Una amistad adolescente suele ser trágica. Tiene algo extremo que funda una ficción. Es de por sí imaginativa y genera entre las implicadas un amor desconocido. Puede haber celos y posesión y una identificación tan traicionera y agobiante que consigue llevarlas a la huída. Aquí la amistad se escribe en cartas de puño y letra porque estamos en los años ochenta. Lo que motiva la amistad es el modo apabullante en que esas niñas o adolescentes se destacan.

Por un lado está Nadia Comaneci multiplicada en escena, como suele ocurrir con las figuras que despiertan algún delirio. La vemos en el televisor vintage que ocupa parte de la puesta y su figura elástica y precisa compite con las actrices. Allí, Nadia requerirá de dos intérpretes y un grupo de gimnastas que operen como fantasmas de una puesta en escena de los sueños. Hay algo onírico en la estructura de Recital Olímpico, especialmente en la propuesta escenográfica de Julieta Potenze que funciona como una pasarela entre mundos. Allí se encuentra Nadia con una joven prodigio que escucha versos en ruso aunque desconoce ese idioma. 

La chica vive en la Argentina pero en la correspondencia con la gimnasta rusa, Nadia encuentra sorprendentes similitudes con la poeta ucraniana Nika Turbina y le da ese nombre convirtiéndola en doble de la joven que se suicida a los veintisiete años. La dramaturgia de Eugenia Pérez Tomas y Camila Fabbri envuelve estas historias para crear otro personaje. La obra es capturada por el punto de vista de las adolescentes, por eso el entorno surge como algo lateral, al que se llega por información de otrxs, por la presencia de la traductora de ruso que le permite a Nika entender y develar su propia poesía. 

Recital Olímpico habla de la precocidad entendida como algo indescifrable para quienes la viven. Nika no se propone escribir, los poemas llegan a ella como una materia misteriosa. Nadia, si bien entrena para poder competir como gimnasta, posee un virtuosismo que habita en ella más allá de su disciplina y su técnica, como una cualidad absolutamente abismal. Fabbri y Pérez Tomas se dedican a llevar a escena ese exceso, ese talento que supera a quienes lo viven, como una fuerza incontrolable, sobrenatural que posee a estas niñas y las instala en un terreno monstruoso para las lógicas de la normalidad, más allá de la admiración que sucintan.

Lo que en la adolescencia es mágico, en la adultez reviste cierta tristeza. Por eso cuando Nadia y Nika se encuentran, ya adultas, interpretadas por Anabella Bacigalupo y Laura Paredes, lo que surge en las actrices es la desolación. La torpeza de quien ya no sabe manejarse en la vida, ese desconcierto de las niñas prodigio que no pudieron seguir escalando en las expectativas del resto y por eso todavía parecen rudas y aniñadas, inocentes frente a sí mismas. El espacio propicia esa circulación de personajes, esa madeja donde el pensamiento no puede parar de moverse. También sitúa puntos de vista diversos. 

La mujeres adultas, que por lo general desarrollan sus escenas desde la altura, remiten a ese salto final de Nika (el espectáculo de su muerte) y los variados saltos de Nadia para deslumbrar al mundo. Abajo es el territorio de la adolescencia donde la poesía dialoga con las chicas gimnastas que están allí como personajes del imaginario de Nika. Todo habla de lo físico del lenguaje, de la poesíacomo una voz y del gesto de recitar frente a multitudes como una destreza que involucra alcuerpo.El poema que la niña escucha y que repite en ruso es Himno de mi corazón y esa versión acapela que ocurre como un milagro en la voz de Nina Vera Suárez es el tesoro de la obra. Lapiedra que rueda detrás de una adolescencia inalcanzable.Recital Olímpico se presenta de jueves a domingos a las 20 en el Teatro Sarmiento