Ana Schimelman cuenta las situaciones que la llevaron a decidirse por hacer teatro como producto de una serie de coincidencias. De ser una egresada del Pellegrini que sólo concebía la idea de “estudiar una carrera en serio” a empezar a confiar en un camino propio como artista escénica –un camino que incluye el estreno de una descollante ópera prima, Las cuerdas–, pasaron seis años y algunas otras cosas: ninguna, dice, fue demasiado planificada.

Coincidencia número uno: Ana tiene 15 años, sabe que le gusta actuar, pero no tiene mucha idea de qué hacer para canalizar ese interés. En el Sur, en verano, en un campamento organizado por la colonia Zumerland, conecta especialmente con uno de los “profes”, Juan Coulasso, que todavía no es director artístico del espacio Roseti pero ya es un nombre conocido en la escena teatral, con una búsqueda y un lenguaje que lo caracterizan. De regreso en Buenos Aires, Ana comienza a estudiar con la persona que le abrirá las puertas de un mundo.

Coincidencia número dos: Ana no piensa en dirigir teatro, solo en escribir y en actuar, sobre todo porque no aún no tiene demasiado claro qué significa ser directora, pero Las cuerdas comienza a cobrar forma en su cabeza casi sin que ella se dé cuenta. Ya metida de lleno en el mundo del tallerismo después de un primer intento (fallido) de ingresar a la carrera de Actuación de la UNA, se prueba en varias disciplinas vinculadas a las artes escénicas y empieza a trabajar como asistente del taller de teatro en una escuela de educación especial. A la mañana los alumnos de esa escuela tienen clases de matemática, historia y lengua. Por la tarde, otras disciplinas más recreativas. Un día, la asistente terapéutica de una chica con diagnóstico de psicosis tiene un accidente con la bicicleta, se fractura y anuncia que no podrá ir más a trabajar por algunos meses. “Habrán pensado ‘bueno, esta piba ya está acá, ya los conoce a todos’ y, bueno, empecé a ser acompañante terapéutica”, recuerda. Ese vínculo especial que empieza a forjar deja sus huellas. Y, tiempo más tarde, inspira su primera obra. Las cuerdas cuenta un momento de la vida de Mica, una adolescente con diagnóstico de psicosis, y Carla, su acompañante. Pero en realidad es una obra sobre los mecanismos de apoyo que crean entre sí para sostenerse mutuamente –de ahí también el nombre de la obra–.

Ana Schimelman 

Ese vínculo intenso, de muchísima intimidad, casi familiar pero a la vez mediado por el dinero, fue por ahora poco explorado en nuestra escena. Lo interesante de Las cuerdas es que su tema es justamente esa relación que se va construyendo entre las dos protagonistas, y no tanto la psicosis de Mica (interpretada de forma inteligente, chispeante por Fiamma Carranza Macchi). Mica es graciosa, desfachatada y tiene algunas salidas que posiblemente los neuróticos jamás tendríamos, pero sus obsesiones y sus mañas están puestas ahí como detalles que enriquecen el relato, no como el eje que hace girar la rueda de la historia.

Todo lo que sucedió en el camino de gestación y producción de la obra fue producto de lo que Ana elige contar como más coincidencias. Cuando se decidió a escribir sobre ese universo que la tomó por completo, la directora dio con Franco Calluso y Juan Francisco Dasso, dos dramaturgos jóvenes que justo en ese momento estaban por dar una clínica. Juan le dijo a Ana: “Yo escribo obras sobre gente neurodiversa” y ella entendió que había encontrado un espacio en donde pensar la historia un poco más acompañada. Le daba algo de miedo trabajar sobre “la locura” sin ayuda externa: sobre todo, le preocupaba que sus equivocaciones pudiesen herir alguna sensibilidad. En el espacio Granate, de Paula Herrera, había conocido a Fiamma y desde el primer día supo que ella tenía que ser una de la protagonistas. “Fiamma ya había trabajado en la adaptación teatral de La débil mental, de Ariana Harwicz, y de alguna forma está conectada con esos personajes, tiene esa data”, dice Ana. “Esa data” consiste, sobre todo, en encontrar el delicado punto de ir a fondo con lo que sus criaturas piden sin caer en la parodia.

Sin embargo, Ana no tenía idea de dónde sacar a la actriz que hiciera de Carla, un personaje que tenía que parecer un poco más adulto y más aplomado que Mica: “Es que, la verdad, no conozco a tantas actrices que sean más grandes que yo”. Alguien le habló de Amelia Repetto. Ana fue a verla a una varieté, quedó fascinada con lo que hacía y decidió escribirle por Facebook para invitarla a sumarse al proyecto. Amelia –que además de actriz es médica psiquiatra– aceptó la invitación a encontrarse con Ana en un bar, escuchó la propuesta, se entusiasmó y al pasar le preguntó a su futura directora: “¿Cuántos años tenés?”. Ana contestó: “22. Pero tengo muchas ganas de hacer esto”.

Foto: Paula Schrott

Con el equipo armado y los ensayos relativamente encaminados, a mediados de 2019 se presentaron a la convocatoria Óperas primas del Centro Cultural Rojas. Las seleccionaron. “Fue un proceso increíble, de aprender un montón y sobre todo, de preguntar un montón. Las cuerdas no solo era mi ópera prima, sino el primer trabajo de muchas personas del equipo. Por ejemplo de Renata, la asistente de dirección, que trabajó conmigo a la par y en ese momento tenía 19 años. Pero también, por suerte, teníamos en el equipo a gente que ya sabía muchas cosas y que nos fue enseñando de forma muy generosa. ¡Yo no sabía ni cómo pensar una puesta de luces!”. Consciente de todo lo que le quedaba por aprender, Ana se aferró a la idea de que ese proceso de ensayos era su oportunidad de preguntar todo. “Si no pregunto ahora, cuándo” era una especie de leitmotiv. Mucho de lo que puso en práctica en aquel trabajo fueron también gestos aprendidos de Mariano Tenconi Blanco, a quien asistió en Todo tendría sentido si no existiera la muerte como meritoria y con quien sigue trabajando en La vida extraordinaria (que por estos días está haciendo funciones en Timbre 4).

Después de la temporada de estreno en el Rojas y de un año que obligó a toda la escena teatral a parar por completo, Las cuerdas volvió en febrero a hacer funciones en el Espacio Callejón. Protocolos mediante, la sala se abre a un público reducido y se llena rápido. Pero, si la situación sanitaria lo permite, Las cuerdas sigue haciendo funciones todo el año. 

Foto: Paula Schorott

Las cuerdas se puede ver en Espacio Callejón, Humahuaca 3759, el viernes 19 de marzo a las 23. Entradas e información: alternativateatral.com