¿Cómo actualizar una serie sobre espías que circulan de incógnito en las nuevas sociedades de la vigilancia? Ese es el desafío de Petter S. Rosenlund, creador de la sueca Agente Hamilton, inspirada en las novelas de Jan Guillou, clásicos de la literatura nórdica de espionaje. Guillou es una especie de John Le Carré escandinavo, no formado en el interior de los servicios secretos pero sí conocedor de su funcionamiento a partir de su trabajo como periodista. De hecho, en los años 70 estuvo detenido durante un año por revelar la existencia de una agencia secreta en el seno de la MUST, siglas con las que se conoce a las fuerzas armadas de Suecia. Cuando en los 80 apareció su agente Carl Hamilton, inmediatamente se convirtió en una pieza clave del espionaje en el crepúsculo de la Guerra Fría y en un fenómeno literario que recién ahora llega a la pantalla en un presente totalmente renovado.

El joven Carl Hamilton (Jakob Oftebro) de la serie habita en un mundo signado por las nuevas tecnologías y la omnipresente vigilancia, en una geopolítica donde los enemigos ya no se distribuyen a uno y otro lado de la cortina de hierro. En el primer episodio descubrimos a Carl como un soldado de las fuerzas armadas suecas entrenado en suelo estadounidense y convertido en una pieza activa de la CIA en la escena europea. Su llegada a Estocolmo está destinada a cumplir una misión secreta en el mismo instante en el que la Ministra del Interior de su país sufre un atentado en el centro de la ciudad durante el discurso del 1° de mayo. A partir de allí Hamilton se verá atrapado en un enredo de intereses que involucran a las fuerzas militares, al servicio secreto de su país (Sapö) y al accionar de una célula antiterrorista dentro de la CIA. La serie despliega su narrativa alrededor del mundo y con esas coordenadas conecta los puntos cardinales del atentado desde Israel y Palestina a la vieja disputa entre Estados Unidos y Rusia, ahora en relación al ciberterrorismo y las nuevas formas de la paranoia contemporánea.

Las relecturas del thriller de espías en general han dado lugar a diversas aproximaciones. Desde su impronta más opresiva y lindante con lo psiquiátrico en Homeland, adheridas a esa pátina grisácea que dejó la enseñanza de Le Carré y subsiste en sus adaptaciones como La chica del tambor o El infiltrado, y una mirada desde la parodia y la deconstrucción que es la que ha ensayado Phoebe Waller-Bridge en la exitosa Killing Eve. Lo que define a la mirada de Rosenlund es la convicción de que todos los poderes contemporáneos son opacos e indescifrables, y las vidas de sus agentes se alejan del glamour y la distinción para sumergirse en una cotidianeidad en la que la que el desencanto es la marca del día a día. “La mayor diferencia con el tiempo en el que fueron escritas las novelas es que las divisiones de la Guerra Fría entre Este y Oeste se reemplazan por la economía de mercado, las apuestas de poder en la geopolítica y los ciberataques. Ya no se sabe quién es el enemigo, en quien confiar y qué es lo que significa la lealtad hoy en día”, explicaba Rosenlund en una reciente entrevista con Nordisk Film & TV Fond.

Sin el paraguas de la sátira y con las nuevas formas del terrorismo en la escena global, Agente Hamilton explora el impacto de esa puja de intereses en la vida de cada uno de los engranajes de ese entramado de espionaje. Una vez en Estocolmo y en el seno de la investigación por el atentado que dejó siete muertos y varios heridos, Carl Hamilton pide instrucciones para sus movimientos. La CIA le exige información al mismo tiempo que lo impulsa a establecer acciones para la inteligencia militar y conseguir sumarse al equipo de investigación de la Sapö. Allí, la agente Kristin Ek (Nina Zanjani) será su rival inesperada, alerta desde el comienzo sobre sus movimientos en la escena del atentado, su viaje a Israel para conseguir información sobre los terroristas por parte de un contacto en la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), la pista de un agregado cultural de la embajada rusa asesinado misteriosamente y el nexo que lo une con los Estados Unidos. “El balance para la creación de un personaje como Carl Hamilton hoy consistía en pensar en el agente más eficiente y al mismo tiempo en brindarle cierto grado de incertidumbre, lo cual lo hace más humano y vulnerable a la manipulación de los intereses que se juegan a su alrededor”.

La vida cotidiana de Carl también se despliega a medida que intenta seguir las esquirlas que se desprenden del atentado. Su madre reside en una casa señorial en las afueras de Estocolmo y lo único que pronuncia en cada una de sus visitas es el nombre de su hermano ausente. En esos primeros días luego de su llegada al país, Carl se reencuentra con Sonja (Katia Winter), una mujer de su pasado con la inicia una relación entre sus escapadas a la frontera palestina y el seguimiento de la estela de los terroristas camino a Hamburgo. Su casa es apenas el esqueleto de una vida propia, escondida tras los mensajes cifrados, los pasaportes falsos y los disfraces que ocultan sus verdaderas misiones. En ese esquivo tablero de ajedrez, Kristin aparece como la mejor oponente, dividida en su vida personal entre dos amores, alfil excepcional de la Sapö que entrega su vida a esa persecución que nunca parece vislumbrar la meta. Algo en ella recuerda a la obsesión de Jessica Chastain en La noche más oscura de Kathryn Bigelow, en la que la búsqueda de Osama Bin Laden resultaba la conquista vacía de un camino sin sentido.

“Para preparar mi personaje –contaba el actor Jakob Oftebro en la misma entrevista- conversé con miembros del servicio secreto que siempre se mostraban tranquilos y relajados cuando hablaban de su trabajo. El hecho de matar a alguien resultaba algo tan natural como cualquier otra tarea que formara parte de su entrenamiento”. La vocación de quitar al espía de ese mundo excepcional en el que lo colocaron las películas de James Bond, el esmoquin y los martinis, supone introducirlo en una escena real, nutrida de los conflictos que escapan a las coordenadas claras y los enemigos visibles. La perspectiva de la saga de Jan Guillou era deudora de su tiempo y la mirada de Rosenlund no puede escapar a los claroscuros de una era de disputas que trascienden las divisiones ideológicas y se concretan en un campo de batalla cuyas reglas no difieren demasiado de las que impone el mercado global.

Agente Hamilton puede verse los martes a las 22:00 en Film & Arts (y disponible en streaming en Flow, DirecTV Go, Telecentro Play, Movistar Play y Claro TV).