Conocí a Jorge Di Lello hace varios años, yo había ingresado al Ministerio Público Fiscal luego de una tarea como defensor de pobres y ausentes en la provincia de Buenos Aires, y ahora asumía la –difícil– tarea de llevar las fiscalías a los barrios, algo inédito, que nadie lo había hecho hasta entonces y que la doctora Alejandra Gils Carbó fijó como una pauta central de su política institucional. La experiencia de un fiscal como Jorge Di Lello fue para mí imprescindible para poder crear esas oficinas.

Recuerdo que una tarde me invitó a su despacho en Comodoro Py, y en esas paredes cargadas de símbolos: allí estaban colgados desde fotos del padre Mugica, una foto de Evita, la estrella federal, y ornamentos de todos los colores partidarios, signos de que Jorge no solo era peronista, sino un tipo por demás abierto y respetuoso. El hecho de que mis viejos hayan sido montoneros y que estuvieran desaparecidos, le causaba mucha emoción, me contó su historia, de cuando estuvo preso, la de su hijo Matías (hoy fiscal) nacido más o menos en la misma época que yo, mientras la dictadura lo buscaba y tuvo que esconderse con su esposa.

Cuando digo que la tarea de crear los ATAJOS le debe mucho a Jorge Di Lello, digo que él fue quien defendió siempre esa política, la de un Ministerio Público cerca de la gente, que dialogara con los movimientos sociales, y protegiera a los más vulnerables. Un fiscal federal en Comodoro Py, absolutamente honesto, que no tenía problema en decir a viva voz sus inclinaciones políticas, sin obnubilar o incidir sobre la imparcialidad a la hora de ejercer la vindicta pública y defender la legalidad electoral.

En el año 2014 me llamó un día y me contó que estaba investigando una serie de hechos delictivos en la Villa 31, que implicaban a varias bandas criminales de narcotráfico que tenían en vilo y azotaban al barrio. Su proyecto era desmantelar a esos grupos mafiosos y recuperar los espacios para fines sociales y urbanización. Quería que ATAJO fuera parte de ese proceso, porque la mirada de un Estado inteligente y presente en el territorio debía ser política de Estado. Fue así que tras el avance de su investigación, tras los allanamientos y –luego- encarcelamiento de esas mafias, Di Lello gestionó y permitió instalar una biblioteca que lleva el nombre “Padre Mugica” y dos centros que son hoy enclaves de área de Desarrollo de la Ciudad y que funcionan actualmente dentro de la Villa 31. De hecho, me atrevo a afirmar que el salto en el proceso de urbanización de la Villa, le debe mucho a ese impulso de Di Lello, de recuperar espacios ganados al delito.

Siempre lo voy a recordar caminando por los pasillos de la Villa 31, sin necesidad de custodia alguna, hablando con la gente y preocupado por la situación social general. Se necesitan más fiscales y jueces como Jorge Felipe Di Lello.

Lo vamos a extrañar.

* Director de Acceso a la Justicia del Ministerio Público Fiscal.