Contra lo que pueda parecer, estas líneas no aluden a la Historia con mayúsculas, ni al fin de los tiempos, ni a la salida de la pandemia, sino, simplemente, a lo que implica un psicoanálisis pensado como historia entre dos, al calor de la transferencia. Muchas veces, a lo largo de su obra, Lacan repitió la consabida frase “Le transfert, c’est l’amour”. Radicalizando la postura de Freud, quien pensaba en el amor de transferencia como un amor genuino pero neurótico --necesario para permitir el despliegue de las fantasías inconscientes en el tratamiento--, Lacan, directamente, hacía coincidir la transferencia con el amor. Las transformaba en sinónimos.[1]

Respecto de este amor transferencial, Radmila Zygouris --una lúcida analista de origen serbo-croata, criada en Argentina y radicada en Francia-- plantea una paradoja fundamental: luego de un arduo proceso de transformación, el análisis promete una separación. “Podés amarme, podés contar conmigo, pero te prometo que te voy a dejar”.[2] Se trataría de “una historia con final”, a diferencia de alguna canción pegadiza que, en los ’90, evocaba “una historia sin final”, en la que “nada cambiará”.[3] Si la fantasía amorosa se sostiene en su vocación de trascender el tiempo, la transferencia implica (o debería implicar), ineluctablemente, un momento de concluir, una “caída” de ese dispositivo artificial, de esa “neurosis de transferencia”, de esa pantalla montada para proyectar y editar la película del paciente.[4]

Sin embargo, entre la teoría y la práctica se extiende el mismo abismo que va del dicho al hecho. Todos sabemos de análisis que duran décadas y de otros que, sistemáticamente, se despliegan en sesiones de cinco minutos. ¿Qué pasa con la transferencia en esos casos temporalmente extremos? ¿Qué ocurre con la separación postergada a lo largo de tantos años? ¿O qué sucede cuando el corte se da, sistemáticamente, a poco de empezar a hablar? ¿Cuánto de “la película del neurótico” puede elaborarse en encuentros tan efímeros? También conocemos de casos en los que la transferencia con el analista se continúa en el plano institucional, bajo el sobrio eufemismo de “transferencia de trabajo”. Es claro que las instituciones suelen sostenerse en ese tipo de transferencias, que, de no caer en algún momento, pueden eternizar posiciones idealizadoras. Así, la proliferación de instituciones analíticas no necesariamente contribuye a la elaboración de las desventuras neuróticas de sus miembros. A veces, incluso, va en el sentido contrario.

Volviendo a la idea de que “la transferencia es el amor”, hace tres años, tuve la oportunidad de entrevistar a Catherine Millot, la última compañera de Lacan, que primero fue su analizante, antes de ser su amante y luego su pareja, en los años ‘70. Cuando Millot le preguntó a su analista por la razón de sus insinuaciones amorosas, Lacan le habría respondido de una manera que le pareció sorprendente: “Soy demasiado viejo para esperar que termines tu análisis”.[5] Lo curioso de este caso es que ese dilema no desembocó en la clásica disyunción freudiana --análisis o relación amorosa--, que implica una renuncia, sino que ambas cosas continuaron en paralelo (lo cual plantea toda una serie de problemas éticos y clínicos que no voy a abordar aquí). Millot, finalmente, dio por terminado ese tratamiento varios años después, cuando decidió, en sus propias palabras, “recuperar su libertad” para intentar tener un hijo. Es decir, terminó su análisis cuando se separó sentimentalmente, ya que no afectivamente, de Lacan, porque siguió muy ligada a él hasta su muerte, dos años más tarde. “Tomé esa decisión, que me costó mucho, porque, precisamente, el análisis era lo más importante. Es decir que seguí las consecuencias de mi análisis. No podía traicionar aquello --el deseo de tener un hijo-- a lo que el análisis me había conducido. Fue eso”.

Me parece que este caso, pese a ser atípico y muy poco ejemplar, esboza las dificultades, las contradicciones, los riesgos y hasta los desgarramientos que implica la transferencia analítica, en la medida en que, se lo quiera o no, se trata de una “historia con final”. Final no necesariamente feliz, no siempre consensuado, a veces torpemente manejado, pero siempre singular. Como en toda historia de amor que termina. Quizás por eso el analista francés, desde muy joven, recurriendo a la filosofía, comenzó a hablar del psicoanálisis como una “experiencia” en la que está concernido “el ser de un sujeto”. Freud, que analizó a Anna, su propia hija, llegó a comparar el análisis con un “descenso a los infiernos”. Esas apelaciones van bastante más allá de la evocación de un simple tratamiento psicoterapéutico, en el que, siguiendo el modelo médico clásico, el paciente puede aspirar a librarse de sus síntomas sin jugarse el pellejo en el intento.

Quizás por todo esto, en este siglo XXI tan reacio al compromiso amoroso como a la toma de riesgos --salvo en algunos sectores de culturas muy particulares, como la nuestra--, el psicoanálisis ya no está de moda. “¿Qué es eso de tener que ‘enamorarse’ para poder curarse?”, se preguntan las jóvenes generaciones. Las historias de amores no correspondidos o de final incierto ya no tienen buena prensa. Menos aún si implican relaciones asimétricas en las que, en principio, el empoderado es el Otro. Por eso, florecen hoy las psicoterapias que, adaptándose al aire de los tiempos, exigen menos y prometen más. Ante ese panorama, estimo, es responsabilidad de los analistas asumir que los resortes de la eficacia de un análisis ya no se pueden dar por sentados. Es necesario dar cuenta de por qué, para liberarse de ciertas ataduras inconscientes, un paciente debe “alienar su libertad” temporariamente. Tiene que embarcarse en una aventura tan extraña como un amor de transferencia, en la que va a reeditar sus conflictos más oscuros. Al mismo tiempo, como bien decía Freud, entiendo que también es responsabilidad de los analistas que ese amor que se provoca llegue a su fin. Y que lo haga de la mejor manera posible...

Alejandro Dagfal es investigador (Conicet), profesor de Historia de la Psicología (UBA), director del Centro Argentino de Historia Psi (Biblioteca Nacional).


Notas:

[1] Freud dedicó un trabajo específico a este tema: Freud, S. (1915). Observaciones sobre el amor de transferencia. En Obras Completas (vol. 2). Madrid: Biblioteca Nueva, 1948, pp. 350-356. Lacan se ocupó de la transferencia a lo largo de todo un seminario. Lacan, J. (1960-1961). La transferencia. El seminario (libro 8). Buenos Aires: Paidós, 2006.

[2] Zygouris, R. (1997). El amor paradojal o la promesa de separación. Conferencia en San Pablo, librería Pulsional, mes de octubre.

[3] Me refiero a “Juntos para siempre”, una canción de Alejandro Lerner y Carlos Mellino que, en los ’90, se popularizó como cortina musical de la serie “La banda del Golden Rocket”.

[4] En ese sentido, el análisis estaría más cerca de “Presente”, la clásica canción de Ricardo Soulé, de 1970, que comienza diciendo: “Todo concluye al fin, nada puede escapar…”

[5] Entrevista inédita para un libro en preparación, París, 17 de febrero de 2018. Ver también Millot, C. (2016). La vie avec Lacan. París: Gallimard.