La Argentina es un país donde el psicoanálisis ha tenido un peso notorio que aún conserva en gran parte, en paralelo con la tendencia de transformar en familiares y subjetivos muchos padecimientos que son de carácter social. Por un lado el psicoanálisis como teoría ha logrado un avance terapéutico, modernizador y de gran influencia en la cultura, y por la otra su práctica trajo como consecuencia la famlliarización y subjetivación de conflictos colectivos.

La muestra Terapia, que se exhibe en el Malba, según los organizadores “parte del peso que ejerció y aún tiene este campo del conocimiento y práctica terapéutica, que devino idiosincrático de lo nacional, para proponer una selección de trabajos de artistas modernos y contemporáneos del país que dialogan con diferentes aspectos, temas y problemas del psicoanálisis”.

La exposición, con una selección de unas doscientas piezas de más de cincuenta artistas, publicaciones y material documental, presenta un recorrido que toma en cuenta no solo la distribución de las obras en una serie de agrupamientos y conjuntos de gabinete, sino que también privilegia que ese recorrido (por ejemplo a través de una largo corredor elevado construido especialmente, que balconea sobre otras salas) resulte adecuado para cumplir con los protocolos durante la pandemia.

La exhibición comienza con mucho sentido del humor: una instalación de Marisa Rubio, “La mujer de negocios que se lamentaba de no vivir en el campo” (2019), reproduce con paródico detallismo la sala de espera de un consultorio psicoanalítico, con todos los componentes, desde las incómodas sillas vienesas con la alfombra y el empapelado haciendo juego, pasando por las reproducciones de cuadros de artistas célebres y la presencia permanente de una pantalla televisiva de fondo, hasta el kit completo para el escritorio de una secretaria: un anacrónico y pesado teléfono-fax, un cuaderno-agenda con birome, una miniatura y un velador, ambos de máxima pureza kitsch; un control remoto, una taza de té o café, un cenicero antiguo, un lapicero con motivos aborígenes, un florerito con sus flores, una abrochadora, un par de anteojos y unos papelitos del taco anotador. Todo sobre una mesa de estructura de caña y bronce con una placa de vidrio, que hace juego con un espejo lateral. Podría decirse que en esa sala de espera no falta nada, incluso detrás de la butaca con ruedas de la secretaria (sobre la que cuelga un saquito y una cartera), una reproducción de Gauguin intenta ofrecer la contención y sostenimiento del “gran arte”, al lado de una columna que sostiene una maceta con planta. Una vez que se atraviesa la sala de espera, entramos, podría decirse, a la cabeza de los pacientes, los artistas, o quizás, más precisamente, al desfile de obras y publicaciones generado por el trabajo de asociación libre (y documentación) de los curadores: Gabriela Rangel, Verónica Rossi y Santiago Villanueva.

Ya que hablamos de asociación libre, a quien firma estas líneas le vino a la mente un antecedente inmediato e ineludible del título y el sentido de esta exposición: la muestra de dibujos y el libro En terapia, que Luis Felipe Noé presentó hace tres años en la galería Rubbers, en donde reunió los dibujos que realizó durante su terapia psicoanalítica (a comienzos de los años setenta), más una serie de obras posteriores que surgieron como consecuencia de aquellas pequeñas piezas “terapéuticas”. Según explica el propio Noé en su libro, decidió ir a psicoanalizarse a causa de la angustia provocada por sus crisis con la pintura, el quehacer artístico y la militancia.

Pasar revista a la sala de espera de Rubio o a los dibujos de Noé, es también un modo de referirse al comienzo y final de la muestra, porque se trata de las salas primera y la última de esta exposición del Malba, que se divide en once breve capítulos e incluye también obras de Juan Batlle Planas, Pompeyo Audivert, Libero Badii, Emilio Renart, Aída Carballo, Grete Stern, Mildred Burton, Emilia Gutiérrez, Martha Peluffo, Ideal Sánchez, Lea Lublin, Narcisa Hirsch, Oscar Masotta, Susana Rodríguez, Roberto Aizenberg, Margarita Paksa, Marcia Schvartz, Eduardo Costa, Roberto Jacoby, Claudia del Río, Nicolás Guagnini y Manuel Aja Espil, entre muchos otros.

Sumergirse en la muestra supone un recorrido por la ensoñación, la sublimación, las angustias, las ironías, el surrealismo; por la construcción y deconstrucción del teatro de la vida; supone también, en algunos casos, internarse en clave artística en las patologías que orbitan alrededor de la depresión y la locura.

Los núcleos en que se estructura la muestra comienza por el “arte siniestro” de Libero Badii y Luis Centurión que tuvo su punto de partida a mediados de los sesenta, pero Badii continuó luego durante décadas. Lo siniestro en el arte se relaciona en parte con lo explicado en la teoría freudiana, uno de cuyos aspectos expresa lo familiar que al mismo tiempo produce extrañeza. Se exhibe un importante conjunto de obras de Badii de los años sesenta y setenta.

Sigue el capítulo surrealista, el automatismo, el buceo por el inconsciente, con obras de Pompeyo Audivert; el libro de Fijman Molino Rojo, que incluyó estampas e ilustraciones de José Planas Casas. También hay obras de Juan Batlle Planas, fotos de Grete Stern. Según Batlle Planas, “es innegable que, al aceptar el surrealismo la posición romántica de la vida, se une a la teoría psicoanalítica, porque es la única que explica y aclara hechos fundamentales de la existencia”. Hay además obras del “naif surrealista” (como lo llamó Aldo Pellegrini) Casimiro Domingo.

Las imágenes oníricas de Orlando Pierri continúan el itinerario, con las de Ideal Sánchez, entre otros. El tema de los autorretratos y los espejos conforma otro núcleo, con obras de Aida Carballo, Renart, Minerva, Martha Peluffo.

Una de las secuencias está dedicada al test psicológico creado por el suizo Hermann Rorschach, que consistía en un conjunto de manchas generado en base a sus estudios de pacientes psiquiátricos. Pueden verse trabajos de Batlle Planas, Roberto Aizenberg, Margarita Paksa y Tobías Dirty, que tomaron aquel test como punto de partida.

El Antihapppening evoca al manifiesto de Eduardo Costa, Raúl Escari y Roberto Jacoby que anticipó las fake newsque hoy practican con destreza los medios muy grandes, medianos y pequeños: “Un arte de los medios de comunicación” (1966). Allí se daba cuenta de la posibilidad de proyectar acontecimientos inexistentes en la esfera pública, para mostrar el modo en que los medios ejercen sus manipulaciones. El episodio está bien documentado en la muestra.

Otro núcleo ilustra el psicodrama, el psicoanálisis grupal, la inclusión del componente político y teatral, y el happening como emergente de estos cruces, donde comienza a incluirse la teoría lacaniana.

Otro capítulo está dedicado a la relación entre arte y locura y lo que se conoció como Art Brut. En esta sección se exhiben obras de pacientes de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros, Santa Fe, presentados por Claudia del Río, próxima al taller de esa colonia; Se exhibe parte de la “Enciclopedia Oliveros”. Varias obras realizadas en el taller integran Terapia. Del mismo modo, artistas que han pasado por sucesivas internaciones y lo han volcado en sus obras, como Aída Carballo, Casimiro Domingo y Emilia Gutiérrez, entre otros, forman parte de la exposición.

También hay obras de artistas que dan cuenta en sus trabajos del paso por la terapia psicológica, como Guillermo Iuso, Martha Peluffo y los dibujos de Noé, ya mencionados.

* En el Malba, Figueroa Alcorta 3415, hasta el 16 de agosto.