Lili tiene 9 años y comenzó cuarto grado. El primer día de escuela en Ciencias le dan una actividad sobre los nuevos hábitos. Al uso del barbijo, mantener la distancia y usar siempre alcohol, se suma una pregunta: ¿Qué sentí cuando entré al cole? La respuesta que dio Lili parece un resumen de la teoría de la sociedad del control de Foucault: “Yo sentí que estabamos en un hospital encerrados porque habia un apocalipsis zombie”. Esto sucedió hace unos días en Buenos Aires.

Lucas tiene 12 años y empezó séptimo grado en la provincia de Salta. Con la implementación de la bimodalidad va una semana sí y otra no, pero en la última semana, tuvo ataques de angustia y no quiso entrar al colegio. El padre le pregunta si está sufriendo bullying o tiene algún problema, pero su respuesta es: “En el recreo no podemos ni acercarnos a hablar y después de un año sin actividad cuesta acostumbrarse y nos estresa lo del coronavirus, hay chicos que se duermen en clase”.

No todos los casos son iguales, Lautaro en Catamarca tiene 11 años, y expresa que no le cuesta hacer amigos porque “como somos menos es más fácil conocernos entre todos. Pero recuerda la vieja modalidad: “Como era antes creo que se aprendía más, siempre va a ser más divertido estar en presencial”.

Evidentemente no se puede generalizar, cada niña y niño tiene su propio ritmo de aprendizaje y de adaptación. Lo que no hay dudas es que la estocada que la pandemia ha dado a la socialización en edades de aprendizajes abre un gran interrogante tanto en el plano social, como en el plano educativo, que se ha visto obligado a pasar de las modalidades tradicionales a la virtualidad y a la bimodalidad, sólo en un año. Lo que es sin dudas un récord para una institución que hasta el momento tenía fama de no adaptarse a las nuevas épocas.

También en Catamarca, Renata cuenta que cuando comenzó la pandemia “justo estaba en mi último año de primaria. Cuando empezó todo me gustaba porque no me despertaba temprano, porque tenía más tiempo para hacer las tareas y no veía a los profesores. Y después caí en cuenta que duraba más de lo que creía, y duró. Yo por suerte tengo buena conexión, pero tengo un montón de compañeros que no se pueden conectar. Yo iba a tener mi viaje de estudio, entonces estaba triste, y bueno, no sé qué decir… Ahora estoy bastante ocupada, estoy todo el día estudiando, tengo bastante tareas con todos los profesores, no es como en la escuela que hacías las cosas a la mañana y luego te quedaba algo para hacer a la tarde, ahora tengo que levantarme bastante temprano para poder llegar con todo”.

Entre los síntomas que vienen manifestando los niños, los especialistas consultados por Catamarca/12 señalan dificultades para adaptarse al ritmo de estudio, para despertarse y cumplir con el horario, para socializar y relacionarse con los maestros y compañeros, dificultades para adaptarse a los protocolos y a los recreos aislados, escasos contacto con compañeros, pérdida de la "libertad" del juego espontáneo, como correr, saltar y jugar en grupo. Todo esto se traduce muchas veces en ansiedad, retraimiento, angustia, inhibiciones, temores, miedos, fobias y en casos extremos, apatía, sedentarismo y rechazo al estudio y a la escuela.

Para la docente y psicóloga Noelia Gana, del Equipo Técnico del Programa Dispositivos de Protección de la Secretaría de Primera Infancia, Niñez y la Familia de Salta, “El aprendizaje todavía requiere en los niños la presencialidad, sí o sí, y si no la está dando la escuela la estará dando la familia, y el problema es que la familia la da de un modo muy como puede. La familia también se está reconfigurando. La sociedad, el mundo y la familia en esa unidad más pequeña. Además de todas las crisis por las que ha atravesado, desde lo económico hasta situaciones de violencia, convivencias forzadas, separaciones, muertes, enfermedades…, entonces es justamente una etapa de crisis que afecta a la familia y por tanto afecta al niño. Les niñes manifiestan síntomas de todas las instituciones a las que pertenecen, y manifiestan los disfuncionamientos de esas instituciones. Entonces lo que vemos en los niños son manifestaciones de lo que está pasando a nivel familia, a nivel escuela, a nivel sociedad”.

Según Gana, “el niño necesita sí o sí un cuerpo a cuerpo que acompañe el andamiaje de la enseñanza aprendizaje. Si para la familia está siendo dificilísimo acostumbrarse, imaginate para el niño organizarse y adaptarse a todo eso. Y a la vez sostener un aprendizaje con una presencialidad totalmente diferente a la que teníamos. Para una niña, un niño que comienza la escolaridad es muy difícil tener pertenencia a la escuela si va una semana sí y otra no, y la semana que va no llega a acostumbrarse, no llega a despertarse, a adoptar los hábitos porque se hace corta la presencialidad”.

En el caso específico de Catamarca, hay alumnos que todavía no han comenzado las clases presenciales, por el sistema rotativo, donde por la cantidad de alumnos a veces toca cada dos semanas. Adriana es docente de una escuela pública y de otra privada en el nivel medio de la capital de la provincia. También es madre de un niño de 9 años que comenzará las clases presenciales recién el 12 de abril.

“Como docente veo que no arranca, viene muy demorado el proceso. Tengo tres burbujas de entre 10 y 11 alumnos. La bajada de línea es que todos los chicos reciban el contenido al mismo tiempo, pasaron tres semanas y recién me vuelvo a encontrar los chicos del primer grupo. No todas las burbujas reciben las mismas clases, y se corta por feriados”, comenta Adriana.

Para la especialista catamarqueña Martha Sueldo, licenciada en Gestión Educativa, “la bimodalidad realmente complejiza la tarea educativa. Los alumnos ven muy reducido su proceso de socialización, ya que los módulos de clases presenciales son más cortos, y no llegan a conocerse. En esto influye el nivel socioeconómico de ellos, pues la distancia hasta la escuela, el medio de transporte y los medios de comunicación que dispongan, hacen la diferencia en su interacción. A esto se suma que hay alumnos que no pueden concurrir a la escuela, por aislamiento o porque pidieron no concurrir, debido a que existen personas de riesgo con quien conviven”.

Sin embargo para Sueldo “todo es posible, la cuestión será organizarse en esta bimodalidad. La presencialidad debe servir para consultas, explicaciones y el logro de un acercamiento entre los pares y la conexión docente alumno, y la virtualidad debe continuar siendo un aprendizaje dentro de las nuevas tecnologías”, observó la también profesora de Historia.

Por último, para Elena, madre de dos niños y una niña que acaba de empezar la escolaridad, la situación está disociada, no es lo mismo para los dos mayores que ya habían conocido la modalidad presencial, que con la más chica. “Para ella la escuela es lo que vio el año pasado de hacer las tareas en casa, y para los dos más grande, el año pasado fue una angustia tremenda. Siempre odiaban ir a la escuela, levantarse temprano y este año se desesperaban por ir”.

Si bien es pronto para conocer cuáles serán las consecuencias de estos cambios, encontrar un entrelugar que permita situarse como un sujeto permeable a la paradoja de ceder libertad y socialización ante la inminencia de una situación epidemiológica que supera las lógicas sociales con que las generaciones actuales han sido educadas; resulta importante reflexionar sobre las nuevas posibilidades que se van encontrando en el camino.

Este último testimonio, y la encrucijada en que se ha visto la familia en el rol de la educación, permiten por otro lado, valorar la función de la escuela, institución que venía siendo muy cuestionada. La virtualidad arrojó luz sobre la importancia de ese espacio formativo y del espacio de socialización que representa, de la posibilidad de compartir por fuera de los padres y de la casa, de generar autonomía.

Es lógico que para quienes vivieron la escolaridad desde una presencialidad naturalizada, volver a ese espacio de otra forma, reglado por otras normas que ni siquiera los adultos terminamos de comprender, genera la necesidad de adaptarse ante una incertidumbre generalizada.

Si en algo ha incidido el contexto de la pandemia, es en la modificación forzada del uso del espacio y el tiempo,  que es en definitiva el uso del cuerpo. El fantasma de los videojuegos en relación con la socialización de niñas y niños parece ceder hoy ante el protagonismo que la virtualidad ha cobrado como herramienta educativa.

Docentes, alumnos y familia tal vez nunca se han visto tan conectados en la vivencia de un mismo síntoma y en la búsqueda de alternativas, para que el presente tan rotundo que ha impuesto la pandemia, no clausure el futuro.