Para mi madre, en los años 80, la serie de la tv española Anillos de oro -órgano de propaganda de la sanción del nuevo código civil y suerte de folleto informativo sobre la reciente incorporación del divorcio- era el ingreso al escaparate de los vínculos otros, los que -a diferencia de su interminable matrimonio legal con mi padre- sufrían variabilidad. De niño, fueron esos guiones de la actriz y dramaturga Ana Diosdado los que me permitieron considerar, retrospectiva y oblicuamente, la posibilidad de “Morir en Madrid”. Luego, a comienzos de los años 90, (me) llegó Pedro Almodóvar y dos ejemplares de la revista Ajoblanco (uno con el novelista Ray Loriga en tapa, otro con el cineasta). Por ende, yo no debo echarle la culpa a Río, ni a Nueva York, ni a Buenos Aires, ni a Londres del germen céntrico de mi putez, experimentada desde aquel momento como una resistencia a la fijeza de las relaciones: la culpa la tiene la capital española. “Vos no querés a nadie” solía recriminarme mi madre cuando, desde el torremarfilismo de mi cuarto en la ciudad de Ensenada, yo vociferaba en contra de las formaciones familiares tradicionales de tíos, primas y vecinos. Es cierto: soy puto por oposición. Le debo a España ese ímpetu y es España la que me convoca ahora, más de tres décadas después de esas insurgencias, a presentar en Buenos Aires los 40 años del primer orgullo, aquel de 1977. En la radio, cada medianoche; en las últimas ediciones de las marchas de Buenos Aires; en varias instancias públicas en las que me toca tocar el orgullo, toco la cita. Cito, hago públicas, reproduzco vidas ajenas, arrojadas a la violencia y destinadas más tarde a la fiesta. Recuerdo con voz propia (que es propia porque me pertenece su préstamo, no su titularidad) que los caminos de la desobediencia van de la pista de baile al muro de los lamentos. No hay, sigue sin haber, manifestación más poderosa que una parranda: en Chueca, el barrio más maricón del mundo, entre el 23 de junio y el 2 de julio, nos toca protagonizar la gangbang más urgente, en tiempos de un campo de concentración para gays en Chechenia. Abro este capítulo en Buenos Aires, pero el desfile final de nuestras potencias disidentes será en Madrid. Bolas de espejos, colores del arco iris, la sangre derramada y los tacones lustrados.