Como Brasil, Rubén Rada es un continente en sí mismo. Dificil encontrar un músico con tanta versatilidad. Todos los estilos habitan en él. Rada entiende la música pop como un territorio incandescente, de groove, gracia y canción. Palo y a la bolsa. Como dijo un periodista uruguayo, Rada compone un disco cuando sale hacer mandados y lo graba cuando vuelve, en la esquina, mientras espera la luz verde para cruzar. Su pulso proteico lo ha llevado a consolidar una obra brillante y, en algunos tramos, desconcertante.

Candombe beat, murga, jazz rock, plena, funk, soul, música infantil, rock and roll y tango, y más, fueron los ritmos que utilizó para definir, al fin, una única y larga canción melancólica que disimulan sus mohines de bufón compulsivo. Aunque interprete con su voz prodigiosa y lozana el más chispeante chachachá, a Rada se le notan las costuras del origen, heridas antiguas que conocen los que vivieron la pobreza. As Noites do Río/ Aerolíneas Candombe es un paso más y, asimismo, un disco con una singularidad excluyente. Es el álbum que le dedica a su madre, Carmen Silva, una brasileña nacida en Santa Ana do Livramento, un pueblo cercano a la frontera uruguaya de Rivera. A los 8 años se radicó en Montevideo con cuatro hermanas y trabajó casi toda la vida como empleada doméstica cama adentro.

A los 77 años Rada se preguntó por qué lleva por el mundo el apellido de su padre. “Él siempre brilló por su ausencia. Esa ausencia se mezcló con la evocación de mi mamá, una muchacha hermosa y muy jovencita cuando me tuvo, como se ve e la foto de la portada –dice a Radar-. Me acuerdo especialmente de una canción que me cantaba cuando me iba a dormir, que grabó Oscar Aleman. Decía: ‘Nego de cabelho duro, ¿qual é o pente que te penteia?’”.

Hace un año permanece encerrado en su casa ubicada cerca de Pocitos. Mientras aguarda la segunda dosis de la vacuna, habla del virus y recuerda que cuando chico era tan pobre que se le pegaban “todos los virus: el del sarampión, la tuberculosis, la varicela”. Sigue hablando de la madre: “Ella me decía que si yo cantaba como en las fiestas de cumpleaños me iba a llenar de plata. No pudo ser. Murió jovencita. Yo ya era conocido, pero guita… nada”.

Resulta curioso que recién ahora Rubén Rada haya grabado en portugués. Mientras muchos de sus contemporáneos uruguayos exhibían en los 60 influjos de ritmos litoraleños lindantes con la Argentina –o, incluso más lejanos, como la zamba-, Rada inventaba junto con Eduardo Mateo el candombe beat al tiempo que caía embelesado ante João Gilberto y Tom Jobim. “Tardé en darme cuenta que Brasil manaba por dentro por el legado de mi mamá”. Entonces, As noites do Rio / Aerolineas Candombe.

El saldo de la asignatura pendiente con su madre ocurrió por una serie de causas y azares. Rada tiene amistad con una cantante brasileña llamada Tamy Duarte Acedo, que vivió junto a su marido varios años en Montevideo. La pareja le presentó al poeta y productor Ronaldo Bastos, uno de los fundadores del Clube da Esquina y una figura clave detrás la aristocracia de aquello que se llamaba M.P.B. (Música Popular Brasileña). “Empezamos a trabajar. El desde Río; yo desde Montevideo. Lo apabullé a músicas. Cada tanto me mandaba alguna letra… Así se fue realizando, canción por canción, el disco”.

As noites do Río… empieza con un tema a dúo con Carlinhos Brown, “Chão de Mangueira”. Rada lo presenta como un “samdombe”. Festivo, adhesivo, lúdico –sobre el final Brown y Rada se cruzan a intercambiar elogios como flores, a improvisar vocalmente- , define el carácter del álbum. La banda base es la que viene acompañándolo desde hace tiempo, con su hijo Matías en guitarra, Gustavo Montemurro en teclados, Nacho Mateu en bajo, más algunas participaciones ocasionales como la del guitarrista Nicolás Ibarburu. La dirección artística es de Ronaldo Bastos.

El paladar negro le exige a Rada la densidad que exhibió en muchas de sus obras de los ’60 (su inmejorable faena vocal en “Mejor me voy” o “Muy lejos te vas” con El Kinto), de los ’70 (entero, el disco Magic Time con Opa) o incluso canciones exquisitas de los ’80 (“Adiós a la rama”, “No te vayas Francisquito” y decenas más), pero esa exigencia es no comprender su profunda convicción de que la música es pan que hay que amasar todos los días, que nada es muy importante excepto el estado de creación permanente. En fin, que no hay tiempo de más. “Escuchame: a los 77, un año es demasiado tiempo. Tengo mucha música en la cabeza. Discos pensados, que quiero hacer. Y los hago. Vengo de grabar con el Peke, tremendo trapero. Todo me interesa”.


Pero ahora Rada fala portugués, y en uno de los pocos temas que le pertenecen letra y música, “Nada sem o seu olhar”, se planta en portuñol con algo parecido a un principio estético: “Con la música está tudo bem, / pero el tango me golpea más. / Todo el día yo escucho a Gardel, / que me lleva para otro lugar”. Y coquetea con el tango y se destapa, como siempre, con al menos una canción que lo ubica en el cenit de la música popular mundial. Esa canción es “A menina do chapéu azul”, que la podría haber firmado Caetano Veloso. Y es que A noites do Río/Aerolíneas candombe despliega la fantasía de que Rada podría haber sido brasileño: partes puntuales de su obra dialogan alternativamente con Tim Maia, con Gilberto Gil, con Milton Nascimento, con Ed Motta.

La pandemia le impide concretar el anhelo de presentar el disco en Brasil. “Cuando el virus pase enfilo para allá. Amo Brasil. Para mí los cinco países que han producido y producen la mejor música son los Estados Unidos, Cuba, Brasil, Argentina y Uruguay. Ahí está todo”, dice, y manda saludos para Pelo Aprile y afirma que entiende cuando algunos lo cuestionan por su vastedad rítmica. “Nací para confundir. No hay bateas para mí. Yo digo que hago world music, música del mundo. Cada vez manejo más conceptos. No hago canciones aisladas. Y el concepto aquí es mi vieja, es la lengua materna, es Brasil, es la mixtura de los dos países”.

Como Paul McCartney –y la comparación no es ociosa-, Rubén Rada ya hizo todo, pero va por más. Compite con él mismo, con otras épocas, con la nostalgia del oyente. No puede hacer otra cosa que música. Como dijo alguna vez Jaime Roos para zanjar una discusión de sobremesa que se volvía eterna: “Si hablás de Rada nunca te olvides que estás hablando de un genio”.