El sábado murió el gran artista argentino Juan Carlos Romero, quien últimamente tenía una salud frágil.  Había nacido en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en 1931. 

Su vida y su obra estuvieron marcadas por el compromiso artístico y político y por la militancia en todas las instancias en que eligió o le tocó formar parte. 

Su práctica artística estuvo siempre ligada al cuestionamiento, la resistencia y la desarticulación de los aspectos cristalizados de las instituciones y del sistema de las artes visuales. Tal abordaje no solo lo demostró desde la propia realización, materialidad y sentidos de su trabajo, sino también en la politización de la actividad creativa en general y artística en particular. 

Se formó como grabador en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, pero su concepción del grabado se desarrolló más allá de los cánones de esa técnica, porque experimentó en todos los niveles de realización, puesta en circulación, sentido, etcétera.

A mitad de los años cincuenta Romero empieza exhibir su obra en salones de grabado. En 1964 es invitado a participar del Premio Braque y también recibe el Gran Premio de Grabado en el XIII Salón Municipal Manuel Belgrano.

Dos años después su obra forma parte de la muestra colectiva Homenaje al Viet-Nam en la galería Van Riel, con la obra American Way of Life, un collage y troquelado de 35 centímetros de altura por 60 de ancho. En aquella obra, a través de la experimentación gráfico la fuente periodística elegida por el artista mostraba los abusos de las tropas norteamericanas de ocupación en el país asiático, con titulares repetidos del nombre “Vietnam”. Allí el artista experimentaba con la gráfica gracias a montajes y cortes geométricos sobre el soporte, con citas a las vanguardias geométricas en un nuevo contexto. 

La obra de Romero no sólo supone la politización en términos de denuncia sino también en los aspectos formales. Así, el tratamiento de los materiales y el sentido se potencian, porque en su trabajo el planteo estético y la efectividad de la denuncia encuentran un canal  potente y al mismo tiempo crudamente bello. La fuerza del mensaje artístico –a través del uso del esténcil, lo que garantizaba la velocidad de reproducción– se descompone en una serie de elementos: pertinencia, experimentación, sentido de la oportunidad, actualidad, situación contextual, modos de circulación, y así siguiendo… combinación difícil de encontrar en esta vertiente, donde la urgencia hace que el mensaje impere sobre la forma. Precisamente, Romero combinaba lucidez política con riesgo artístico, lo cual permite que su obra perdure y siga creciendo.

En 1969 obtiene el Gran Premio de Honor del Salón Nacional y participa en una prestigiosa exposición gráfica en la ex Yugoslavia. Su obra forma parte de las tres primeras ediciones de la Bienal del Grabado Latinoamericano de San Juan, Puerto Rico.

Entre 1970 y 1971 integra el Centro de Experimentación Visual y funda Arte Gráfico-Grupo Buenos Aires, generando circuitos alternativos, sociales y populares.

La elección del grabado por parte de Romero estuvo siempre asociada al origen y la tradición de esta técnica que permite la politización de la imagen por su potencial de masividad. Romero buscaba, a través de la copia múltiple en offset y la fotocopia, la mayor multiplicación posible de la imagen.

El artista profundizó la articulación entre arte y política gracias a un distanciamiento con cualquier efecto de ilusión. Su obra, en cada momento hizo evidentes el lenguaje artístico y lo propiamente lingüístico, los aspectos materiales y morfológicos, en tandem con la situación política y social.

Una parte importante de su trabajo se desarrolló bajo dictaduras,  el artista fue afianzando y perfeccionando sus recursos junto con intención creciente de que el espectador completara el sentido de la obra. 

El artista ejercía una lucha contra la opresión de cada época a través de, por ejemplo, apropiaciones, tachaduras, montajes, citas, disfraces, denuncias cifradas, camuflajes… pero al mismo tiempo entablaba pelea contra la transparencia absoluta que desde el discurso conservador se le pedía a todo lenguaje, incluso el artístico. Para Romero la práctica artística también es el lugar de los mensajes oblicuos y la ambigüedad, porque en el arte siempre hay un resto no interpretable. 

La obra de Juan Carlos Romero, al mismo tiempo que denunció siempre la injusticia y las dictaduras reserva un lugar para la opacidad que pone en juego la mirada del espectador.

A partir de los años setenta, Romero participa con su obra del entonces flamante Centro de Artes y Comunicación (CAYC) de Jorge Glusberg y forma parte del Grupo de los Trece del CAYC. 

Entre 1977 y 1978 el artista se exilia en Honduras. Entre 1983 y 1985 dirigió el Museo de Telecomunicaciones como corolario de su militancia sindical en la etapa en que había trabajado en la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel). 

Desde 1986 y hasta 1988 integra el grupo Gráfica Experimental, con Rodolfo Agüero, Hilda Paz, Susana Rodríguez y Mabel Rubli. 

Participa de publicaciones colectivas autogestionadas como No al indulto, obediencia debida, punto final (1989), Nunca más (1997), La desaparición (1999) y Veinte años (2000).

Desde fines de los ochenta integró el grupo Escombros (junto con D’Alesandro, Edward, Pazos, Puppo y Volco). Y entre 1997 y 2001 integró el colectivo La Mutual Art-Gentina. Luego formó también parte del Grupo de Artistas Plásticos Solidarios y la Red Conceptualismos del Sur.

Recibió distinciones internacionales como los primeros premios del Salón de Dibujo de Santo Domingo (1997) y del Premio de Poesía Visual Joan Brossa, en España).

Fue docente de la Escuela Superior de Artes de la Universidad Nacional de La Plata, la Escuela de Arte de Luján, la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, la Universidad Nacional de las Artes.

A modo de cierre de este punteo por algunos de los tramos del rico itinerario de este gran artista, puede mencionarse la reedición de “Violencia”, que presentó a fines del año pasado en el Museo Nacional de Bellas Artes, la célebre instalación montada por primera vez en el año 1973, en el CAYC. 

En ese marco, el artista presentó su libro Doble residencia, una bellísima producción de retratos fotográficos tomados por Gustavo Lowry –con curaduría y texto de María Esther Galera–, en los que se ve a Romero usando cuarenta de las máscaras que forman parte de su colección. 

Con pudor confesional, el propio Romero escribió en ese libro un texto acerca de su cara frente al espejo, que termina así: “Lo que me preocupa de esta cara son sus ojos, que los percibo inquisidores y que se van haciendo cada vez más sombríos y profundos. Los ojos me dicen mucho en silencio. Estos ojos me están anticipando que toda transformación y todo cambio tiene su fin. Los ojos de este espejo anticipan desde su mirada, su muerte y su desaparición del espejo. Será el mismo día que deje de verla. Qué lástima, ya que al final de cuentas me había acostumbrado a ella y no hubiese querido que tenga que irse así, de este modo, tan repentino, sin avisarme”.