Ignacio Roma parece desatento, desajustado, como si el hilo algo desordenado de sus pensamientos se transmitiera sin filtros a la palabra. Delante de varias docenas de estudiantes universitarios, el discurso del arquitecto se enfoca durante algunos segundos para embarcarse luego en una ligera deriva. La indecisión llega al punto de dudar, en vivo y en directo, de si los apuntes serán enviados por email o estarán disponibles en la fotocopiadora de la facultad. “Mejor hago las dos cosas”, dice a los gritos mientras el aula comienza a vaciarse. 

Entonces llega la invitación de dos chicas trasandinas, casi al pasar: una charla en la Universidad de Valparaíso. Algo acerca de la arquitectura no tradicional, un tema bien académico. Ignacio llega a su casa después del día de trabajo y el desajuste descarrila por completo: su pareja siente náuseas, durante el día vomitó y, además, no le vino. Una corrida a la farmacia, la vacilación (¿cuál test comprar? Mejor dos, mejor tres, cuatro es demasiado) y la confirmación del embarazo. 

El hombre duda en voz alta sobre todo aquello que su interior pide a los gritos: aceptar el convite chileno, viajar, ordenar un poco la cabeza ante tamaña noticia. Nada de esto es explicitado, apenas sugerido por las circunstancias, la puesta en escena y la dirección actoral, aunque no deja de ser cierto que es su novia quien le da el empujón final. Al fin y al cabo es una buena oportunidad y ella, por otro lado, está bastante ocupada. Mejor que viaje. 

Una de las virtudes de De la noche a la mañana, el nuevo largometraje del argentino Manuel Ferrari, es hacer que ese nudo de nervios, miedos y ansiedades que delinean al protagonista se convierta en pantalla en coto de caza cinematográfico de sus contradicciones y disyuntivas. A los 15 minutos de proyección Ignacio Roma ya cruzó los Andes, listo para para recorrer un laberíntico sendero de calles, casas, restaurantes y hoteles, entre otros ámbitos públicos y privados. Un derrotero geográfico que no es otra cosa que un espejo de su propio interior. Coproducción entre Argentina y Chile, la nueva película del director de Cómo estar muerto/Como estar muerto y el cortometraje Las expansiones, el retrato agridulce de un hombre que, tal vez sin saberlo, anda en busca de sí mismo, continúa en cartel en salas de cine del interior del país y, a partir del 22 de este mes, desembarcará en las plataformas Amazon Prime Video y Claro.

“La idea arrancó allá por 2012, hace casi una década”, recuerda Manuel Ferrari. “Siempre estuvo claro que el protagonista recibía una invitación para viajar a algún lugar cercano, justo el mismo día en el que se entera de que va a ser padre. Todo lo empuja a irse, pero no de manera realmente consciente, sino casi como dejándose llevar. Que es un poco lo que le ocurre durante toda la película, esa cosa de responder a los impulsos externos. Lo de Valparaíso vino después: un amigo llamado Rodrigo Muñoz Gálvez –que terminó siendo coguionista– me invitó a participar de unas jornadas en esa ciudad, que no conocía. El lugar me fascinó, una especie de oasis en un sentido literal. Lo contrario a esa especie de imaginario de un Chile gris, estricto y neoliberal, que suele relacionarse con Santiago."

"Valparaíso es una ciudad impactante y única que supo ser un puerto muy importante, muy viva y llena de contradicciones. Y con una gran efervescencia estudiantil. Un sitio que te agota cuando lo caminás, donde lo público se desdibuja con lo privado y en el cual subís a un lugar y no sabés si vas a poder bajar. Eso me hizo creer que era el lugar ideal para la historia y después vino la posibilidad de la coproducción, que no fue nada sencilla”, detalla el realizador.

La descripción de Ferrari de esa ciudad de cerros y funiculares, por siempre ligada a la obra de Pablo Neruda, no es casual ni caprichosa. En De la noche a la mañana la geografía en sí misma es una de las protagonistas de la historia, registrada por la cámara del director de fotografía Fernando Lockett con usual prestancia: la belleza nunca es superficialmente pictórica y la relevancia de los encuadres está dictada por la esencia narrativa. Luego de llegar al aeropuerto de Santiago y reencontrarse con un viejo amigo –ahora transformado en exitoso empresario, un hombre lleno de contactos– la primera caminata en busca de la universidad encuentra a Ignacio subiendo una empinada escalera de 800 metros, consultando varias veces la dirección a tomar, el primer desafío en una serie de desventuras inesperadas y, en más de una ocasión, absurdas. El héroe, interpretado por un Esteban Menis en estado permanente de alerta, ha ingresado al laberinto sin conocer la salida. Ni la presencia de varios minotauros desperdigados en los recovecos.

“Es un obsesión mía la de los espacios --continúa Ferrari-- y aunque la película no se lo proponga explícitamente, más allá del programa estético, termina siendo el retrato de ese espacio. Lo interesante para mí es que De la noche a la mañana se fue convirtiendo cada vez más en una película de personajes. Intenté que no se tratara simplemente de incorporar en los encuadres un espacio, en este caso Valparaíso, sino que el lugar tuviera su propio peso. Que le impusiera al personaje una mezcla de agotamiento, vértigo y temor. Los temblores tan típicos de Chile, por ejemplo."

Los miedos de Ignacio no son pocos, y el pavor a un terremoto lo atenaza de principio a fin, una sombra que lo acompaña durante los días y noches de la visita. Pero al margen de esa amenaza atávica –acompañada de un nuevo síntoma, los poco amigables ataques de angustia– el film es también un relato de encuentros con gente a la que no se conoce de antemano. Como ese arquitecto estrella (hilarante Alejandro Goic) que, entre chanzas y risotadas, trata a Ignacio casi como si fuera un hijo. O esos jóvenes que lo ayudan a encontrar el boliche donde la búsqueda sigue revelándose infructuosa. O la joven profesora interpretada por Manuela Martelli (Machuca, Dos disparos) que, de la noche a la mañana, se transforma en amiga, confidente, compinche, ayudante y algunas cosas más. 

¿Es la película una descripción posible de la crisis de la masculinidad, como se la entendía (y se la sigue entendiendo) en muchos ámbitos? El director reflexiona: “el personaje es una suerte de construcción colectiva y varios de sus rasgos fueron aportados por mis compañeros de escritura, hombres también: Gabriel Medina y Muñoz Gálvez. Al menos para mí era importante poder transmitir cuestiones que tienen que ver con dos cosas. Por un lado, el hecho en sí mismo de lo masculino; por el otro, el paso del tiempo, el ir creciendo. Existe esa figura ficticia con la cual nosotros, a nivel generacional, hemos sido criados. El pater familias, seguro y proveedor de seguridad económica, algo distante afectivamente. Hasta hace no mucho tiempo se seguía criando de esa manera. Esa idea también de ‘no seas cagón, no seas maricón’, que se entronca con la homofobia. Y está el tema de que el ser humano, a medida que crece, suele ser un poco más seguro, conoce más cosas y está más preparado. Pero lo que quería transmitir es que los temores siguen siendo los mismos y que, en todo caso, la careteamos un poco mejor. Me interesaba explorar la constitución de esos miedos en un personaje con rasgos tal vez un poco odiosos, pero que también permiten la ternura y algo de empatía. Todo eso al mismo tiempo”.

Por momentos, Ignacio parece meado por los perros. A poco de llegar a la universidad donde, en teoría, debe dar la famosa charla, los carteles que anuncian una toma anticipan otras pequeñas desgracias. Como el robo del celular y el dinero de su billetera. Desconcertado, el hombre pasea por los pasillos, escaleras y aulas, se asoma al ensayo de un concierto, advierte la confección de maquetas en aulas ocupadas por los estudiantes. De la invitación ni noticias. 

¿Qué hace Ignacio allí? ¿Es todo lo que le ocurre ciento por ciento real o su imaginación inflamada le está jugando una mala pasada? Más de una reseña de De la noche a la mañana sugirió filiaciones con Después de hora, el film de Martin Scorsese, aunque aquí la nocturnidad es sólo uno de los ámbitos recorridos por el protagonista. Bajo el abrasador sol también hay desencuentros y complicaciones y sorpresas, algunas desagradables, otras tan imprevistamente regias que dejan a Ignacio al borde de un ataque de inacción, como si fuera víctima de un entierro prematuro sin ataúd a la vista. Casi siempre con un humor suave y ligeramente excéntrico, corrido del eje de los gags físicos o verbales, consecuencia directa de las desavenencias de Ignacio con el mundo que lo rodea, el natural y el humano.

La idea era que la subjetividad formara parte de la historia, como en esos momentos de crisis en los cuales todo parece estar yéndose un poco más a lo mierda de lo que realmente está. Pero también sostener el verosímil. Nunca había hecho una película tan centrada en un personaje y quería ver hasta dónde podía llegar. En ese sentido, no quería pasarme de rosca para un lado o para el otro, porque un riesgo era caer en el costumbrismo. Ese era mi mayor temor. También existía la posibilidad de tener demasiada distancia, incluso frialdad, y eso tampoco era lo que buscábamos. Y ahí hay algo importante para destacar: el tipo no se está tomando el buque, está asimilando una noticia fuerte y todo lo que le ocurre lo siente profundamente. Tampoco es que todo es malo. La cuestión es que no dejan de pasarle muchas cosas en poco tiempo y, más allá de que son de distinto tenor, todo lo moviliza. Son cosas que lo mantienen vivo, a pesar de que no parecería estar pasándola del todo bien", profundiza Ferrari.

Manuel Ferrari en rodaje

Como una hoja mecida por el viento, Ignacio Roma es llevado de acá para allá por las circunstancias. Los llamados a Buenos Aires se orquestan de manera singular, el cuarto de hotel debe abandonarse y los encuentros con su imprevisto protector lo llevan a dar una vuelta en velero, tal vez por primera vez en su vida. Es posible que Laura, su colega chilena, no termine de comprenderlo, pero su interés por él es genuino y muy humano. La visita inesperada a una guardia médica termina de convencer a Ignacio de que la convulsión, el temblor, es tan fuerte en su interior que ningún medidor de la escala Richter sería capaz de mensurar. 

“Nunca había filmado algo de esta envergadura, aunque debo decir que el guión original era mucho más ambicioso en términos de locaciones y circunstancias. Tuvimos que dejar mucho afuera: del guión filmado un 25 por ciento quedó en la sala de montaje. Para la industria puede parecer un poroto, pero a nuestra escala se trató casi como una producción de Hollywood. Fue de muchísima ayuda el trabajo del reparto: a partir del guión, trabajamos la improvisación en varias escenas y muchos detalles surgieron en el momento del rodaje. Una de las cosas que más miedo me daba era que fracasara el vínculo entre actor y personaje, que está en todas las escenas. Pero ocurrió todo lo contrario", explica el director.

En una cabaña frente al mar, Ignacio llega al final de la estadía y se planta ante el futuro. En la banda de sonido no suena “Hay que salir del agujero interior”, aunque bien podría hacerlo. En cambio, María Elena Walsh canta “La familia Polillal”. Para Ignacio, que se acerca a los 40, es hora de hacer las valijas y volver a casa. ¿Reinventado?