Mayúscula imprenta            8 puntos

Tipografic majuscul; Rumania, 2020.

Dirección: Radu Jude.

Guion: Radu Jude, basado en la obra teatral homónima de Gianina Cărbunariu.

Fotografía: Marius Panduru.

Intérpretes: Serban Pavlu, Alexandru Potocean, Ioana Iacob.

Duración: 128 minutos.

Estreno: en Mubi como Uppercase Print, con subtítulos en castellano.

La mañana del 13 de septiembre de 1981, una de las paredes de la sede del Partido Comunista Rumano de la ciudad de Botoșani, al norte de Bucarest, apareció mancillada con un grafiti escrito con tiza, en mayúscula imprenta, que decía: “¡Queremos justicia y libertad!” Ese mismo día se puso en acción la Securitate, la policía secreta del régimen de Nicolae Ceaușescu, para dar con lo que creían era el ataque de una organización rebelde. El operativo no impidió que en los días subsiguientes aparecieran otros grafitis en la ciudad, como “Estamos hartos de hacer filas en nuestro país”, también escritos con tiza en mayúscula imprenta.

Fueron desplegadas patrullas policiales las 24 horas, provistas de perros especialmente entrenados, se interrogó a centenares de posibles testigos y se cotejó la caligrafía de unos 30.000 ciudadanos de Botoșani, hasta que una noche el perpetrador fue atrapado in fraganti. Se trataba de un adolescente de 16 años llamado Mugur Călinescu, que actuaba de manera solitaria, cuando salía a caminar por recomendación médica, a causa de una afección respiratoria. Sobre este episodio real, que inspiró a su vez una obra teatral documental de la autora Gianina Cărbunariu, el gran cineasta rumano Radu Jude (ver entrevista aparte) desarrolla un singular dispositivo dramático que le permite narrar no sólo la absurda desproporción de esa investigación sino también reconstruir el espíritu de la época en que transcurre.

Por una parte, todos y cada uno de los textos que los actores tienen a su cargo provienen de las actas e interrogatorios de los archivos desclasificados de la Securitate, que a su vez son la materia prima de la pieza teatral de Cărbunariu. El adolescente, su madre, su padre, sus compañeros de colegio y los sabuesos y espías de la Securitate que durante años siguieron investigando al muchacho aun después de su confesión y arrepentimiento (e incluso luego de su sospechosa muerte), hablan a cámara con una modulación neutra que se corresponde con los documentos oficiales. Y lo hacen de pie, frente a una escenografía y una iluminación que no sólo no esconden sino que enfatizan su origen teatral.

Pero a su vez ese tronco dramático aparece intercalado e intervenido por un valiosísimo material de archivo del período que da cuenta no tanto de los grandes acontecimientos políticos (aunque ocasionalmente se lo ve a Ceaușescu en algún acto oficial) sino más bien de las banalidades de la vida cotidiana tal como eran reflejadas por los noticieros y la televisión, desde una receta para hacer moussaka hasta los beneficios del ejercicio físico o las nuevas heladeras de fabricación nacional. La gran paradoja del film de Jude es que todo aquello que proviene de los documentos oficiales está expresado con un deliberado artificio teatral, mientras que la artificiosidad de los actos escolares o las comedias televisivas de archivo a las que recurre el director expresan de una manera muy potente la verdad histórica de su época.

En cualquier caso, parece decir el film de Jude, todo es representación. O más allá incluso: todo es sobreactuación, todo es mayúscula imprenta, como afirma el título de la película, cuya puesta en escena, por el contrario, es de un minimalismo extremo. Sobreactúa la Securitate al desplegar una investigación fuera de norma, que sin dejar de ser siniestra es de un humor tan angustiante que nos recuerda que el dramaturgo Eugène Ionesco, padre del llamado “Teatro del Absurdo”, también era rumano. Y sobreactúa también el aparato de propaganda del régimen, que pinta un mundo feliz de canciones, niños alegres, sonrisas angelicales y fervor patriótico impostado, como el que revela el notable fragmento de archivo con que se inicia la película. 

En otros, en cambio, es mucho más evidente hasta qué punto la delación y el control autoritario de la vida cotidiana se habían naturalizado en la sociedad rumana. Por ejemplo, cuando un noticiero sale a “cazar” junto a la policía a los infractores de una norma que impedía a los automovilistas a tocar bocina, muy en línea con el slogan “el silencio es salud” que entre nosotros impuso a fines de 1974 el cabo José López Rega.

“A los rumanos siempre nos parece mejor recordarnos como las víctimas del comunismo, pero nos olvidamos que también fuimos verdugos”, dice un personaje de “No me importa si pasamos a la historia como unos bárbaros” (2018), una de las mejores películas de Jude. Allí, como antes en Aferim! (2015) y luego en La salida de los trenes (2020), el director se ocupaba del antisemitismo en Rumania. Ahora con Mayúscula imprenta Radu Jude –como antes sus colegas Corneliu Porumboiu y Cristi Puiu- decide echar una mirada a la era Ceaușescu, que según el plano final de su película de algún modo sigue latiendo en la sociedad rumana.