Manifiesto

(Argentina, 2019)

Dirección y guión: Alejandro Rath.

Fotografía: Baltasar Torcasso.

Montaje: Ana Remón, José Goyeneche.

Intérpretes: Pompeyo Audivert, Iván Moschner, César González, Gabriela Cabezón Cámara, María Negro, Adriana de los Santos.

Duración: 61 minutos.

Disponible en Cine.ar

7 (siete) puntos

Guiada por el desafío, Manifiesto informa su autoría colectiva. El guión seguramente funcionó como un mapa de ruta cambiante, porque es la película la que aclara su dinámica: “Del rodaje a la sala de edición de manera aleatoria y permanente”. Todo esto se lee en la glosa final con la que cierra la película. Es el manifiesto mismo de una cierta manera de hacer cine.

Manifiesto la dirige Alejandro Rath (¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, Alicia), y su propuesta recrea la reunión que mantuvieran León Trotsky y André Breton con motivo de la redacción del Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente. El hecho histórico ocurrió en México en la década de 1930. Pero no son éstos los datos que la película señala. Los pasa por alto (afortunadamente) o los da por sentados. Apenas los sugiere. Además, y con la información sobreabundante que circula, cualquiera puede consultar acerca de los hechos mínimos e indispensables que rodearon la redacción del manifiesto. Y de paso, leerlo.

Antes bien, Manifiesto trata sobre el rodaje de una película donde Pompeyo Audivert e Iván Moschner interpretan a Trotsky y Breton. Moschner escribe sus dudas en cartas que funcionan como los intertítulos del cine silente, prepara su valija y va al encuentro del film. Teme que sus diálogos sean extensos y complejos. Ya en el lugar, los actores comparten la cena. O tal vez se trate de Breton y Trostsky. ¿Importa la diferencia? En este sentido, un mismo plano muestra reiteraciones de una misma línea de diálogo de Audivert: “Camarada Breton, el interés que usted le otorga al fenómeno del azar objetivo no me parece claro”. ¿Es parte del ensayo? ¿Están en México o dónde? En todo caso, el cine es capaz de recrear sus acciones en cualquier lugar legendario. Hay una cámara, actores y un rodaje. El cine hace posible el viaje a cualquier mundo. A la manera del sueño.

El sueño es la figura desde donde la película se articula. Sueño que imbrica en el “azar objetivo” bretoniano, el que Trotsky discute. Breton le rebate desde el psicoanálisis, con el fin de liberar la pulsión como acción creadora, artística y revolucionaria; así, el ser humano sería potenciado al quitar de sí el yugo que lo normaliza. El arte desprejuicia, es subversivo. Desde ya, el sueño no aparece en Manifiesto como figura retórica, que explique acciones “inconexas”, sino como puesta en escena de un límite difuso: Manifiesto es sobre Trotsky y Breton y sobre Audivert y Moschner, es ficción y es documental, es México y no, son los años ’30 y es el presente.

Al ser manifestación histórica del momento en el cual se inscribe, que no es otro más que éste, la película de Rath inevitablemente actualiza lo que discute. Al estar relacionada con el arte y la política y porque se trata de una película, la discusión es también sobre el cine. ¿Qué es el cine? No valen las respuestas. Mejor quedarse con la relación íntima que Buñuel estableciera entre éste y el sueño: “El cine parece haberse inventado para expresar la vida subconsciente”, dijo.

Una escena preciosa y onírica que la película ofrece es la de Breton paginando un libro en braille, de las páginas surgen imágenes de Entr’acte, la película de René Clair y Francis Picabia. La música de Erik Satie acompaña desde el piano que está allí, ejecutando para Breton y la recreación de aquella película extraordinaria. Es la cita de una época, la de un cine tomado por asalto por las vanguardias, inmersas en su praxis política y estética.

Otro gran momento de Manifiesto es la secuencia del obrero (el cineasta César González) que visita solitario la fábrica, donde imprime a golpes imágenes de escorpiones con un sello grande como martillo. El golpear del operario –rítmico como el Ballet Mécanique de Léger– cita al cine soviético de Eisenstein y Vertov en su propósito de una sociedad de relación dialéctica con la máquina. Una voz invisible le exige una cantidad demente de trabajo, nada de arte. El guiño que no deja de ser chapliniano: así le sucedía a Charlot en Tiempos modernos, cuando el jefe le hablaba/le ordenaba en una película por lo demás muda, donde también y de manera “equívoca” el vagabundo comunista (que realmente era Chaplin) levantaba una bandera roja.

Manifiesto pasea otro de sus atrevimientos en el ser mitad humano-mitad perro que invoca. Maya, la perra de Trotsky, vaga libre entre calles de una ciudad habitada por perros vestidos, bañados, atendidos, controlados. Una animalidad domesticada. Los tiempos de la redacción del manifiesto son los del estalinismo y el hitlerismo, contra los cuales el arte revolucionario ataca. Cómo accionan aquellas palabras en el presente es otro debate, al que la película apela sin decirlo. Lo que está claro es que la tarea artística continúa liberadora para quien la hace y quien la recibe. Lo problemático estriba en reconocer y vencer el andamiaje policíaco que promueve la lógica capitalista, cuando con naturalidad hoy se habla de “consumir” música, películas, etc.

En su proceder, Manifiesto se arroja en una empresa imposible por surrealista, ya que por más escritura (semi)automática que se persiga, las imágenes serán finalmente meditadas en su organización final. De todas maneras, hay algo que se conserva imbatible, es el misterio que produce la relación entre dos imágenes que no guardan relación alguna, es la catarata de posibilidades insospechadas que anidan en la yuxtaposición de imágenes y sonidos.

De esta manera, el film de Rath no deja de apelar a nociones básicas del lenguaje audiovisual en la procura de un relato plausible, pero con el afán de lograr momentos que disparen asociaciones y ramifiquen. Así, como ejemplo, la secuencia donde Breton reza imprecaciones a la Virgen Cabeza de Gabriela Cabezón Cámara, con ella en escena. La influencia de un texto como el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente continúa vital en hallazgos como éste.