Uno de los principales ejes de ser feminista hoy, a diferencia de hace unos años, creo que es ser conscientes todo el tiempo de que hay feminismos múltiples, y no uno solo, y que por lo tanto hay muchas maneras de expresar esa condición que está en la base de nuestro punto de mira de la realidad, por un lado, y sobre la que cada una de nosotras superpone otras creencias, modos de ver, ideologías, pertenencias.

Ser feministas hoy, por lo tanto, incluye la posibilidad de disidencias con otras feministas, pero debería darnos la perspectiva necesaria para entender que cuando el patriarcado ataca “al feminismo” lo está haciendo con todos, y que es necesaria la solidaridad de género y la certeza de que este múltiple despertar, y sobre todo el de los feminismos populares, están generando un gran temor que se traduce en odio. Son esos feminismos los que en el fondo provocan esta increíble reacción criminal que día tras día se traduce en femicidios.

Muchos casos recientes, y por otros casos en los que hay mujeres que gritan para ser escuchadas a pesar de haber hecho denuncias o pedido ayuda judicial o policial inútilmente, implican la conciencia de que el patriarcado anida cómodo tanto en varones como en mujeres: hay comisarías de la mujer y juezas que siguen trabajando sin perspectiva de género, y funcionan como multiplicadoras escandalosas de la lógica de que la palabra de la víctima no alcanza, que minimizan denuncias o se las sacan de encima con una perimetral de las que los femicidas se burlan, o que actúan como si no estuvieran ubicadas en tiempo y espacio.

No hay día en el que una mujer no desaparezca, mientras otra es hallada ya sin vida: y sin embargo, esos expedientes que no son leídos o esas medidas de protección que no se toman, están a cargo de varones y también de mujeres que han sido tragadas por la supremacía masculina, y han sido convertidas en facilitadoras de crímenes de odio.

Que el patriarcado es transversal primero lo interpretamos como que recorre todas las clases sociales y los pensamientos políticos, pero hoy es urgente la comprensión de que esa transversalidad es además intragénero, y que hay discusiones pendientes no sólo con instituciones y con varones, sino también y sobre todo esas mujeres que a pesar de todo el camino recorrido, responden con el sadismo de la indiferencia.

Nada de esto es nuevo, porque siempre el patriarcado fue un sistema de opresión instrumentado por varones y mujeres, en todas las épocas, en todas las latitudes, en todas las versiones patriarcales. Yace en el fondo del lenguaje, se transporta como un sentido común degenerado, opera allí donde no hay defensas ni activismos ni redes de contención.

La mayoría de los femicidios siguen ocurriendo después de que una mujer decidió ponerle fin a una relación. Parejas y ex parejas incapaces de aceptar que nadie es de nadie y que el amor no consiste ni es equiparable a la propiedad privada asestan su golpe criminal sobre sus víctimas, muchas veces renunciando ellos también a la vida.

¿Qué pasó que eso que alguna vez creyeron que era amor se convirtió en puñal, en cuchillo, en bala, en patadas, en el fuego en el que arden sus víctimas? ¿De qué lugar siniestro sale esa idea que los consume y los vuelve monstruosos? La primera respuesta creo que es: de un tremendo malentendido sobre el amor. De la desviación y la patología del paradigma del amor romántico.

Ser feminista hoy es hacerse la gran pregunta sobre el amor, porque si no se ama de acuerdo a ese paradigma del que salen tantos femicidas (si no sos mía no sos de nadie), necesitamos preguntarnos cómo amar y cómo ser amadas sin miedo y con la certeza de que hay que crear otro tipo de vínculos que pongan más en valor la amistad que la pasión, la lealtad que la adrenalina.

Es una larga tarea cultural, con respuestas que todavía no tenemos en muchos casos más que epidérmicamente, pero es la única que nos pondrá a salvo del odio de género y al mismo tiempo nos dará nuevas premisas para amar: reconocer el amor en la armonía y no en el arrebato pasional. Parece simple. No lo es.