Con una manifestación masiva por el Día del Trabajador en la que por primera vez en la historia reciente de la democracia española participó la ministra de Trabajo, la próxima líder de Podemos, Yolanda Díaz, la izquierda española ha tomado impulso para intentar lo que casi todas las encuestas han descartado: un resultado electoral que permita sumar los escaños suficientes para desalojar del poder a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (Partido Popular). En España está prohibido publicar encuestas a menos de una semana para la celebración de las elecciones, por lo que las últimas que se han conocido son del miércoles pasado.

La abrumadora mayoría ha vaticinado una victoria cómoda de la actual presidenta, que aunque no conseguiría los 69 necesarios para obtener la mayoría absoluta no tendría problemas para sumarlos junto Vox, la formación de extrema derecha que no ha dejado de crecer desde que en 2018 irrumpiera en las elecciones autonómicas en la comunidad autónoma de Andalucía. Actualmente Vox es la tercera fuerza política a nivel nacional y en la últimas elecciones celebradas hasta ahora, las autonómicas de Cataluña, volvió a experimentar una fuerte subida que le permitió entrar por primera vez también la cámara legislativa de esa comunidad.

Vox está también presente en la Asamblea de la Comunidad de Madrid y si en este caso las encuestas no le auguran un crecimiento tan importante como el que está experimentando en el resto de España es por las características de la candidata a la que le disputa votos en el espacio de la derecha. Díaz Ayuso, con su lenguaje agresivo hacia la izquierda -su lema de campaña es 'socialismo o libertad'- y su confrontación permanente con Pedro Sánchez a cuenta de la gestión de la pandemia, donde se opone sistemáticamente a cualquie medida que suponga restringir horarios o limitar el funcionamiento de bares y restaurantes, se ha convertido en un freno a la extrema derecha no por combatir sus paradigmas, sino por hacerlos suyos.

Recientemente, en una entrevista televisiva, no tuvo problema en afirmar: “Si te llaman fascista es que estás del lado bueno de la historia”. Aunque aspira a gobernar en solitario, nadie duda de que si necesita de Vox no tendrá problemas en pactar. Además, ha incorporado un nuevo elemento hasta ahora inédito en la política española: la exaltación de un localismo madrileño en el que reclama para la capital la condición de oasis de libertad de la que, según su discurso, el resto de los territorios de España carecen. En un país en el que las tensiones territoriales están siempre presentes, especialmente pero no sólo en las comunidades vasca y catalana, Madrid era hasta ahora un oasis ajeno a cualquier tentación regionalista. Díaz Ayuso ha incorporado la reivindicacion de la centralidad exacerbada y al parecer también le está dando resultados.

La actual presidenta llegó al poder hace dos años en unas elecciones en las que el candidato más votado fue el socialista Ángel Gabilondo, pero las tres derechas -Partido Popular, Ciudadanos y Vox- sumaron más escaños que las tres izquierdas -PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos. Nadie apostaba en aquel momento por una dirigente joven, sin apenas formación y cuya trayectoria política se había limitado a llevar una cuenta de Twitter en la que hablaba en nombre de la mascota de la anterior presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, bajo cuyo mandato el Partido Popular de la capital se había convertido en el centro de una trama de corrupción.

Sin embargo, Díaz Ayuso hizo una maniobra inesperada. Contrató como asesor a Miguel Ángel Rodríguez, director de comunicación de José María Aznar cuando éste dio el salto a mediados de los noventa desde la presidencia de la comunidad autónoma de Castilla y León a la jefatura del Gobierno.

Miguel Ángel Rodríguez, conocido como MAR en los círculos madrileños y que tuvo un paso polémico por la Secretaría de Estado de Comunicación, llevaba años alejado de los focos, pero volvió a revelarse como un perspicaz estratega de la derecha. Consiguió encumbrar a Díaz Ayuso como una líder liberal populista, muchas veces con discursos y consignas inspirados en el trumpismo que calaron en buena parte de una población golpeada por la pandemia y la crisis económica desatada por esta. Bajo su discurso de libertad viajó repetidamente a Cataluña para confrontar con los independentistas, recibió como presidente de Venezuela a Juan Guaidó cuando Pedro Sánchez se negó a hacerlo y se erigió en paladina de la libertad frente a las medidas restrictivas puestas en marcha por el Gobierno para combatir la pandemia.

Su trayectoria está plagada de frases polémicas, como cuando reivindicó los atascos de tráfico como seña de identidad de Madrid o propuso, en pleno debate sobre la ampliación de ley de interrupción del embarazo, que el concebido no nacido fuese considerado parte de la unidad familiar a la hora de reservar plaza escolar o la consideración de familia numerosa. En su afán privatizador ha hecho de Madrid la comunidad con más arreglos con la sanidad privada tiene y como práctica habitual ceder suelo público para la construcción de colegios privados.

Echarla del gobierno de la Comunidad de Madrid se ha convertido en una obsesión para la izquierda. Pero si gana, como vaticinan las encuestas, se convertirá en un dolor de cabeza también para el líder nacional de su partido, Pablo Casado. Hay quienes ya la ven como una alternativa si Casado fracasa en su próximo intento de llegar a La Moncloa.