Desde París. Francia avanza como en un videojuego de plataformas hacia la reducción de las restricciones provocadas desde hace más de un año por la aparición de la pandemia. Más de 105 mil muertos después, una economía a media asta, bares, restaurantes, centros comerciales, comercios no esenciales y toda la actividad cultural parada, el presidente francés, Emmanuel Macron, asumió el desafío político y sanitario de aceptar la presencia del virus y tratar de vivir con él a través de una agenda de desconfinamiento por etapas. Pese a que la epidemia aún se mantiene en porcentajes elevados con 5.500 personas atendidas en los servicios de reanimación y unos 23.500 contagios contabilizados por día en el curso de la última semana, el jefe del Estado planteó un calendario lento pero positivo para un país exhausto. Se trata, ahora, de “vivir” con el enemigo al lado. Macron fijó en cuatro niveles el paulatino desconfinamiento de Francia.

El primero entró en vigor el pasado tres de mayo con el levantamiento de la prohibición de los desplazamientos entre las regiones, así como la suspensión del justificativo necesario para desplazarse más allá de los 10 kilómetros del lugar de residencia. El toque de queda, no obstante, permanece vigente a partir de la siete de la tarde, así como la prioridad al teletrabajo. El primer nivel es un paso tímido hacia la recuperación de la libertad, una suerte de mensaje político de esperanza y un poco de oxígeno para soñar. Esta etapa prudente se extenderá hasta el 19 de mayo, la cual conducirá, según Macron, ”a definir un nuevo modelo de crecimiento y prosperidad”. El 19 abrirán los comercios, los teatros, los cines, los museos, los monumentos, las salas de sport y las terrazas de los bares y restaurantes mientras que el toque de queda pasará de las siete de la tarde a las nueve de la noche. Este nivel es ya toda una promesa y sirve de palanca para resistir algunas semanas más hasta que se completen los dos que faltan. El tercero se inicia el 9 de junio. Desde ese momento, el toque de queda se atrasará a las 11 de la noche, el teletrabajo no será una prioridad, los cafés, los bares y los restaurantes abrirán completamente con un límite de seis personas por mesa, se empezarán a recibir a los turistas que dispongan de un pasaporte sanitario y también abrirán las ferias, los estadios y las salas de conciertos (un máximo de 5.000 personas con pasaporte sanitario). El 30 de junio, al fin, se completa el grado máximo de la emancipación: con esa fecha llega el fin del toque de queda y de casi todas las limitaciones en curso. Solo permanecen en pie los llamados gestos barrera y de distancia social. Este plan de desconfinamiento de casi dos meses está, no obstante, supeditado a la evolución de la pandemia y a sus impactos regionales. El presidente aclaró que el Ejecutivo podría “accionar frenos de urgencia” sanitarios en los territorios donde la circulación del virus se acelere.

Un allegado al mandatario francés explicó al vespertino Le Monde que todo esto constituye “una mezcla de humildad, de pragmatismo y de determinación. Habrá que ver dentro de 15 días si el descenso (de las infecciones) perdura y en qué proporción”. Por el momento, la evolución hacia abajo es real pero bastante menos marcada de lo que se esperaba. Con todo, el presidente mantiene su rumbo, por más arriesgado que resulte. Se trata de un rumbo doble: permitir que la sociedad recupere las sensaciones de la vida al mismo tiempo que progresa la campaña de vacunación. Según el ministro de Salud, Olivier Véran, la contaminación se reduce en “un 20 por ciento por semana”, con lo cual, subrayó,” cuando se está en una dinámica de reducción de casos ya se sabe que el virus seguirá declinando”. El gobierno cuenta con que pronto se llegue a una cifra de contaminaciones diarias menor a 20. 000 casos y que, de aquí a dos semanas, la progresión se estabilice en 15 mil. Francia atraviesa hoy en episodio descendiente: a mediados de abril había 40.000 contagios por día y en este momento se va por la mitad. Si ese perfil se mantiene Macron habrá ganado su apuesta de desconfinar con guantes mientras el virus seguía presente. Vivir con él sin renunciar a la vida. El virus es, no obstante, un lobo invisible al acecho. Hoy está en pleno vigor, mañana lo pierde y luego golpea nuevamente. Por ejemplo, desde el pasado 26 de abril se constató un descenso continuo de las personas atendidas en los servicios de reanimación. Había 6.000 pacientes el 26 de abril, 5.585 el primero de mayo, pero, al día siguiente, la cifra subió a 5.630. El domingo dos de mayo 28.818 personas se encontraban en los hospitales, el lunes tres la cantidad subió a 28.950. 

La comunidad científica se opone formalmente a esa idea de “vivir con” que ha envuelto la estrategia presidencial. En su mayoría, la juzgan “arriesgada”,” irresponsable”, “aleatoria” o “ilusoria” porque no toma en cuenta las variantes del virus. Macron descartó, de hecho, la estrategia “cero Covid” que muchos sectores le pedían mediante medidas y restricciones más severas. También dejó de lado el objetivo de 5.000 casos de Covid-19 por día que se había fijado en otoño. Con más de 20 mil a cuestas Macron activó un incierto mecanismo de desconfinamiento. Su propósito es triple: dar oxígeno a la población y a la economía, salir del encierro de la gestión de la crisis y recuperar así la iniciativa política, o sea, su programa de reformas que quedó congelado por el virus en 2020. En el horizonte palpita un cuarto objetivo: su reelección en 2020. Sin embargo, no mandan los dirigentes sino el virus. Es “el amo del tiempo”, dijo una vez  Macron. Ese amo también determina la vida y la muerte y su propio destino político.
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