En la madrugada del miércoles pasado el centro de Manhattan se hundió sin consuelo ante las pantallas que mostraban que Donald Trump había conquistado más electores que Clinton abriendo lo que será una oscura etapa de dominio Republicano en la presidencia, el Senado y la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
En los días que siguieron se esbozaron un puñado de explicaciones y fue ganando fuerza una, curiosa sino aberrante, que aquí quisiéramos analizar con un poco de detenimiento. Su fórmula la expresó nítidamente el diario The New York Times cuando ante la pregunta de por qué ganó el retrógrado, sexista y chauvinista Trump contestó sin demora “por culpa de la clase obrera”. De allí en más la idea se reprodujo profusamente culpabilizando a los trabajadores blancos del cinturón industrial norteamericano por tamaño desastre, ya sea asociándolos a un racismo descarado -como lo hizo el New York Times toda la semana incluyendo su edición del domingo con un manotazo de ahogado individualista frente a la crisis económica sin fin. Hasta hubo quienes, faltos de vergüenza, asociaron el desaguisado con determinado peronismo, con el chavismo y con otras formas de política popular latinoamericana.
Para cualquier asiduo lector de noticias parecerá mentira encontrar en letras de molde tantas alusiones a la clase obrera, especialmente entre las páginas de las grandes empresas periodísticas del mundo que han hecho de invisibilizar a los trabajadores como colectivo un verdadero culto. Claro que su visibilización en estas circunstancias responde a una trampa cuyo efecto buscado es descargar en el otro las miserias de un sistema político viciado y desprovisto de opciones para las amplias mayorías.
Las cifras de la elección, sin embargo, no acompañan ese relato culpabilizador y reaccionario. En primer lugar porque Trump ganó la mayoría del colegio electoral con 290 electores sobre 228 pero perdió el voto popular por una diferencia de 645.000, algo similar a lo que sucedió con Bush hijo en el año 2000. La “triple mayoría” de Trump es más bien una derrota ajustada si miramos ese voto -el único que importa en lo que aquí se debate-, algo silenciado porque la elección se desarrolla en el escenario de un sistema electoral antidemocrático que ninguna parte del establishment político - empresarial quiere cuestionar.
El relato que carga sobre la clase obrera la responsabilidad de que sea un derechista radical el futuro presidente tiene un segundo problema: el total de votos para ambos candidatos cayó en relación con las elecciones anteriores, es decir, tanto Clinton perdió votos comparándola con la elección que hizo Obama en 2012 como Trump frente a los presidentes “electos” de los últimos veinte años. Él es, de hecho, el presidente electo con menos votos absolutos desde el 1996 lo que muestra que un alto porcentaje de la tan mentada clase obrera, el 44.6%, se inclinó por no participar. El alto abstencionismo expresa apatía y no es nuevo pero su crecimiento desde el 2008 también habla de un renovado descrédito que no pareciera encontrar canales de expresión, algo que de ningún modo puede equipararse con apoyar o ser parte del giro a la derecha que promete hacer América grande pero mirando hacia atrás. Un último argumento de sentido común más que de lectura estadística permite cuestionar la afirmación de que los trabajadores norteamericanos abrazaron a una agenda xenófoba y racista por comunión: muchos de los votantes de Trump éste noviembre lo fueron en las dos elecciones pasadas de Barack Obama, el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos. Asociar el cambio de preferencia electoral con un racismo obrero ‘esencial’ parece más propaganda de quienes quieren esconder los problemas que búsqueda de claves para investigarlos.
Contra la antidemocrática victoria de Trump y frente a la campaña antiobrera en marcha no faltaron por suerte voces críticas. Nueva York, como otras veinticinco ciudades del país ha tenido ya dos masivas movilizaciones y cientos de jóvenes -aunque no sólo ellos- han expresado su voluntad de oposición. Las pancartas que inundaron la quinta avenida el sábado pasado mostraron sin reserva la complejidad de los problemas por venir: desde el “Refugees Welcome Here” y el “Black Lives Matter” hasta los llamados a la abolición del Colegio Electoral, la protección de musulmanes y latinos, la defensa del derecho a decidir sobre el propio cuerpo y la advertencia de que las “mujeres asquerosas” (nasty woman, como nos denominó Trump) serán protagonistas del combate. Sin optimismos infundados y pese a la campaña de demonización en marcha es de esperar que también lo sea la clase obrera, al menos en tanto son sus intereses como colectivo los que suben al patíbulo otra vez con el cambio de mandato.
* Doctora en Ciencias Sociales (UBA) e Investigadora del IdICHS / Conicet, Fulbright Visiting Scholar en Columbia University, Nueva York.