1. Retrato de Dora (1976) de Hélène Cixous —editado recientemente por Las Furias en una primera vez en español a cargo de Agustina Saubidet B. — reabre la relación analítica mantenida entre el doctor Freud y la adolescente Ida Brauer (Dora) para ofrecernos una versión viva y teatral que, alterando el paradigma tan masculino de lo visivo, le construye a esa jovencita, capturada por el doctor Freud, un teatro de la voz. Si esta pieza teatral —muy sui generis y más para escuchar que para ver— “hace síntoma” es por las preciosas “fugas somáticas” con las que Dora vuelve a escena. Si Sigmund quiso atrapar a Dora, Cixous logró que Dora le monte a Freud una performance en pleno análisis. “Del teatro lo espero todo”, declaró Cixous.

2. El argentino Luciano Garbati instaló hace poco, frente a los tribunales de Nueva York, la estatua de una Medusa victoriosa: en una mano la espada y en la otra —sujetada de los pelos como si de una manija se tratase— la cabeza de Perseo. La risa de Medusa (1975) es un texto ineludible de Cixous que —acaso en sedición con La cabeza de Medusa (1922) de Freud— retomó en clave feminista esa figura mítica que, violada por Poseidón y maldecida por Atenea, deviene “mostra”.

3. Cixous es alguien que —por su historia, género y origen— parecía condenada a no poder escribir. Y mucho menos a escribir en francés: esa lengua suntuosa, esa “lengua que se da todos los lujos”. Cixous dice en La venida a la escritura (1977) que hay que traer a las mujeres a la escritura: es preciso que la mujer se escriba y se reescriba. El gran mandato “femifulmíneo” de este texto es: ¡Dora, escríbete, que tu cuerpo y tu voz se hagan oír! Hacer venir a las mujeres a la escritura es reponerles el lugar en el cual han sido violentadas. Si dijéramos que la escritura de Cixous es una escritura femenina, caeríamos en el tópico de las escrituras preseteadas: esas escrituras gestionadas por las economías libidinales ya impuestas. Se trata de salir de la tradición falo céntrica y decir, junto a Cixous, que toda escritura es —en la medida que nace— femenina. Para eso no necesariamente hay que ser mujer. Cixous dice que hay escrituras de ese “derrame femenino” como en Colette, como en Duras o escrituras de una femineidad indecible como en el caso de Genet. Se trata de llevar la escritura hacia un lugar indiviso, neutro o bisexual, como un modo de expulsar todo tipo de diferenciación: que el sentido se escriba en términos de absoluta individuación. Cixous reclama la salida de “la gloriosa monosexualidad fálica del hombre” para no caer en ningún excluyente, sino para “multiplicar los efectos de la inscripción del deseo”.

4. ¿Qué Dora es ésta? No es ni Ida Bauer (1882-1945) —la real (la joven real a quien su padre llevó como “enfermita” a “analizarse” con el doctor Freud)—, ni la Dora que inventó con ese seudónimo el famoso médico, ni tampoco la Dora cristalizada por la exégesis psicoanalítica. Es otra Ida/Dora imaginada y fantaseada por el prodigio de la escritura. Lo peor que podría decirse de este texto es que trata sobre el famoso “caso Dora” que por otra parte llevó a Freud a descubrir la transferencia. Lo que hace Cixous es huir de la casuística: pone en escena a Dora en la situación de análisis para desnudar la trama de sus más íntimos devaneos sin las estructuras de ficción que el patriarca Freud armó sin consentimiento.

5. Dora — con ese nombre de fantasía que Freud le puso evocando acaso la palabra griega δωρα que significa "regalo"— es ese múltiple don entregado a un juego de machos: el padre de Dora, un amigo íntimo del padre de Dora, Freud mismo, y, más tarde, el psicoanálisis todo en su versión macha. Dora —hija tanto de un padre que adora (Philip Bauer) como de una madre que execra (Katharina Gerber-Bauer)— es objeto de un cuarteto u ominoso intercambio del que participa una pareja “amiga”: Hans y Peppina Zellenka, rebautizados por Freud con los kafkianos nombres del señor y la señora K. La historia es simple y perversa: el padre de Dora intercambia a su hija por la señora K., que es su amante; para ello, cranea con el señor K el modo de seguir sus aventuras con la susodicha señora sin mayores altercados. Yo tomo a tu esposa; a cambio te ofrezco a mi hija.

6. Un efecto colateral o “error técnico” ocurre. Para Ida/Dora la señora K. encarna el modelo de la mujer absoluta. Para Dora esa femme deseada designa lo que no se quiere nombrar: la homosexualidad femenina, marginada por el psicoanálisis, y que, sin embargo, emerge en esta historia como si se tratase de una verdad entre bambalinas que puja por salir. No es sólo la mujer como “gran continente” lo que cuesta intelegir, sino también la erótica que —entre admiración y deseo— sella una relación singular y soterrada: esa “fascinada atracción” entre Dora y la madura señora K. Si Freud quiere que Dora le verifique una teoría, Cixous quiere que en Dora no sólo resuene el más sáfico de sus deseos, sino que repique contundente, —luego de los breves tres meses que duró la terapia— el plantón con que Dora abandona las sesiones con el afamado médico. Ida/Dora —como la Nora de Ibsen en Casa de muñecas –supo dar el gran portazo. Lo demás es análisis.-