A Raúl Dorra

Pese a todas las explicaciones e ilustraciones no tenemos, yo no tengo, una clara idea acerca de cómo son los virus que nos están atacando. Puedo, por lo tanto, imaginarlos de diverso modo, no tengo por qué ser fiel a su verdadera fisonomía. Y cuando digo “fisonomía” es porque les supongo cara y a continuación cuerpo, un cuerpo chiquitito, como el de las personas, como el nuestro. Los imagino, luego, vestidos con uniformes, como el que les gustaba llevar a los nazis aunque no fueran militares: Hitler, Göering, Himmler, Goebbels y hasta por ahí la recatada Eva Braun.

Una vez colocados los coronas en este escenario, los veo considerando no sólo el objetivo principal, destruir a la especie humana, eso seguramente fue discutido y aprobado por unanimidad en el comando en jefe de los virus, sino cada uno de los pasos destinados a lograrlo. Avisados de que está a punto de funcionar un arma letal, las vacunas, se apresuran, atacan con más fuerza, cambian de armas, mutan. Estamos, pues, en plena batalla, a ver quién terminará por vencer. Obviamente, me deben considerar enemigo y deben observar con desprecio mis estrategias defensivas, lavarme las manos a cada rato, desinfectar todo, guardarme, poco, bélicamente considerado, y mucho por el desconcierto que pueden tener frente a estas modestas, ni siquiera artesanales armas, ni comparación con las que manejan ellos.

Una de las nuestras, insuficiente pero imprescindible, es aguantar el encierro. Somos astutos, no nos vencerán, tenemos paciencia y ellos no. Nuestras astucias consisten, en primer lugar, en seguir haciendo lo que hacíamos siempre, trabajar por ejemplo, hablar con amigos, ocuparse, etcétera, se comprende lo que quiero decir. Complementariamente, acudir a ayudas externas que nos permiten ocupar el tiempo útilmente, seguir la marcha política del país y del mundo, reírnos de los esfuerzos que hace la Doctora Carrió para articular algunas palabras –eso lleva bastante tiempo-, escuchar música, ver películas, observarnos y observar y, si es posible o a uno le da el cuero, pensar un poco.

En mi caso, todo eso junto. Tuve la sensación, al empezar a ver algunas viejas películas que añoraba, de que estaba ignorando que era un sustituto, no era una visita a algo querido en sí mismo; por esa razón, disminuyó esa estratagema para que el tiempo de la espera disminuyera. Lo reemplacé por recursos menos comprometedores como los cortos mudos de la década de 1920: regocijantes las proezas de Buster Keaton y de Harold Lloyd, profunda la melancolía comunistoide de Chaplin, incesante la visión de los Estados Unidos por detrás de los gags, a juzgar por ese trasfondo ese país estaba a punto de emprender la anhelada revolución deseada y soñada por Trotsky y otros geniales ilusos. Pero no sólo con el cambio del humor y su sustitución por el cine negro los Estados Unidos clausuraron ese sueño, si pudieron engendrar a un Trump qué otras cosas no pueden sepultar.

Otras novedades se me ofrecieron, recetas de cocina todas “fáciles”, según pregonan cocineros españoles, cantantes sacados de las catacumbas, paseos por pueblos desconocidos, un conjunto de propuestas sazonadas con curiosas experiencias, septillizos, grutas inesperadas y un sinfín de imágenes destinadas a que la espera del final no sea tan pesada. Confieso que yo pasé por todas pero me detuve en una, ese grupo de otros tiempos llamado “The Platters”, o sea “Los Plateros”. Me detuve en “Only you”, una melodía que recordé con emoción porque era buenísima para bailar en la época en la que bailar, mejilla a mejilla, con la chica de la que uno estaba enamorado, implicaba algo muy intenso, muy grande, un ingreso al recinto de las delicias mayores a las que uno podía aspirar.

A algunos amigos lo que ese regreso al pasado me produjo, y a casi todos, les pasó lo mismo: muy bella experiencia, ese quinteto de jóvenes moviéndose acompasadamente, sin interferir en lo que uno de ellos protagonizaba: un muchacho delgado, elegante, daba un leve paso adelante y con una voz melodiosa entonaba esos versos congruentes con el título de la canción: a “sólo tú” le sigue un luminoso “por qué” y del conjunto, actitud corporal, voz, versos, modo de entonar, surge una impresión que pude interpretar con la palabra “delicadeza”, suprema delicadeza que me envió de inmediato a la acción de esta palabra más allá de la canción, a todas las formas de la relación. Y también a otras situaciones que corroboran la palabra: el gesto medido, cortés, armonioso, de mi amigo Raúl Dorra al iniciar un comentario, al dar una mano, la imagen del paraíso mahometano, poblado de huríes que celebraban al Creador, las respuestas de Trotsky a los soeces ataques de que era objeto, mi hermana sonriéndome en su lecho de muerte, el comentario reprobatorio de Roa Bastos a mi primera, y malísima, novela, tantas situaciones que pueblan mi agradecida memoria, todas signadas por esa sagrada palabra, delicadeza.

Se comprende, creo, el alcance de esta palabra cuando aparece la contraria, la brusquedad, la agresividad, la violencia, la brutalidad, los malos modales y todo ese conjunto de modos de canalizar un dominio o una arrogante superioridad. ¿Tiene lugar la delicadeza en el futbolista que golpea y empuja, en el boxeador que trata de destrozar al contendiente, en el profesor que desprecia a sus alumnos, la tiene el griterío que se presenta como debate en la televisión, en el policía que apalea, en el que maltrata a los animales y no comprende a las plantas, en el que escucha música como quien oye llover y en el que desdeña la música de la lluvia? Diría que no y, por el contrario, esa mano que acaricia, esa consideración que se tiene con el otro, ese aprecio por el sabor de las cosas, tanto en el plano personal como en el político, es la sal de la vida, donde se puede cifrar el entendimiento y percibir el secreto de las cosas.

Para empezar, pero lo que la delicadeza como norma y auto exigencia puede dar es pensable en muchos otros campos, desde la manera de comer, el trato a los diferentes, hasta los modos de la conversación y las relaciones administrativas y ni hablar de las policiales y las políticas. Política que considera al otro, al desamparado, al marginal, al diferente, lo que los que no saben de este concepto llaman groseramente “populismo”, se basa en una esencial delicadeza que tiene diversos nombres, distribución, justicia social, equidad, valores; quizás no lo declaran pero ahí está, es como la culminación institucional de la mano que acaricia, que es donde empieza todo.