhalación se meten al cuerpo fragmentitos del paisaje”. Pel, después de salir de la Tierra, se encuentra con los habitantes de otro planeta, Unos y Otros. Los conquistadores (Otros) se quedaron no solo con la tierra de los Unos, sino también con su lengua.

Desde Nueva Orleans (Estados Unidos), donde da clases en la universidad de Tulane, el escritor mexicano cuenta que en la “vieja normalidad” regresaba a su país cada dos o tres meses y solía pasar también el verano. Ahora, pandemia y asuntos migratorios mediante, está varado en la capital del jazz. “No sólo extraño México, me enferma no estar allá. El contacto más importante para un escritor es con la lengua viva”, plantea Herrera en la entrevista con Página/12. Su primera novela, Trabajos del reino (2004), recibió el Premio Binacional de Novela Border of Words y en 2008, cuando se editó en España, cosechó otro reconocimiento más: el Premio Otras Voces, Otros ámbitos, a la mejor novela en castellano.

Herrera (Actopan, 1970), editor y fundador de la revista el perro, publicó también las novelas Señales que precederán al fin del mundo (2009) y La transmigración de los cuerpos (2013). Los cuentos de Diez planetas (Periférica), que se publicó en España en 2019 y está disponible en las librerías argentinas desde febrero, los escribió intentando tirar del hilo de una idea: gente que abandona el planeta y sale a explorar el universo.

--A partir de una cuestión que aparece en uno de los cuentos, surge un interrogante: ¿necesitamos el arte de los monstruos?

--Si, sin ninguna duda. ¿No vamos a volver a escuchar a Michael Jackson? ¿No vamos a volver a ver ninguna película de Harvey Weinstein? ¿Vamos a quemar todos los cuadros de Picasso? Un artista y su obra siempre estarán vinculados; la obra puede ser leída, admirada o criticada, incorporando también el mundo social y la responsabilidad del artista. El arte no tiene por qué ser una colección de obras de gente buena, ¿no? Sea lo que sea que signifique gente buena, porque tampoco hay un acuerdo universal al respecto. El arte simboliza, codifica, representa lo humano; eso incluye las partes terribles de lo humano.

--¿Por qué la cuestión de género está en varios cuentos, desde un personaje que cuestiona el binarismo, hasta el hecho de que aparecen catorce opciones para elegir?

--Esta es una época interesante porque estamos discutiendo la manera en que entendemos el género, la manera en que entendemos la lengua y cómo se corresponden entre sí. A veces me da la impresión de que esta discusión, aunque es muy necesaria, sigue estando en unos parámetros muy conservadores: quién tiene derecho a llamarse mujer, quién tiene derecho a llamarse hombre, sin cuestionar el binarismo. Una de las posibilidades que te da la ciencia ficción es repensar desde cero cualquier cosa, no tanto porque estés planteando algo probable, sino algo imaginario. Esta imaginación radical que ofrece la ciencia ficción nos sirve para ejercer una crítica sobre nuestro mundo presente, aunque parezca que estamos hablando del futuro.

--¿En qué consiste la radicalidad de la ciencia ficción hoy?

--La literatura realista no está más cercana a la realidad; está más cercana a ciertos códigos canonizados sobre cómo se habla de la realidad. En la medida en que la ciencia ficción se desembaraza de esos códigos tiene una mayor libertad para hablar de manera insolente sobre lo que está sucediendo. La virtud de la ciencia ficción es la insolencia; no es rehén de binarismos, de certezas, de rigideces, y puede hacer una observación acuciosa de nuestra sociedad imaginando radicalmente otras sociedades.

--En el cuento “Los conspiradores”, tal vez el más profundamente político del libro, se menciona una vacuna contra la insurrección. ¿Estamos en un momento político de sumisión?

---La tensión entre la obediencia y la insolencia es permanente en todas las sociedades. Esta vacuna contra la insurrección funciona de distintas maneras, manipulando las visiones del mundo. Un colega en la Universidad de Tulane, Fernando Rivera, me contó una hipótesis sobre el quechua en Perú. El quechua no era la lengua de los conquistadores Incas, sino que era la lengua de otro pueblo que estaba en esa zona y cuando llegó el conquistador Inca, avanzado militarmente, en lugar de imponerle su propia lengua, que es lo que hicieron los españoles y casi todos los conquistadores, encontraron que este pueblo tenía una estructura cultural de la cual podían servirse. Así como se apropiaron de todos los otros recursos naturales, también se apropiaron de su lengua. Este pueblo invadido olvidó que era su lengua y adoptó su propia lengua como la lengua de los conquistadores. Lo cual nos sucede una y otra vez: cómo nos quitan algo que tenemos y luego nos lo venden de manera simplificada. Podemos poner cientos de ejemplos, yo pienso en la barbarie gastronómica que sucede en los Estados Unidos con la comida mexicana; lo que ellos llaman tacos es el resultado de que se robaron la palabra, hacen una cosa absolutamente despreciable y luego pretenden vendérnoslo como si eso fuera comida mexicana. Estas son formas de control de la lengua.

--¿Cómo se resiste a esas formas de control?

--Tenemos que encontrar distintas maneras de resistir las formas de control sobre la lengua que vienen del Estado, que vienen del mercado, que vienen de instituciones intermedias que asumen que saben cómo debe hablar la gente. La literatura es una forma indisciplinada, aún cuando pertenezca a una tradición. La literatura siempre tiene que estar indisciplinándose frente a las reglas. Yo no me quejo de las redes sociales porque esta es la época en la historia de la humanidad en que la gente más ha leído y escrito; la gente lee mensajes de texto y escribe tuits, comentarios en Instagram o donde sea. Eso me parece muy bien; pero corremos el riesgo de perder la lectura de largo aliento que le hace algo distinto a la manera en la que hablamos y comprendemos. Las presiones sobre la lengua en esta época de culto a la inmediatez pueden venir no sólo de la censura estatal o del mercado, sino también de nuestros hábitos.