Tito Fargo calcula que está cumpliendo 50 años de rock. De tirar paredes con Luca Prodan en la Hurlingham Reggae Band y con el Indio Solari en Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (“los pelados de mi vida”, dice) pasó a ser un músico independiente, nómade, experimental, que a los 62 años conserva, dice, el antídoto para el aburguesamiento. Como tantos otros músicos, Tito Fargo representa el soporte casi invisible de bandas y solistas embebidos en su carisma. Su rol es clave: un aporte sustancial, pero desde las sombras. Dentro del perfil bajo que lo define, ostenta un itinerario riquísimo. Desde hace casi dos décadas batalla en un trío que pide más atención como el de Gran Martell. Ahora movió una ficha sentimental que, como todo lo que roza a Patricio Rey, tiene impacto: acaba de exhumar “Rodando”, un tema inédito de los Redonditos cuya música le pertenece.

La canción es un clásico de la vasta discografía pirata de la banda. Un tema hermoso que ahora Fargo decidió despojar de cualquier atisbo de rock and roll: lo desnudó, sobregrabó dos guitarras, lo cantó y lo incorporó a otros de los proyectos que lo obsesionan desde hace años: Dub Station. Pasaron cuatro décadas de aquellas performances en locales como Palladium o el Stud Free Pub y ahora “Rodando” exhibe una sorprendente lozanía como lo que es: una canción sencilla y sensible.

¿Por qué “Rodando” ahora? “Fue las ganas de volverla acústica, fue la pandemia que me puso en otro sitio y fue también observar en las redes la repercusión que tienen las grabaciones piratas de los Redondos. Además, la letra del Indio tiene vigencia. Habla de un tipo que yira y yira, sin saber bien qué hacer, sin comprometerse”, dice Tito, por videollamada desde Valeria del Mar, balneario ricotero si los hay. Allí Solari pasó solitarias temporadas invernales y garabeteó muchas de las canciones de la primera época de Patricio Rey. Tito Fargo D’Aviero se encuentra en este fin de verano acondicionando una casita, dando rienda suelta a otras pasiones: el diseño, la construcción, la arquitectura. “Soy maestro mayor de obra. Me gusta trabajar las maderas, me gusta pensar casas, reciclar puertas y ventanas. Hago algunas cositas a pedido, para amigos. Pero como hobby, como terapia”, dice.

Tito Fargo y los Redonditos

Sus largas lanas blancas le dan un aspecto gótico o medieval. Está metido en decenas de proyectos –músicas para documentales, conciertos con Gran Martell, la producción de bandas (produjo a desde No Te Va A Gustar hasta la Fernández Fierro) –, pero le da cabida a la edición de su nueva música, “Rodando” incluida. Sabe lo que representa todavía, a 20 años del final de la banda, el diminutivo Redonditos. “Otro tema mío también quedó inédito, ‘El regreso de Mao’. Y gran parte de las ideas musicales de ‘Mi genio amor’ son mías. Siempre me preguntan por qué no fueron grabadas. No tengo más respuestas que la siguiente: yo nunca participé de ninguna decisión en los Redonditos. La banda la manejaban Poli, Skay y el Indio."

-¿Te dolía que se manejaran así?
-Ya pasó mucho tiempo. Nunca hubo dudas: siempre quedó claro que ellos elegían qué se grababa y qué no. Pero es cierto, uno aspiraba a cierto reconocimiento. Yo llevé a la banda a Piojo Ábalos y a Willy Crook. ¡La primera vez que los vi estaban tocando con Semilla y una batería electrónica! Entré justo cuando dejaron la cosa más teatral y se centraron en el rock. En fin, grabé Gulp y Oktubre. Cuando no me la banqué más me fui. Ya había tenido mis bandas, ya había tocado con Luca en la Hurlingham Reggae Band, pero era muy joven.

-¿De dónde venía el interés por el reggae?
-Bueno, Luca… Yo creo que fuimos los primeros en tocar reggae en la Argentina. Luca manejaba mucha data. Iba más allá del reggae, digamos, comercial. Más allá de Bob Marley. Nos hacía escuchar a Gregory Isaacs, a Black Uhuru…

-¿Por qué no grabaron?
-Es que la banda madre era Sumo. La Hurlingham era tocar más como un trabajo, para ganar un dinero extra. Sumo se presentaba en el Einstein o en Zero Bar, no sé, ponele, un viernes. Y la Hurlingham Reggae Band tocaba el domingo. Era laburo. Pero los shows estaban buenos. Yo en ese tiempo repartía pan en la camioneta Fargo ¡que me dio el nombre para siempre! Esa camioneta transportó a muchísimas bandas. Hasta fui fletero de MAM, el grupo de El Palomar de los Mollo. Había un cliente mío, del reparto, que tenía una trompeta. Yo sabía que a Luca le gustaba tocar la trompeta, así que se la llevaba a los conciertos de la Hurlingham. ¡Terminó pulverizada!

A diferencia de otros músicos, que viven en tensión con su pasado, Tito Fargo se entrega con naturalidad a la evocación. No hay conflicto y, asimismo, no detiene su marcha. No deja de reflexionar sobre el período alucinante que le tocó atravesar.

-Escuchando los dos primeros discos de los Redonditos, resulta conmovedor cómo tu guitarra “dialoga” con la de Skay. En “Motorpsico”, por ejemplo.
-Sí, “Motorpsico” es una de mis preferidos. En “El infierno está encantador” también se da eso. A veces es diálogo, otras es complemento, amalgama, cruce. La mía y la de Skay son dos violas bien diferentes. Creo que le dieron el sonido a la banda de esos tiempos, un sonido muy particular, muy interesante. Otras canciones que me gustan como quedaron nuestras guitarras son “Superlógico”, “Criminal mambo”, “Fuegos de octubre”.

Una revelación

Hector D’Aviero nació en los pagos de Tanguito, Caseros, pero de muy chico vivió en Hurlingham. Hijo de padres separados, de niño quedó prendado a un aroma: el olor a la madera de las guitarras de la casa de un luthier. Tenía siete años, y por esa revelación olfativa supo que iba a ser guitarrista. El primer trío que tuvo se formó en la escuela primaria, con su compañero de banco Chofi Faruolo, que después tocó con Luis Alberto Spinetta. También tocaba de adolescente con Eduardo Criscuolo, bajista que se hizo un nombre con el Generación Cero, de Rodolfo Mederos. No paró de patear las calles del Oeste. “Como no tuve contención familiar, al toque me independicé. Yo sabía dónde estaba mi destino. Más allá de lo bien o mal que tocaba la guitarra, creo que siempre fui un catalizador de las energías de los grupos. Una prenda de unión. A veces no es tan importante lo musical sino lo psicológico: cómo manejar los egos de los otros, las frustraciones”.

Después del alejamiento de los Redonditos, se fue a España. Tenía 28 y pensaba que iba por un tiempo breve, solo para capear la hiperinflación argentina. Se quedó 15 años. En la España del desenfreno y el consumo vivió de todo. Desde experiencias under, como la banda que compartió con Roberto Pettinato –Los Carnavales de Franco– o Los Románticos de Artane junto a Claudia Puyó, hasta giras con Héroes del Silencio o Rita Marley. O ser convidado por un viejo amigo que llegó lejos, Afo Verde, para sumarse a una gira europea como guitarrista de Natalia Oreiro. “Fue un tremendo aprendizaje. Además, pude ver shows de la puta madre. Vi a Frank Zappa, a Pink Floyd. En España me di cuenta de qué soy exactamente: un trabajador de la música. También vi un montón de ángeles caídos en Madrid. Cuando llegué pensé: ‘¿A ver a cuántos Luca me encuentro en España?’. Pero no, Luca era único. Un tipo brillante, que pedía afecto a los gritos. De él, de gente de Hurlingham y de los Redonditos, cómo no, aprendí mucho.

-¿Qué por ejemplo?
-No es fácil definirlo. Es una actitud. El músculo de la independencia. El despojo.

-¿Cómo sería eso?
-Mirá, yo creo que el rock debe ir por el lado del low-fi y la libertad. Es un género en el que te puede conmover un cantante desafinado. O un ruido. Ser rockero es avanzar con las herramientas que tenés. Y el mismo rock crea sus propios antídotos. Pasó con el rock progresivo: el antídoto fue el punk. Luca nos enseñó el reggae procesado por los punks de Inglaterra. Y hacía música con lo que tenía. Por esa agarraba una trompeta, y la descosía. Podría haber sido otro instrumento. Eso para mí tiene que ver con el rock. Con Gran Martell pensamos así.

-¿En que estado se encuentra Gran Martell?
-En estado pandémico.

Gran Martell es una gran banda. Integrada junto con Jorge Araujo (baterista de Divididos durante nueve años) y Gustavo Jamardo (exbajista de Porco), se manejan con esos “axiomas rockeros” desplegados por Fargo. Su cuarto disco se llamó, con obviedad, 4, y contaron con un ingeniero de sonido inglés que llegó a trabajar con los Rolling Stones, Barry Sage. La filosofía de la banda se puede deducir del título del documental sobre la grabación de 4, que va a ser exhibido en el BAFICI: El mensaje de tu corazón no tiene segunda toma. “Y es así. ¡Todo de primera toma! Es una película de una hora, que la dirigió Ale Rall. Un buen testimonio. Lentamente, con Gran Martell vamos a ir retomando la agenda presencial”.

-¿No está algo subvaluada Gran Martell en la consideración general?
-No sé. Es que nosotros hacemos las cosas muy a nuestra manera. En el documental se puede apreciar. Nuestras giras están apoyadas en la improvisación. Y quisimos llevar esa idea al estudio y grabar con cinta abierta a una toma. Todo a nuestra forma.

-¿Qué sería Dub Station en relación a Gran Martell?
-Dub Station soy yo. Es una unidad musical en sí misma.

A Tito Fargo le gusta combinar lo analógico y lo digital. Dub Station es, también, esa mezcla más bases del dub y la electrónica de los ’60 y ’70. “Yo digo que hago un folk ‘enrarecido’. Estoy en proceso de sacar un disco. Ya tengo grabadas unas 30 canciones; quiero que queden diez. Al disco le voy a poner Electrocáustico y espero poder tener una edición en vinilo”.

-Hay una recurrencia vintage en tu discurso.
-Bueno, así como me gusta reciclar puertas y ventanas, en casa conservo almacenados dats, casetes, cintas. ¡Y tengo los soportes para escucharlos! Sí, me gusta lo que la gente llama “tecnología obsoleta’. En pandemia hice un streaming con música inmersiva, que te permite escuchar el sonido a 360 grados.

-De Luca a los Redonditos, de un power trío a la música inmersiva…
-Sí, todo cabe. Hay un hilo conductor entre el pibe que se fue de la casa de sus padres muy joven y este tipo que sigue buscando. En el centro está la música: es mi alimento interior y mi lenguaje. No voy mucho al pasado. Pero cuando voy, es como estar sostenido por un elástico: tira para atrás y luego viene el envión que tira hacia adelante. Lo que hay allá adelante es aventura, desafío, y eso me mantiene en la ruta, feliz, jugado a las cosas que me interesan.