Grafómano permanente, Noé Jitrik produce escritura de un modo imparable, incesante –aun bajo pandemia–, desde su relación con el lenguaje. Notas y artículos, ensayos, narraciones y poesía aparecen regularmente en la prensa, en sitios web, en revistas académicas y culturales, y en volúmenes impresos. Tal es el caso de Lógica en riesgo (Voria Stefanovsky Editores) y Ensayos sencillos (17grises editora), dos libros recientemente aparecidos que, reunidos, suman largamente las trescientas páginas, y podrían conformar, además, un poderoso trío junto a Lámpara diurna, todavía inédito en Argentina y ya publicado en Brasil –por Lumme– y en México –por la Academia Mexicana de las Letras–, como parte de la premiación internacional “Pedro Enríquez Ureña” de ensayo en 2018.

Lógica en riesgo viene acompañado de un texto de Ignacio Uranga, y Ensayos sencillos por uno de Luis Gusmán. Más allá de sus distintos orígenes, en ambos libros se trabaja desde un concepto, una palabra o la resonancia de un nombre en la cultura: la “memoria” de la mano, el mundo de los sueños y el inconsciente, el realismo literario y la “representación” en las artes, la argumentación y el diálogo, la retórica y la escultura, los “restos”, Sarmiento, Antonio Di Benedetto y sus vertientes literaria y periodística, Cortázar y Marechal; pueden rastrearse temas y enfoques ya esbozados y planteados en trabajos anteriores, como en Siete miradas: Conversaciones sobre literatura (2018), y aún décadas atrás, en Lectura y cultura y en La lectura como actividad, ambos de 1998.

La escritura de Noé Jitrik –quien ya porta noventa y tres años, nada más y nada menos–, su productividad crítica, posee una ética: la de un profundo humanismo. El director del magno proyecto colectivo llevado adelante por veinte años, y ahora concluido, los doce tomos de la Historia crítica de la literatura argentina, por la agudeza, cantidad y variedad de temas que trabajó y trabaja, se inscribe en los grandes linajes de la crítica latinoamericana, la de Alfonso Reyes, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama. Jitrik, con largas décadas dedicadas a la academia y labores universitarias, autor de más de un centenar de títulos, el primero publicado en 1956 (véase el listado bibliográfico de Roberto Ferro para la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes), puede sumarse, sin ninguna exageración, por la evidente capacidad intelectual y la originalidad teórica, por su vibración universal, a una constelación que podría estar formada por Tzvetan Todorov, Umberto Eco y George Steiner, cada cual con su respectiva biografía e inflexión intelectual: Jitrik desde una semiótica de la cultura, Todorov desde el rescate y adopción del enfoque “formalista” (ruso) y los cruces culturales, Eco desde el medievalismo, la novelística y la picaresca periodístico-contemporánea, y Steiner desde su trilingüismo y la preocupación respecto a la educación y “las humanidades”, en contraste con las “masacres industriales” de los totalitarismos del siglo XX. Por su parte, Gusmán filia a Jitrik a la tribu literaria de Sarmiento, Martínez Estrada, Bioy Casares, Piglia, Viñas y Margo Glantz, entre otros nombres. Tal como escribió José Martí sobre sus Versos sencillos, los ensayos de Noé Jitrik “salieron del corazón”, en lo que es una verdadera e imprescindible ética de la escritura.

Te pregunto por los epígrafes que contienen los libros: podrían dar alguna idea de las dimensiones e intenciones de los ensayos, englobándolos utópicamente en un todo: uno de Tununa Mercado, sobre el inconsciente, y el otro de Borges, una cita en francés. ¿Qué clase de clave” o sentido buscaste?

-Por cierto, algo significa poner un epígrafe en un texto, algo se quiere decir: ¿se quiere indicar el espíritu de lo que va a venir a continuación, que sería lo visible, lo principal? ¿O que las frases sugieren que se va a obedecer en lo que sigue una secreta indicación? ¿Tununismo? ¿Borgianismo? La primera, si eso fuera así, indicaría que en lo que sigue hay una amenaza de incontrol, el del remoto Freud del inconsciente, pero, como se verá, no hay que temer, eso no ocurre, porque se podrá decir lo que se quiera de los ensayos pero no que no están muy pensados, que no siguen una línea de pensamiento, de modo que será otra cosa, no lo sé; en la segunda, Borges presente como un soldado guardián de todo propósito literario, al matizar su célebre frase juego con un balanceo, provoco una lectura posible –no animar, o sí, a otros-, influir o no, actuar o no. Pero eso es hilar fino, ni yo mismo me doy muy bien cuenta de lo que implica pero de lo que me doy cuenta es de que me gustan esas frases como suenan.

Ensayos sencillos combina cierta llaneza en la escritura –sencillez y accesibilidad por su ritmo, la construcción de las frases, su clara exposición– con un agudo y variado repertorio de herramientas teóricas y de análisis, síntesis histórica y crítica. ¿Es esta una búsqueda consciente tuya? ¿Su mejor forma sería el ensayo?

-En efecto, accesibilidad, intento de seducción, captar interés. Toda literatura lo busca pero por caminos diferentes: una cosa es la “selva oscura” dantesca y otra unos versos de Cadícamo que me parecen muy felices, en ambos casos se quiere capturar a un “otros” desconocido o no, o no tanto, aunque el “entre” difiere: en uno se apela a la razón y al entendimiento, en el otro al sentimiento o al reconocimiento. Pero, dadas las circunstancias en las que los escribí, un encierro semejante a un exilio, me encontré pensando en José Hernández que, encerrado en un hotel en Santa Ana do Livramento, para salir del tedio escribe nada menos que el Martín Fierro. ¿Será mi libro equivalente? “¡Qué pretensión!” dirán algunos, visto el resultado pero la intención no puede ser muy diferente, si uno no creyera que su libro es importante por qué lo publicaría, ¿no sería peor? En fin, reflexiones ociosas: el hecho es que no podía ser de otra manera: fue al comienzo de la pandemia, la cuestión era cómo negociar con el tiempo que se presentaba como un gran vacío; de pronto, recordé que unas cuantas observaciones o ideas se me habían quedado en los cajones pero, compasivo, consideré que no había que dejar todo ese material ahí, envejeciendo. Me gustaron esos temas, tan variados, era un desafío, cómo pasar de la retórica al amor, de la escultura a la vejez, de entrañables figuras, como Martínez Estrada o Marechal a la ropa: saltos, pero con la misma disposición, con el mismo respeto, con los mismos riesgos, o sea lo que se llama “el ensayo”. “Improvisación y valor”, una buena consigna casi militar, con perdón, para enfrentar el tedio del encierro.

¿Cómo podría interpretarse el título Lógica en riesgo? ¿Lo planteás en el sentido de “amenaza” por algo o alguien, o sos vos el que intenta arriesgarla, ubicándola en estado crítico?

-Es claro que es otro planteo desde el vamos: los textos que componen este libro fueron escritos en diversos momentos; hice esa recopilación por sugerencia de Ignacio Uranga, muy fervoroso de mi concepto de “incesancia” que, por otra parte, recorre varios de los trabajos que pretenden tener un alcance teórico, si no es mucho decir, respecto de cuestiones estrictamente literarias. El libro se publicó en Brasil, lo hizo un heroico editor, poeta exquisito, Francisco de los Santos, y fue reeditado por otro no menos refinado editor, Jorge Nedich, que creyó en el libro y lo sacó en plena pandemia, acto de arrojo que agradezco infinitamente. Temas de literatura, a veces desde los griegos pasando por la representación, la argumentación, la memoria de las manos, hasta el inconsciente –“qué inconsciente” dirían, si leyeran el libro algunos psicoanalistas-, las bibliotecas, el diálogo, la conversación, en fin un conjunto de cuestiones, o de palabras, que si por una lado parecen, sólo parecen, ser obvias a fuerza de formar parte del lenguaje cotidiano, encierran un secreto que tiene cierta lógica, estoy creyendo que abordarlos constituye una nueva manera de filosofar, no creo ser el único que lo ve así. Ahí, en la palabra “lógica”, que está en el título, “la lógica en riesgo”, estoy aludiendo a que el lugar que está ocupando la lógica, o algo semejante, o tan sólo la voluntad de pensar más allá de la superficie de las cosas, empieza a estar ocupado en la cultura contemporánea por la arbitrariedad, la sinrazón, hasta la obtusa estupidez, que obtienen espectaculares triunfos, no hay más que ver lo que pasa con la cultura en Brasil, gracias a Bolsonaro y sus cohortes de deficientes, qué hicieron con la cultura los cómplices del macrismo, los discursos de Trump y, por otra parte, en otro plano, lo que llamo la “falsa cultura”, ese creer con orgullo que la cultura pasa por las creencias de las clases medias en la ropa, en las playas de moda, en las revistas de los consultorios de los dentistas, en ciertos programas de televisión, en la reducción del lenguaje a su mínima expresión y así siguiendo.

Los libros poseen diversos abordajes y puntos de partida: una situación de la vida cotidiana, un problema teórico, una parte del cuerpo humano o el sueño. De una dimensión particular, de un pensamiento o experiencia la reflexión se expande, abarca áreas o zonas de la actividad social hasta alcanzar hondas problemáticas de la condición humana. ¿Hay en tu escritura un sistema y un método? ¿Se puede decir que descansa, principalmente, en una mirada o en los "modos de ver", como diría John Berger?

-Desde luego, modos de ver, de acuerdo con el admirable Berger, pero si coincido en esa expresión es porque creo que la mirada no es inerte sino que se satura, poco a poco y, a medida en que se vive, se va dotando de mayor idoneidad, ve más y mejor, la experiencia y la cultura la van alimentando. Yo podía pensar, como todo el mundo, que la mano, por ejemplo, era sólo un miembro indispensable del cuerpo; hoy veo que tiene memoria y que la memoria acude para establecer diferencias: dos pianistas que tocan la misma obra difieren en la ejecución, son sus manos las que producen la diferencia, en la memoria de la mano reside lo que se designa como el “estilo”. Lo mismo respecto de ojos y gustos y percepciones auditivas y ni hablar de pensamiento. De eso trata mi “método”, que no es ningún método porque no puedo obligar a la mano o al oído o al cerebro a seguir ciertas normas sino que debo dejar salir el ojo y la mano y el cerebro para ver y escribir. No dudo de que se pueda encontrar en todos los textos algunos movimientos similares, por ejemplo en los comienzos, que son como cuando uno pisa el embrague del automóvil, lo que pone en movimiento debe ser siempre lo mismo y en todos pero, de inmediato, viene la variación, trato de que cada afirmación sea abierta, que conduzca a otra parte. Y, desde luego, el sentido que todo ese trabajo tiene: hacer que quien lea suspenda lo que sabe o piensa y admita el desencadenamiento de un pensar. En otras palabras, deseo que mi modo de presentar mi “modo de ver” tenga efecto, que produzca un cambio.

¿Cómo estás viviendo, y sobre todo, viendo, la situación sanitaria en relación con lo social, y lo político-económico?

-Podría decir que no hay grandes cambios, salvo que no veo a nadie, aunque computadora, celular y teléfono mediante mantengo mis contactos. Pero no es lo mismo. A veces me siento aturdido, el día se me presenta como una serpiente de interminable cuerpo que me está envolviendo pero trato de neutralizarla: riego un jardincito que, gracias a eso, progresa mientras que yo, es natural, me voy achicando. Hablo, Tununa me escucha y me añade, razono con mis hijos y mis amigos más cercanos, escribo, extrañamente publico algo, en Página, en “La tecla Ñ”, un par de solícitos editores me publican y me quieren seguir publicando pero, no lo puedo evitar, la suerte que corren otros, por lo general desconocidos pero de pronto algún conocido, me detiene el pulso, me sube la presión. Recuerdo un verso de Borges, “El día es una estría cruel en una celosía” y los de Apollinaire: "Los días parten/ y también las semanas/ será preciso/ que recuerde/ la alegría venía/ siempre después de la pena”. Pero me fui para otro lado y la situación sanitaria está esperando mi respuesta que, sin duda, resolverá el vasto problema de la pandemia. Sobre la cual diría que se hace todo lo que se puede y con la mejor intención pero creo que en ningún lado –pienso en África, en Medio y Lejano Oriente- hay otras posibilidades, sólo que en algunos lugares la historia se ha precipitado vehiculizada por la enfermedad. Países históricamente expoliados y despojados sufren más, ¿dónde está la ciencia salvadora o protectora en esos lugares? Pensar en eso sobrecoge y, sobre todo, que lo que venga después, si se la logra parar, mientras las estructuras económicas y la riqueza siga concentrándose, nos pondrá de nuevo, como si no hubiera pasado nada, ante los problemas de siempre. ¿Quién aprende con la desgracia, la peor maestra que la civilización ha creado?

¿Se puede decir que están circulando discursos “de la pandemia”? De ser así, ¿cómo se los podría caracterizar?

-El discurso que más circula, en la Argentina por lo menos, es el de la “oposición”: discurso sin pies ni cabeza, necio y cerrado. Enfrente, los esfuerzos, ciertos periodistas, las denuncias, algunos jueces, Alberto Fernández, “vox clamantis”, absortos ante la realidad, tratando, tratando.

 

>Un fragmento de Lógica en riesgo de Noé Jitrik, acerca de las bibliotecas

La imagen de la biblioteca perturba: es lo posible y lo utópico al mismo tiempo; está ahí, en lo que nos forma, y lejos en lo que nos alberga. Ambas líneas crean una reja ilusoria, es como si la imagen de la biblioteca que esa ilusión propone fuera unívoca, como si al aludir a aquella que es propia de cada escritor y a aquella, que suele ser la misma, a la que el escritor aspira a ingresar, se estuviera postulando una existencia bibliotecaria babilónica, un todo compacto e inalcanzable; en suma, la biblioteca como analogon del mundo mismo, con su misma compacidad.

Pero así como el mundo es analizable también la biblioteca lo es; en suma, que no hay “una” biblioteca, ni siquiera aquella de la que los escritores hablan con énfasis, sino por lo menos tres, que se entablan, se interrelacionan, se transfieren. Brevemente, hay una biblioteca que podemos llamar “necesaria”, otra a la que le cabría el nombre de “obligatoria” y, por fin, una “voluntaria”.

Brevemente también, la primera es aquella cuyos libros son o parecen imprescindibles para comprender el origen, el desarrollo, los alcances, los valores y los significados básicos de la cultura universal, o sea europea y americana; no entrar en ellos, no conocerlos, implica no sólo renunciar a una masa de tradiciones y quedar a la deriva en un orden lingüístico y simbólico, sino también a un conjunto de modos de interrelación de máxima inteligibilidad para el ámbito en el que la escritura es pensable y la lectura es entendible. Se diría, por otra parte, que ha sido conformada según los criterios de identidad y universalidad que, propuestos por la burguesía europea, a partir de las ideas de la enciclopedia, como resumen del saber adecuado que poseía el mundo, constituyeron un universo de referencia cuya posesión fue, por otra parte, fuente de un placer que parece, por el momento, irremplazable. Es lo que llamamos la “gran literatura”, a la que se vuelve siempre, una suerte de museo que recoge lo que se entiende como los fastos de esa actividad llamada literatura y sin acercarse a los cuales se cae en la orfandad y en la mudez.

La biblioteca que podemos llamar “obligatoria” es en cierto modo horizontal y sincrónica y está compuesta por los libros “que hay que leer” para poder formar parte de una comunidad cultural o, si es mucho decir esto, de determinados círculos para que sus integrantes puedan comunicarse deben compartir gustos, criterios, juicios y, sobre todo, deben demostrar, a través de la relación con esos libros, su pertenencia. A su vez, la obligatoriedad está dada por autoridades de diversa índole: la crítica, los premios, las grandes ventas, la institución, la moda. 

La biblioteca obligatoria cumple, además, una función de advertencia: brinda la posibilidad de conocer el estado actual de la lectura y los objetos de la opinión predominante, así como de ejercer activamente lo que se denomina “crítica”; su acción procede de un exterior social sobre una conciencia lectora que puede poseer un grado relativo de independencia frente a sus dictámenes e imposiciones. Es en esa zona residual de libertad, pero haciendo uso de ella, que se constituye la biblioteca “voluntaria”, como un espacio de construcción o de acumulación regido por una a veces sistemática, otras asistemática, búsqueda de textos, en algunos casos en la perspectiva de un rescate del olvido, en otros de un descubrimiento, en otros gracias a una lógica deductiva –un texto incita a perseguir otros de un mismo autor o de un mismo circuito–, en otros a partir de intereses afectivos, en otros dejando actuar restos de impresiones de lectura, en otros en virtud de un espíritu investigativo basado en criterios filosóficos o poéticos, en otros, por fin, en razón del interés o la curiosidad que despierta la cercanía o la comunidad de pareceres que pueden ser propios de un grupo, una familia, una formación o una nacionalidad. Se diría que esa biblioteca es entrañable y propia.