Ser feminista es hacerse la pregunta, constante, incisiva sobre la tarea de todos los días. Y no es por la propia identidad o la pertenencia al movimiento, es por quienes faltan.

¿Quién está quedando afuera? Afuera aun de los márgenes desde donde los feminismos formulamos las preguntas porque “adentro” es la asfixia que desgarramos para resistir y existir. Tantas veces se ha repetido la idea de la inclusión. Porque inclusión supone acceso a la vivienda, la comida, la educación, la chance de decidir un proyecto de vida y con quiénes; el piso de la dignidad. Pero con fronteras y custodias que cobran derecho de paso a un mundo de filos donde los pies entran en la horma del zapato después de haberlos hachado.

Nuestra pregunta feminista contiene la de los derechos básicos pero socava esa epidermis e insiste ¿Quién nos falta? Nunca estamos todas, ni tampoco todes. Nos faltan las presas, nos faltan las asesinadas, nos faltan les trans, nos faltan quienes caminan más lento, las desaparecidas, las que cargan las heridas de varias generaciones, nos faltan les indígenas, las de los confines donde no llegan ni los discursos ni las acciones ni las marchas, las notas que escribimos, nuestros deditos levantados en las redes, la manera airada en que todavía se dice mujeres y se pasa la guadaña a todo lo que existe fuera de la línea de corte.

La pregunta por el feminismo es esa pregunta insidiosa, mala onda, porque justo cuando estabas acomodándote en una zona donde creías que era posible tomar aire interroga con la urgencia de las hormigas en el culo ¿a quién aplasto cuando me derrumbo en esta silla después de tanto caminar para que no me pongan el pie encima?

Ser feminista, creo, desde este territorio hecho de cuerpo, tierra, compañeres, semillas, plantas y animales, es una incomodidad permanente. La más clara noción de extranjería. Ser esa que está pero nunca pertenece ni quiere ser incluida –aunque se la pase intentando- porque no hay adentro sin sofoco. Porque vivir una vida feminista –gracias Sara Ahmed- es un trazado y borroneado constante de líneas de fuga. Y aun así hacer la tarea, buscar los bordes y el lenguaje de lo que todavía no se nombra o que cuando se nombra devuelve una mancha que dice de nadie nada. Como en la enumeración unos párrafos más arriba.

Pico y pala, amigues feministas. O las herramientas que quieran. Ser feminista, digo desde este territorio, es el trabajo de mantener la rabia como un fuego en invierno: alimentarla, no dejar que se erosione por la acumulación de razones para sentirla que de tan enmarañadas dejan de verse. Y cada vez hacerse la pregunta: ¿Quién falta cuando grito de dolor y bronca por el femicidio de una adolescente? ¿Tengo que gritar cada vez por todes? ¿Y a quiénes estuve dejando sin duelo hasta ese momento en que el llanto es no solo la empatía sino también la mercadería de los discursos públicos? Cómo alimentamos la rabia mientras abrigamos la ternura.

¿Cómo se contesta a la pregunta de qué es ser feminista sin la incomodidad de sumar una sentencia más a las que se suceden en estas épocas? ¿cómo contestar a esa pregunta sin devolver otras, constantes, cotidianas? Cómo hago para envejecer sin tanto duelo, cómo se desarma esta casa del amo sin que se caiga el techo encima, cómo hago para dejar de sentir que el amor es una pareja y la soledad su ausencia, cómo me miro en el espejo sin desear ser como ya repetí mil veces que no hay por qué ser, que esa belleza añorada es solamente una cárcel; cómo hago para ser feminista y asistir a la vez al constante fracaso de las construcciones colectivas y por qué no puedo extirparme como una piedra de la locura la noción de fracaso y de éxito que es menos feminista todavía que las novelas de la tarde.

Y las preguntas siguen: cómo conservo la empatía y tiendo la mano. Y cómo me resguardo. Cómo demandamos a la Justicia patriarcal que se autodestruya y cómo ponemos las manos en el fango para asumir nuestra parte del asunto.

La tarea es ardua, no entra en esta página. Está en los pliegos de las demandas callejeras y en la incomodidad que habitamos cotidianamente. Está en ese cansancio que a veces se siente por ser siempre la que señala, la que escupe el asado, la que aporta eso que la reacción llama corrección política pero que es parte de ir socavando los cimientos de los postes que sostienen las fronteras.

Estamos siempre llenas de preguntas aun con las manos constantemente en la masa.

Pero por qué nos preguntamos una y otra vez qué es ser feminista. O peor, por qué es tan común decir qué es y qué no es feminista en lugar de preguntarnos, con el cuchillo en la boca y ánimo de ir hasta el fondo, cómo estamos siendo feministas ¿Cómo lo hacemos? ¿Con quiénes? ¿Quiénes nos faltan?