El gol de Maradona continúa, como la vida. ¿Qué sería de nuestro mentado ego sin el insistente pulso de ese gol imposible?

Pregunta: ¿Cómo hacer para no agotar el milagro –terrenal–, del gol supremo? Propuesta: busquemos hazañas equivalentes fuera del deporte; busquemos acciones de dimensión heroica, por ejemplo, por el lado de la solidaridad. Estamos en un tiempo vaciado de esa virtud: diez países acaparan con obscena avaricia millones de vacunas. Y si de (in)solidaridad hablamos, aquí cerca lo vomitivo: la reacción por el impuesto a las grandes riquezas.

Busqué algo equiparable a la infinita apilada del sumo Diego, y me topé con una acción prodigiosa. Permiso, la compartiré porque, para la evolución de la condición humana, vale tanto como el gol incesante. Protagonista: un niño de la calle, tan real y cierto como el sol que esta mañana permitió amanecer a este día.

Año 2002. Entrevisto a Mariana Francia, maestra entrerriana, 25 años, gestualidad de adolescente. En el living de su casa Cortázar, Julio Cortázar, otro eterno adolescente, fuma, nos mira desde un retrato en la pared. Mariana me cuenta: “En 1997, todavía en el secundario, fui condenada por la leucemia. En el Británico de Buenos Aires supe que mi salvación dependía de un trasplante de médula. Podía realizarlo en Londres, 300 mil dólares... La cifra, una sentencia de muerte”. Pero.

Pero sus compañeros deciden vadear lo imposible: organizan rifas, insisten en diarios y radios de Paraná, viajan a Buenos Aires. El Canal 11 hace una colecta: con sus compañeros ponen alcancías, una en Florida y Corrientes. En mayo del ’98 la cifra había sido conseguida. Viajó a Londres, el trasplante la salvó. El milagro no cayó del cielo.

Mariana Francia me avisa: “Pronto me vendrán las lágrimas... Mi mamá trabaja en el interior de Entre Ríos, allí la gente no alcanza a ser pobre. Un día me trajo un billete estrujado: ‘Mariana, miralo bien. Estos dos pesos me los dio una señora del campo, humildísima, rodeada de críos descalzos... El valor de esos dos pesos, ¿se podrá medir?’”

Cortázar sigue fumando. Mariana dice: “Yo nací el día en que nací; nací el día del trasplante y nací hace dos días... Abrí esa ventana que da a la vereda y vi cómo un hombre hurgaba la bolsa de nuestra basura: encontró los fideos que un familiar no quiso, por desabridos. Entre la basura el hombre encontró una lata de duraznos vacía; allí puso los fideos y se los sirvió a su hijito… Como maestra quiero enseñar a mirar a los costados, a nuestros semejantes... perdóneme, yo le dije que iba a llorar... los chicos tienen hambre, comen lo que tiramos..... Lloro por ellos. Y por nosotros. Porque nosotros comemos y no nos damos cuenta”.

Sol y dar y dad.

Pero el relato de Mariana Francia anida otra historia. Escuchémosla:

“El día de la colecta, en Florida y Corrientes había un pibe de unos doce años: abría y cerraba las puertas a pasajeros de taxis. Hacía frío, al final de la tarde el pibe se acercó, sacó de sus bolsillos las monedas y billetes que había juntado y los metió en la alcancía. Lo hizo rápido, y se fue. Sin una palabra. Ni le preguntamos cómo te llamás, dónde vivís. Nada. De él solo recuerdo que tenía una cicatriz en la ceja izquierda. Ese niño ya andará por los treinta...”

Al pibe de la cicatriz en adelante lo nombraremos “Cejaizquierda”, parece de otro mundo. Sin sermones, nos hace ver que “solidaridad” incluye las palabras sol y dar y dad. Desde su niñez desarma nuestra coartada cuando justificamos nuestra abulia diciendo: “Lo que pasa es que aquí no hay ejemplos”. ¿Ejemplos? Hay ¡a patadas! Dejémonos de próceres y famosos. Busquemos mejor más acá de nuestras narices.

A todo esto: ¿qué será de la vida de Cejaizquierda? Uno se pregunta y repregunta sobre el destino de un ser tan insólitamente excepcional cuando todavía no había salido de la niñez. ¿Hasta dónde habrá podido llegar siendo adulto? Imaginémoslo médico o político o jurista, imaginémoslo gremialista o economista o docente o, incluso, periodista.

Mientras imaginamos destinos posibles para tan precioso ser, nos bajan más interrogantes: ¿Qué había en la cabeza, qué en el corazón de ese niño que entregó sin más la fortuna crucial de sus bolsillos? ¿De dónde sacó la lucidez de su ocurrencia y el coraje para concretarla aquí, en este mundo?

Al volver esa noche a su casilla de villa marginal, ¿lo esperaba una mamá extenuada, un papá sin trabajo tal vez doblado por el alcohol, un racimo de hermanitos? Al retornar, Cejaizquierda les habrá mostrado sus bolsillos vacíos... ¿Lo habrán abrazado o lo habrán castigado? Lo cierto es que, con su acto había consumado una prodigiosa revolución: superó el mandato de que “la caridad empieza por casa”. Punto.

Y aparte. Para decirNos: ¿Cómo, cómo es posible que un ser humano tan tierno tenga tamaña ocurrencia y la concrete de cuajo, sin gastar una palabra, sin exhibir su heroísmo?

Cejaizquierda ¿es la ráfaga de un sueño? Un ser así ¡no puede ser cierto! Pero sí, existió. Y, si es que en estos años no fue devorado por la impiadosa intemperie, si es que no lo volteó (por si acaso) alguna bala preventiva, Cejaizquierda anda por ahí, respirando este mismo aire.

Cejaizquierda significa tanto como un premio Nobel, o como un campeón mundial. Su desprendimiento, en esa olvidada órbita humana que es la ética del corazón, tiene una hondura inconmensurable. Es inconcebible.

A la vista está: el asombroso avance de la ciencia contrasta con la paupérrima evolución de lo moral. Pero ¡de pronto! brotan actos en los que la condición humana se redime del (neo)liberalismo, y avanza un centímetro, al menos. Eso, por el arrugado billetito de aquella mujer humildísima. Eso, por nuestro Cejaizquierda donando su pobreza entera. Todo en un pestañeo, en una tardecida en la que sin duda hacía demasiado frío en la Tierra.

Perdón le pide la palabra a las palabras. Nuestras conciencias, digestivas, desembocan en preguntas desesperadas: el pibe aquel: ¿dónde estará? La intemperie de los días y de las noches ¿lo habrá devorado? ¿estará en pie o lo habrá volteado alguna bala preventiva?

Eso: Cejaizquierda ¿estará vivo?

Alguien capaz de arrojarse a semejante solidaridad sería abrazado por el Che Guevara. Y, obviando el status divino, también sería abrazado por el Jesús de los maderos.

Arriesguemos más: su inconmensurable hazaña, ¿no podría compararse con el interminable gol del Diego a los amados ingleses?

Posdata: si usted llega a ver a Cejaizquierda, por lo que más quiera, no siga de largo. No le cruce el rostro con el salivazo de la indiferencia activa.

[email protected]