Si hace un año les hubieran preguntado a qué se dedicaban, Alan Gontmaher (45) y Ángeles Espeche (49), hubieran contestado que tenían una pyme familiar textil en La Matanza. Sin embargo, pasaron de fabricar toallas, batas y cortinas a utilizar cotidianamente términos como “respirabilidad”, “microgotas” o “patógenos”. Es que hoy Kovi SRL es la fábrica detrás de la producción de los famosos superbarbijos que inactivan el virus, esos de color violáceo que usa hasta el Presidente de la Nación.

En menos de un año llevan producidos casi 2 millones de barbijos, con envíos a todo el país, y se preparan para exportar a Latinoamérica y Europa. Además, comenzaron a producir mascarillas y ambos para el personal de salud que elimina patógenos, para prevenir las enfermedades intrahospitalarias. En diálogo con PáginaI12, contaron cómo pasaron de estar noches sin dormir por no saber cómo mantener las fuentes de trabajo, a duplicar la cantidad de empleados y abrir una nueva planta.

DE BATAS A BARBIJOS

Gontmaher trabaja hace 27 años en la industria textil. “Veníamos muy golpeados como pymes y como sector industrial”, contó a este diario, debido a los últimos años de apertura importadora. A la crisis textil, en marzo de 2020 se le sumó la pandemia. “Los últimos años fueron durísimos, y después en abril cerró todo. Las cadenas grandes dejaron de pagar, cortaron el clearing, entraban los cheques, fueron noches de no poder dormir”, agregó Ángeles Espeche, gerente de la planta.

“Las pymes somos luchadoras, tenemos resiliencia, así que no nos íbamos a dar por vencidos, había que salir como sea, porque había 40 familias que dependían de nosotros y eso nos parece muy importante”, contó Espeche. Con los balances en rojo, la contadora de la empresa (Norma) le sugirió a Ángeles empezar a hacer barbijos. Al principio descartó la idea, pero ante el desplome de ventas de toallas y batas, y sin un horizonte de cuándo volvería la hotelería y el turismo, Espeche le llevó la idea a Gontmaher. Lo sentó y le dijo: “Tenemos que hacer barbijos”. 

Gontmaher dudó: “¿Cómo le vamos a poner un trapo en la cara a la gente? Una tela por si sola hace mal”, argumentó. “Otra no nos queda”, replicó Espeche. Gontmaher recordó una feria textil a la que habían ido en Barcelona un año atrás, en 2019. “Tenemos que ponerles nanotecnología entonces”, sugirió. En Kovi ya venían con la idea de realizar una toalla que inactive las bacterias para evitar el olor a humedad. Si podían eliminar patógenos de un textil, también podrían hacerlo con un virus, fue la premisa. Sobre ese momento, Espeche recordó: “Lo miré con ojos grandes, pensando, y éste que quiere hacer, y me dijo que se iba a poner en contacto con la UBA”. 

El desenlace es historia conocida. Científicos del CONICET, de la UBA y de la UNSAM, con el apoyo de la empresa Kovi SRL, desarrollaron el barbijo que se comercializa bajo la marca “Atom Protect”, que tiene tela antiviral, lo que permite desactivar el virus en sólo cinco minutos. Además, por sus propiedades bactericidas y antihongos evita que las personas respiren sus propios gérmenes, lo que les permite usarlo muchas horas y rehusarlo.

HISTORIA DE UNA RECONVERSIÓN

“Ahora vamos a hacer barbijos, necesitamos que apoyen esto porque no hay trabajo de otra cosa”, les dijo Espeche a los 40 empleados. “Todos se pusieron la camiseta”, contó. La investigación comenzó los primeros días de abril entre los investigadores vía Zoom, para mayo estaba la fórmula, en junio el producto ya estaba probado, y para agosto ya estuvo producido y listo para venta al público.

Llevan producidos casi 2 millones de barbijos. Ampliaron la cantidad de trabajadores en un 150 por ciento, y ahora tienen 100 empleados. En el medio, hubo que resolver el traslado de los empleados, trabajar con protocolos, licenciar a las personas de riesgo y reorganizar la producción ante cada aviso de “contacto estrecho”. Realizaron una inversión de más de 80 millones de pesos, financiada por el Banco Nación y Garantizar, para abrir una segunda planta. En la nueva, en San Miguel, llevaron la producción de textiles para el hogar, y la que tenían en La Matanza, que pensaban dejar, la reconvirtieron en una fábrica de barbijos.

La demanda es creciente, pero la capacidad productiva no llega al 100 por ciento. “Con la pandemia ocurre que no tenés un antecedente de ventas, entonces vas aumentando el volumen a medida que la sociedad va necesitando”, explicó Gontmaher. Desde que comienza la producción, con la confección manual, el proceso para el producto final lleva 60 días, con el tejido, la estampa, la impregnación, y la confección. Actualmente, trabajan para vender al exterior, ante el interés de varios países de Latinoamérica, y consultas de la comunidad europea. “El primer objetivo fue abastecer el mercado local, y estabilizada esa demanda, vamos a exportar”, anticipó el empresario.

MADE IN ARGENTINA

Tras el boom de los barbijos sociales, comenzaron a producir una nueva mascarilla para uso médico, con cuatro capas, con 97 por ciento de filtrado, superior a los N95. Además, están en pleno desarrollo de telas para ambos médicos que permitan la eliminación de patógenos. “El objetivo es prevenir las enfermedades intrahospitalarias”, explicó Gontmaher. Por otro lado, junto al Conicet trabajan en un alcohol en gel en crema, que implique desinfección, pero al mismo tiempo humectación. “A esta altura, hay mucha gente que tiene las manos destruidas”, detalló Gontmaher.

Al mirar para atrás, Gontmaher y Espeche sienten la alegría de haber podido superar la crisis, ampliarse y dar más trabajo, y a la vez el orgullo de haberlo hecho asistiendo la demanda de barbijos. “Es muy gratificante, pero para llegar a esto fueron días donde no salían las fórmulas, era probar y tirar, habíamos puesto muchísima plata y esfuerzo, había poco tiempo, no sabíamos nada de salud, hubo momentos donde te preguntás para qué te metiste”, recordó Espeche, que hasta hace 8 años trabajaba como abogada en Chubut, y al venir a vivir a Buenos Aires, abandonó el Derecho. “Me quedo con la industria”, comentó entre risas.

“El éxito todos los aplauden, pero hay que jugársela en inversión y desarrollo, que puede no llegar a nada”, añadió Gontmaher. Si tuvieran que aconsejar a las pequeñas empresas argentinas, Espeche recomendaría “se relacionen más con el sistema científico, porque hay gente calificada que hay que aprovechar para beneficiarse mutuamente entre empresas y la investigación”. Gontmaher concluyó: “Un país sin industria no tiene futuro, pero cuanta más ciencia y tecnología se aplique a la industria, más futuro vamos a tener. No es casualidad que el desarrollo vaya atado a la ciencia”.