Gustavo era una foto colgada en una pared de la casa de Johanna Rambla. Una foto puede ser un silencio, una presencia muda. En este caso era también la huella de un fantasma. A inicios de los 90, cuando Johanna tuvo la edad para ser realmente consciente de esa foto, ya había pasado casi una década de la muerte su tio abuelo Gustavo. Luego supo que no solo era una foto, sino muchas fotos, y por eso el silencio alrededor de las imagenes era aún más profundo. ¿Quién fue ese hombre de mirada seductora y media sonrisa de Monalisa? Esa foto colgada era más que sugerente, Gustavo estaba con el torso desnudo y una toalla al cuello, apoyado en una pared de madera como las de los saunas: parecía alguien yirando entre vapores de piedras calientes en esos refugios del placer para muchos gays entre las décadas del 60 y 70. Johanna siguió el enigma de esa foto hasta encontrar una vida, la de su tío abuelo que era también la suya.

POSTALES DESTERRADAS

“Gustavo y yo no vivimos ningún año en común. Toda la información que sé es por medio de mi abuela y mi mamá. Y también por documentos con fechas, videos y fotos”, dice Johanna, quien hizo una suerte de investigación para acabar con el silencio alrededor de él, y parte de eso que puedo conocer lo terminó convirtiendo en Gustavo para colorear, una publicación mitad foto-libro, mitad fanzine, donde se recupera la “libertad, el juego, la diversión” de su tío abuelo. El eje central de la publicación autoeditada es intervenir con colores las fotos blanco y negro, tal como lo hacía Gustavo. “La primera foto, la que está pintada de rojo, la intervino él. Incluso quedaron marcadas sus huellas digitales”, dice Johanna Rambla sobre una foto que abre la publicación, donde una familia en blanco y negro está rodeada por una suerte de rojo ardiente. Johanna heredó la antigua técnica de coloreado manual de las fotos blanco y negro, una técnica que seguro Gustavo, nacido en 1935 en San Juan, recordaba de los álbumes familiares de su infancia, cuando aún se pintaban las fotografías a mano. Mientras descubría la multitud de fotos de su tío abuelo, Johanna aplicó color manual a los retratos para imprimirles una suerte de aura, hacer que cada foto hablara otro lenguaje plástico, rompiendo el silencio biográfico de su familia: “Gustavo tenía una mejor amiga que se llamaba Ana Saxon, que también era muy cercana a la familia. Mi bisabuela y madre de Gustavo, Clarita, le dijo a ella en una conversación que le parecía raro que entre ellos dos nunca haya habido un amorío, a lo que Ana le respondió que a ella le hubiera encantado, pero era imposible porque Gustavo era homosexual. Según mi abuela Raquel, cuñada de Gus, una vez que supieron de su homosexualidad no se habló más del tema en la familia”. De eso no se hablaba hasta que Johanna comenzó a visibilizar la vida errante de Héctor Gustavo Hoffman, nombre completo del hermano de su abuelo Carlos que nunca llegó a conocer personalmente. Además de Argentina, Gustavo vivió en Israel, en Colombia y en Estados Unidos, trabajó como traductor para Naciones Unidas y para la DEA. Sus fotos a veces eran postales de sus vueltas por el mundo, retratos migrantes como tantos homosexuales desterrados de antes y de ahora que escapan de toda patria. Gustavo para colorear también es un mapa como rompecabezas inconcluso, piezas sueltas de la fuga como deseo.

FLASHEAR EN COLORES

Unas 40 fotos, la mayoría intervenidas con acrílico, marcadores y lapiceras, agregando a veces formas abstractas o figurativas, otra veces textos, maneras múltiples de hacer que esas fotos cuenten las vibraciones de una historia. En esas intervenciones se despliega la sensualidad, el humor, el homoerotismo, el absurdo, lo camp y otras modulaciones. Gracias a dibujos, manchas y garabatos de Johanna, Gustavo puede ser una sirena de cola amarilla y lunares rojos, otras veces tiene barba y pelo largo celeste y blanco, otras habita espacios con fondos a lunares como nevadas de colores o se acuesta sobre campos de pequeñas flores amarillas como luciérnagas diurnas. Los retratos fotográficos convertidos en fiestas de disfraces, la máscara es el verdadero rostro. Flashear en colores: atemperar el ceniciento y lúgubre realismo del blanco y negro y revelar el carnaval de lo vital. Johanna encuentra el movimiento del deseo en esas fotos y lo traduce con sus trazos colorinches: “En algunas fotos hay personas que siento que pudieron haber sido sus amantes/parejas. Y también pienso como posibles amantes a los fotógrafos detrás de las imágenes en las que él aparece. Tengo la sensación de parte de quien lo mira que se transmite algo de amor y deseo.” Incluso una firma encontrada en unas fotos la llevó a un pequeño descubrimiento de un gran fotógrafo colombiano, quien imprimió su amor en los retratos de Gustavo. “Cuando encontré una dedicatoria a mano en el dorso de una de las fotos, firmada por Hernán Díaz, lo googlié y descubrí que fue un fotógrafo muy reconocido del siglo XX de Colombia, como Sara Facio pero de allá. Llegué a un mail de contacto después de una búsqueda más difícil de lo que esperaba. Parece ser que esta persona a la cual contacté era la pareja de Hernán Díaz y se encarga de su archivo. Intercambiamos un par de mails donde yo le conté que tenía fotos firmadas. No me dio mucha bola. Solo me contestó, al ver una foto que le mandé, que lo conocía a Gustavo y lo recordaba como 'muy bello y gracioso'”, cuenta Johanna, quien también se convirtió en fotógrafa profesional, especialista en retratos, una pasión que tal vez pudo iniciarse en esa fascinación con las fotos de su tio abuelo: “No se si concretamente esa foto tiene que ver con mi oficio, pero sí quizás influyó el archivo familiar en general. El mirar fotos en familia, desde siempre. Desde chica disfruté mucho de escuchar a mis abuelos y a mis papás contar historias familiares mientras mirábamos imágenes.”

SILENCIO = MUERTE

Al final de Gustavo para colorear, Johanna cuenta que su tío abuelo murió de sida en 1983. Hay muchos datos de la epidemia que aún no se investigaron o no se difundieron, y esto ilumina una parte de esa época aún desconocida, que tal vez sea la del primer argentino que murió de sida, aunque su muerte lo haya encontrado en Estados Unidos. Entre 1982 y 1983 solo se diagnosticaron siete personas en Argentina, pero recién se comenzaron a notificar oficialmente los casos desde 1990. El sida a nivel local a inicios de los 80 aún es una historia ignorada. Por eso le pedí a Johanan si podía desarrollar más sobre su investigación, datos que no están incluidos en su foto libro: “Como todo esto pasó a principios de los 80 cuando se sabía poco y nada del sida y aún se la llamaba la peste rosa, Gustavo se enfermó de neumonía y lo internaron. Y después de un tiempo corto lo mandaron a la casa porque no sabían cómo tratarlo, y tenían miedo los mismos profesionales del hospital. Por lo tanto estuvo un tiempo en su casa con enfermeros. Cuando empeoró volvió al hospital donde murió, el 28 de noviembre del 83. Me cuenta mi abuela que en diciembre del 82 viajó a Argentina a pasar año nuevo con la familia y ya estaba enfermo. Tenía manchas en la piel, algo llamado 'sarcoma de Kaposi'. En mi familia misma no sabían qué era ni si era contagioso. Un médico amigo de la familia les mencionó por primera vez la palabra AIDS y su relación con los síntomas de Gustavo, pero no supo tampoco explicarles qué era exactamente porque no lo sabía.” Unos años después, en 1987, se funda Act Up, una organización de lucha contra el sida que propondrá una campaña a partir de la consigna “Silencio = muerte” como denuncia del mutismo generalizado en relación a la enfermedad. Esta anécdota ilumina cómo en Argentina aún se hablaba de AIDS, y no había una traducción ni existían palabras para hablar del sida. Frente todo lo que no se pudo contar y lo que no tuvo ni tendrá un relato articulado, Johanna encontró maneras de decirlo con fotos, colores y palabras manuscritas con más preguntas que respuestas, donde logra dibujar una vida contra el silencio.

Gustavo para colorear de Johanna Rambla se consigue en el Instagram de la autora.