“Si el animé es la mitad de bueno que el manga, me voy a cansar de vender”, comentaba entre amigos el dueño de una comiquería. Se refería a De yakuza a amo de casa, el manga de Kousuke Oono que acaba de estrenar su adaptación al animé en Netflix. Esta versión audiovisual (hay una con actores disponible en Japón, también) tiene cinco emisiones breves, de media hora cada una y que equivalen a los primeros cinco tomos –de siete- del manga original, que en la Argentina publica Ivrea desde diciembre del año pasado. Y para los ansiosos: la plataforma de la N roja ya confirmó su continuidad.

La serie sigue las peripecias domésticas de Tatsu, un sicario conocido como “Dragón Inmortal”, pero retirado de su vida como yakuza para vivir un plácido matrimonio junto a una diseñadora gráfica, que mantiene económicamente el hogar. La serie es de un humor absurdo hermoso y rehuye a los tópicos del drama típicos. A Tatsu su pasado no lo persigue, más bien sale corriendo cuando lo ve, tanto le temen los miembros de las familias rivales. Su problema, en todo caso, es que tiene poca cintura para la vida cotidiana y, además de hacer las compras trajeado como si viniera de ejecutar a un enemigo (pero con delantal de ositos encima), aplica su lógica yakuza a toda situación posible. Si, por ejemplo, a un niño vecino se le muere su mascota, su modo de contener a la criatura es enterrar al perrito sin dejar rastros. Voces tenebrosas, insinuaciones amenazantes hablando del mejor modo de cocinar verdura o completar las tarjetas de fidelidad de los comercios del barrio, los esfuerzos denodados por agradar a un suegro parco, lamentos desgarradores de deshonra por una mancha que no sale y partidos de volley de señoras casadas jugados como si fueran la batalla definitiva por el control de un barrio. Todo eso cabe en De yakuza a amo de casa y es justamente en ese contraste absurdo y risueño que la serie pasa de graciosa a delirante y divertida, con pocos equivalentes.

Un rasgo notable de la serie es su estilo de animación. Está muy lejos de las superproducciones animadas orientales que sorprenden al ojo occidental. Tampoco abreva en las texturas artesanales de películas con vuelo poético a la Miyazaki. Aquí la búsqueda expresiva es muy otra y es tan fiel al manga original que, más que un animé, parece un motion-cómic. Parece uno de esos experimentos de llevar las viñetas a la pantalla. Esta fue una decisión estética deliberada, en la que terció el propio Kousuke Oono y optó por un estudio de animación que ya había incursionado en este estilo. No sólo la serie asemeja un cómic animado, cada pequeña peripecia (hay varias por episodio) se corresponde a un capítulo del manga. Y aunque no hay forma de contrastarlo, es muy probable que haya sido la decisión correcta, porque esas imágenes sostenidas ayudan tanto al efecto humorístico como las voces de los actores japoneses que dan vida a Tatsu y su íntimo universo hogareño.