“No soy una homeless, soy una houseless”, le responde Fern a una ex alumna adolescente luego de una pregunta inocentemente punzante. La diferencia entre ambos términos podrá parecer ínfima, pero en el fondo es enorme: no es lo mismo no tener un hogar que no tener una casa. Fern ya no tiene casa, pero ha comenzado a comprender que su hogar está ahí donde ella esté. Amén de esa van orgullosamente tuneada al gusto personal gracias a la cual recorre las rutas y parajes de su país, los Estados Unidos más profundos. Fern es una nómade recién iniciada y, como afirma el título del tercer largometraje de la realizadora Chloé Zhao, su tierra va cambiando a medida que el movimiento la empuja. Fern es Frances McDormand en otro rol consagratorio de su carrera, una mujer viuda que ha superado los sesenta abriles y que, de golpe y porrazo, se ve enfrentada a la necesidad de reinventar su vida. Una vez más. Nomadland llegará a las salas de cine locales el próximo 15 de abril y lo hará con seis nominaciones a los premios Oscar a cuesta, incluidas las cuatro más importantes: película, dirección, actriz y guion (adaptado)

La placa que abre la película podría formar parte de un documental: “El 31 de enero de 2011, debido a la baja demanda de yeso, la compañía US Gypsum cerró su planta de Empire, en Nevada, luego de 88 años de funcionamiento. En julio de ese año, el código postal de Empire, 89405, fue discontinuado”. Y si bien la historia que se relata en Nomadland pertenece en gran medida al terreno de la ficción, el guion, escrito por Zhao, está basado en la investigación de la periodista y escritora Jessica Bruder, publicada en 2017 en forma de libro bajo el título Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century. Bruder pasó varios años viajando a lo largo y a lo ancho del país en una camioneta, contactando y relacionándose con decenas de ciudadanos mayores, viajeros perennes que se detienen por un tiempo en ciertas ciudades en busca de trabajos temporales con los cuales morigerar los golpes de la situación económica. El personaje de Fern es el producto de experiencias reales, una creación ficcional cuyo espíritu está habitado por los deseos de personas de carne y hueso. En cuanto al pueblo de Empire, una simple búsqueda online permite certificar que fue fundado en 1923 y que llegó a tener una población de 750 habitantes –en su gran mayoría empleados de US Gypsum– y que, poco tiempo después del cierre de la planta, terminó transformándose en un ejemplo cabal de esa invención genuinamente estadounidense, que poco y nada tiene que ver con lo sobrenatural: los pueblos fantasma.

Fern recoge sus pertenencias y las carga en la camioneta. Ya no hay nada más que hacer en el lugar. Un abrazo y un atisbo de lágrima marcan la despedida, antes de iniciar el primer tramo de un viaje sin destino final a la vista. Por lo pronto, sin techo ni trabajo, pero con la ley de la independencia personal como norte, la mujer se dirige a una enorme planta de empaquetamiento y despacho de Amazon (las escenas fueron filmadas en un galpón real del gigante global), empresa que permite que los empleados temporales instalen sus casas rodantes –que hacen las veces de hogares– en un enorme estacionamiento. Fern comienza su recorrido como trabajadora golondrina, nueva línea laboral que la llevará a atender al cliente en locales de comida rápida, a ser anfitriona de un camping, a separar las papas más grandes de las más pequeñas en un centro de abastecimiento y a limpiar baños. Para jubilarse faltan varios años y si apura esos trámites el dinero no alcanzará siquiera para cubrir la primera quincena de los meses por venir. El rostro curtido e inteligente de McDormand, sin maquillaje de tipo alguno, el cabello cortado irregularmente, se impregna de los reflejos de los paisajes del oeste estadounidense –muchos de ellos crudos, desérticos o helados– y se mimetiza a la perfección con las personajes secundarios con los que se va cruzando, en su mayoría y salvo una notable excepción, nómades de la vida real interpretando versiones más o menos fieles de sí mismos. 

“Todo sucedió muy rápido debido a lo que queríamos capturar: las estaciones y los diferentes paisajes del oeste estadounidense. Pasamos del desierto alto al bajo, de las llanuras al océano”. Las palabras de Chloé Zhao en conversación con IndieWire, justo antes del estreno mundial de Nomadland en el Festival de Venecia –donde obtuvo nada menos que el León de Oro a la Mejor Película en competencia oficial–, reflejan el trabajo durante cuatro meses de rodaje con aquellas personas que forman parte del movimiento de trabajadores nómades. Un grupo de hombres y mujeres que suele reunirse en determinados lugares, durante una cantidad de días prefijada, conformando una particular comunidad en la cual el trueque es rey y la solidaridad está bastante más cerca de la mano que en otro tipo de organizaciones sociales formales. El guion fue adaptándose en el camino, incluyendo detalles de las personalidades de algunos de ellos y retazos de las historias que relataban. “Traté de enfocarme en la experiencia humana y en aquellas cosas que siento que van más allá de las declaraciones políticas. Cosas más universales: la pérdida de un ser querido, la búsqueda de un hogar. Sigo pensando en mi familia en China. ¿Qué sentirían respecto de un vaquero de Dakota del Sur o de una mujer de 60 años que vive en los Estados Unidos. Si hubiéramos sido demasiado específicos eso hubiera creado una barrera”.

LA DIRECTORA CHLOE ZHAO

GO WEST

Nacida en Beijing, República Popular China, hace 38 años, Chloé Zhao pasó su adolescencia consumiendo manga y cine de toda clase y origen y, según sus propias declaraciones, siempre tuvo un interés enorme por la cultura occidental. A los 15 años su vida cambió por completo al ser enviada a una escuela en el Reino Unido, donde además de continuar sus estudios secundarios comenzó a aprender desde cero el idioma inglés. De allí a California y a Nueva York, donde años más tarde cursaría la carrera de producción cinematográfica. La breve descripción biográfica no tendría mayor interés que el dato duro de no ser por la notable mirada sobre la sociedad de su país adoptivo que regalan sus tres películas hasta la fecha. El debut en el largometraje de 2015, Songs My Brothers Taught Me, fue filmada en una reserva indígena de Dakota del Sur y narra la compleja relación entre un joven y su pequeña hermana, ambos descendientes de la tribu sioux. La película siguiente, The Rider (2017) –premiada en el Festival de Cannes y exhibida en el Bafici– retoma algunos de los tópicos del western clásico para contar la historia contemporánea de un hombre, ex figura de los rodeos, que luego de un accidente y una lesión cerebral debe enfrentar las más serias limitaciones de las funciones motoras. Con sus atardeceres rústicos, paisajes abiertos al infinito y tensiones muy queridas por el cine estadounidense a lo largo de su historia, los dos films reflejan a una sociedad desde su interior, pero con una mirada que necesariamente incorpora elementos de ajenidad. Podría hablarse sin duda de una trilogía “americana” que Nomadland termina de completar. En su tercera película, Zhao vuelve a recorrer algunos de los senderos secundarios del western, aunque en este caso los pioneros no se mueven en carruajes cubiertos por telas blancas sino en las más confortables caravanas a motor. Los personajes, en tanto, no están motivados por hallar un lugar en el cual afincarse para el resto de sus vidas sino, simplemente, en sobrevivir. Y en seguir de viaje, siempre, sin detenerse. En la misma línea de pensamiento, no es temerario afirmar que Fern está más cerca de aquellos forasteros que, a pesar de las tentaciones (que las hay, las hay, como se verá) nunca terminaban de instalarse en un sitio y sentar cabeza. Todo eso ha quedado en el pasado, en esa casa que compartió con su esposo durante tantos años y que ahora permanece vacía, fantasmal, mirando de frente unas montañas que se le antojan más solitarias que nunca.

Como Zhao, McDormand también posee un historial de viajes, mudanzas y miradas extranjeras hacia sitios desconocidos. La actriz nació en un pueblo de Illinois, pero pasó gran parte de su infancia mudándose de pueblo en pueblo por los estados de Georgia, Kentucky y Tennessee, viajando junto a sus padres adoptivos, ambos nacidos en Canadá, consecuencia del trabajo del padrastro, pastor de una congregación religiosa protestante. Tal vez esa sea una de las razones por las cuales la protagonista de Fargo, el film de los hermanos Coen, y Tres anuncios por un crimen, dirigida por Martin McDonagh. se haya interesado en el libro de Jessica Bruder. Fue ella quien adquirió los derechos del texto para una posible adaptación antes de que Zhao estuviera involucrada en el proyecto. Durante la entrega de premios de los Independent Spirit Awards, cuando McDormand subió a recibir la estatuilla por su actuación en el film de McDonagh, la actriz agradeció a aquellas personas con las cuales trabajaría en el futuro, nombrando a Zhao casi como si se tratara de un guiño personal. En la conferencia de prensa por el lanzamiento de la película el pasado mes de septiembre, realizada por Zoom, la protagonista de Nomadland –que rara vez suele ofrecer entrevistas tradicionales– refirió sucintamente a ese encuentro: “Después de ver The Rider, que me encantó, quise conocer a Chloé y a partir de ese momento todo ocurrió. Boom”. Zhao se encuentra ahora dando los toques finales a The Eternals, su primera incursión en el cine de gran presupuesto y alcance masivo, una superproducción superheroica de Marvel que tendrá su estreno global hacia finales de este año. 

¿Qué porcentaje de esa mirada cercana e intimista para con los personajes permanecerá con vida en un relato repleto de imágenes CGI y escenas de acción coreografiadas hasta el más mínimo detalle? Difícil saberlo, fácil de adivinar, aunque las esperanzas nunca de pierden. En cuanto a su “método” hasta este momento, en una extensa conversación publicada en la revista especializada American Cinematographer, la directora afirmó que fue “muy afortunada de poder conocer a todos esos individuos únicos que se transformaron en una guía para mí. Favorecer la idea del relato tradicional por sobre el retrato hubiera ido en contra de todo el proceso. Siempre hago un esfuerzo por distinguir al grupo de personas de la forma de vida. Una forma de vida en la reserva indígena, una forma de vida en estas comunidades nómades; todo eso tiene que ver con el ambiente, lo que los rodea, los ritmos, sus prioridades. Pero no tiene nada que ver con ellos como personas, porque cualquiera puede formar parte del grupo, de ese estilo de vida. Eso es algo importante, porque no quiero que mis películas representen a un grupo de gente y me empeño en decir que estos son individuos que se enfrentan a luchas humanas universales”.

SE HACE CAMINO AL ANDAR

La tierra de las oportunidades siempre tuvo un costado áspero, marginal por imposición y no por decisión. El recuerdo de Viñas de ira, la película de John Ford, asoma la cabeza en varios momentos de Nomadland, no tanto por afinidad estética como por consanguinidad temática. Aquí la Gran Recesión es la más reciente, el corolario tardío de la explosión de las burbujas económicas ligadas a la especulación inmobiliaria. Las criaturas que Fern se cruza en el camino son, como ella misma, el detrito noble y corajudo de una sociedad que fue convencida –y, por lo tanto, siempre creyó a pie juntillas– que por delante sólo había crecimiento y avances. Un grupo de personas que cayó en la cuenta, a la fuerza y de improviso, de que el horizonte siempre estará lejos. Un ideal y nunca un destino. Pero también que es posible cambiar de vida y hallar paz, amistad e incluso amor en lugares donde nunca se los había imaginado. Como le dice a la protagonista Swankie, una anciana que sabe que el final está cerca: se trata de pasar el resto de la vida de la mejor manera posible. Algo parecido opina Bob Wells, suerte de gurú del grupo de nómades que, lejos de los usos y costumbres de las sectas, sólo aconseja y nunca ordena. Swankie y Wells son apenas dos de los personajes creados a imagen y semejanza de aquellos que los interpretan, no actores que le aportan al film una intensa capa de realidad. En ese sentido, Nomadland adhiere a las reglas nunca escritas de cierto cine estadounidense de los años 70, lejos de los sets y las iluminaciones tradicionales, como así también de estructuras narrativas férreas. Lejos, en definitiva, de una idea de artificio impresa a fuego en la retina de los espectadores durante las décadas previas. El de la película de Zhao es un relato casi siempre abierto a la deriva, más una suma de viñetas que de a poco van construyendo un sentido total que una sucesión de acciones y efectos diseñados por un guion de acero. Ello no implica que la realizadora escape por completo a algunos de los preceptos de la “dramaturgia” indie: el uso de la música refuerza emociones y dos o tres instancias dramáticas dibujan líneas previsibles. No se trata de concesiones, sino de una parte del mapa cinematográfico que Zhao abraza. Sin embargo, la aparición de un hombre maduro interesado en Fern, el personaje de Dave interpretado por David Strathairn (el otro actor profesional en el film), no transforma a la historia en un arquetípico romance otoñal, nueva demostración de que a la película no le interesa tildar de manera mecánica ítems reconocibles y engañosamente reconfortantes.

Así llueva o truene, así nieven copos helados o el calor caiga en línea recta sobre el techo de la camioneta, Fern continúa su camino por las rutas, encontrando gente nueva y reencontrándose con conocidos. En varios de esos trotamundos es posible encontrar las huellas tardías de un hipismo olvidado en las brumas del tiempo. Un neo hippismo de la tercera edad empujado por las circunstancias. Difícil pensar en las reuniones comunitarias como si fueran una Utopía hecha realidad, pero por momentos esa vida parece ser la única que permite continuar viviendo con cierto grado de libertad. Al menos eso piensa Fern. Eso parecen opinar sus ojos, más allá de las dificultades del camino. Y de la enorme soledad que tantas veces la envuelve, una soledad que ha comenzado a comprender e incluso abrazar. “Creo que cada uno de los personajes toma algo diferente de lo que es realmente importante para ellos. Para mí, en un nivel personal, no sólo como directora de cine sino también como espectadora, es la importancia de la soledad.”, definió Zhao en la entrevista ya mencionada, casi como una declaración filosófica. La realizadora se define allí como atea, para corregirse luego y acercar sus pensamientos al terreno del agnosticismo. “La soledad en la naturaleza. La tierra debajo de nuestros pies: de allí venimos y hacia allí vamos. Mirar una roca, el desierto, un paisaje. Cosas que han estado allí desde mucho antes que nosotros y que seguirán estando luego de que nos vayamos, ese sentimiento de formar parte de algo mucho más grande que nosotros mismos. A veces nos olvidamos de todo eso en estos tiempos, sentados frente a nuestra computadora. Fern tiene una lista de elementos que la definen. Luego, de pronto, es empujada a un estilo de vida diferente, y es muy incómodo y difícil desligarse de todo eso. Pero cuando estás parada frente a ese paisaje no hay nada más que pueda definirte, excepto que eres parte de eso”. 

La trascendencia en Nomadland no está a flor de piel, como suele ocurrir en el cine de Terrence Malick, uno de los cineastas favoritos de Zhao. Pero ahí está, en el materialismo extremo de esas piedras de colores que señalan eras históricas y erosiones varias, en el atardecer de un día que se acaba como señal de otro que comenzará en breve, en la alegría de un baile en línea o en la tristeza de un blues sacado a los golpes de un piano desafinado.