En Pasiones teóricas Diego Peller investiga y escribe sobre las quebraduras de la crítica desde 1969 para acá, sobre los procesos y los nombres que permitieron deshacer la normalidad (moralidad) analítica. Lo hace juntando fichas no de un tablero sino las del lector prolijo que en algún momento se cansa de serlo, un sobrio atolondrado. Es este un libro específico, paciente y riguroso. Cada capítulo es un tomo de la historia social de la crítica argentina peinado críticamente. Así como Osvaldo Lamborghini decía que “cuando Rimbaud dice ´me voy´ hay que entender que se viene, se va quiere decir que se viene para acá”, los libros de Sartre y la revista Temps Modernes iban a parar a las orillas del Rio de la Plata. Los jóvenes que yiraban por lo que años después se fosilizaría bajo el término “manzana loca”, bajaban unas cuadras por Viamonte y después del puerto del recordado Marqués de Sebregondi encontraban embarrados sus ejemplares, que estaban destinados a ser leídos, marcados y revoleados. Que llevaban concentradas dos formas de vida que en principio parecía la misma: la honra de David Viñas y la imaginación de Oscar Masotta. Dos “modelos” de vocación crítica y de quemazón ética. Viñas, un criollismo anarquista descarado y furioso. Masotta, un sartrismo inicial al que se le van pegando los sambenitos teóricos de la época y del que se va despidiendo a fuerza de curiosidad, estética y chantaje como una teoría bien entendida del sujeto como malentendido. Los dos son las erinias de toda una época difícil de tabicar. Pasiones teóricas parte de esa estela para situarse en lo que pasó “después de Contorno”. Pasaron tantas cosas. Pero Peller elige estudiar los años setenta con la revista estructuralista Los Libros como punta de riel y desde ahí los legados que perviven en el presente de las lecturas argentinas. Ante todo es un libro sobre y a partir de revistas. Las revistas tenían hasta no hace tanto el peso de marcar la cancha cultural. Ya no hay ese peso y los kioscos de la calle Corrientes, como dice Christian Ferrer, son “parras caídas”. 

Elije una y luego otra, dos revistas que se hacen con propósitos semejantes y luego se siguen haciendo con propósitos diferentes. Los Libros y Literal tuvieron en su centro al Lenguaje, la primera leía todo bajo la lámpara de la semiología pública y la segunda era la decana y más genial actitud bromista sobre cualquier signo. Una defendía al hombre nuevo y la otra no quería Hombres, más bien entendía que había que desecharlos como cualquier otra moda. La época se comía a las personas bajo el trotyl, la picana, las anfetaminas o el influyo de Las Palabras y las cosas. De toda esta época iba a surgir lo que hoy, en el pináculo de la decadencia social se nombra como “la gente”. Los Libros era una revista hacia el populismo, cuando no directamente hacia Isabelita. Literal era una revista hacia la tragedia de la retórica. Estructuralistas, posestructuralistas, maoístas, lacanianos, gauchescoides bataillianos, macedonianos, anglófilos, performers, atribulados… todos eran grandes maestros de la retórica, casi una colchoneta que le sirve al libro y al autor para saltar de momento a momento o de persona a persona y decirle a las palabras, pasión.

Desde este umbral, que es el territorio de la década del setenta, Peller elige poner alguna otra señal ética ya del lado de la Argentina “democrática” y escribe la vuelta de las pasiones críticas. Habría que hacer alguna vez una filosofía de la vuelta, o de lo que vuelve, ya que nada nunca “vuelve”. La vuelta es una manera de ponerse de acuerdo sobre dos cosas: que las cosas y los procesos nunca están cortados por la misma tijera y que a su vez algo de lo que deja el filo los asemeja.  “La vuelta”, en este caso, son la revista Babel, la biografía que Ricardo Strafacce escribió sobre Osvaldo Lamborghini y el así llamado “debate” por las repercusiones de una carta que Oscar del Barco envió a la revista cordobesa La intemperie. Son ecos de los setenta en una época ya no de sujetos, sino de ciudadanos, ya no de pueblo, sino de población. 

Alguna vez Theodor Adorno escribió: “la crítica no daña porque disuelva - esto es, por el contrario, lo mejor de ella- sino en la medida en que obedece con las formas de la rebelión”. Esta frase podría ser infinitamente aludida en un debate acerca de qué afluentes, qué operaciones verdaderas y qué legado tiene o tuvo la crítica cultural. Qué es un crítico, qué es la crítica y de qué manera decimos y repetimos la palabra cultura como si fuese algo que puede analizarse sin analizarnos a nosotros mismos. Masotta no entendía nada salvo en el momento del goce retórico, eso lo volvió único. Viñas entendía todo y no podía consigo mismo, eso lo volvió un crítico de la tragedia. Lo que vino después se puede leer desde ese esquema improvisado. Si se lo acepta nos queda pensar la tercera posición ante cualquier cosa: el silencio que hace, la pasión de la cautela para decir mejor de otra manera lo que nos está pasando.