Todavía la ciudad de Buenos Aires guarda postales de la época del gran poeta del tango. Nacido en Añatuya y criado en Boedo, transcurrió su infancia y adolescencia en el sur porteño, que lo nutrió con las artes de la escritura y el amor por el 2x4. Comprometido con su tiempo, fue parte de Forja y abogó por un nacionalismo popular. A setenta años de su muerte, Caras y Caretas homenajea a Homero Manzi en su próximo número, que estará desde el domingo 7 en los kioscos, opcional con Página/12.

“Otoño de 1951, en Buenos Aires. Cuentan que se miró al espejo. Que un rayo de luz tenue inundaba el departamento privado al que lo había llevado Ramón Carrillo, su médico, santiagueño como él, por entonces el sanitarista más genial y ministro de Salud de Juan Perón. Que Homero, que había cumplido 43 años, se miró al espejo una y otra vez. Y se dijo: ‘Gordo, y al final te vas a morir’. Que no dijo cuándo. Que no dijo de qué, aunque sabía que el cáncer lo estaba matando. ¿Qué quiso decir el más genial poeta del tango?”, se pregunta María Seoane en su editorial.

Felipe Pigna recuerda: “Creció en la cuna del folklore y nunca olvidaría su terruño. Era el quinto entre ocho hermanos. Hijo de un modesto empresario rural, Manzi se mudó con su madre a Buenos Aires cuando tenía nueve años. Creció con el tango como banda sonora y el barrio como escenario. De muy joven, comenzó a escribir poemas y escenas teatrales y, muy pronto, sus primeros tangos, mientras se iba acercando al mundo de la política afiliándose al radicalismo y militando en el yrigoyenismo”.

Desde la nota de tapa, Vicente Muleiro escribe: “Orador de barricada en las épocas en que el radicalismo valía la pena; preso por estudiante reformista en las cárceles de la Década Infame; glosista de micrófono y libretista ganapán de la radio; denunciante caminador de la pobreza jornalera de las cosechas del norte; periodista de batalla y de peleas de fondo; guionista cinematográfico de las primeras películas argentinas que llamaron la atención más allá de la industria; cofundador de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (Forja), presidente de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic) y paremos por hoy que es domingo y hay que ir a los burros con esta pastosa resaca de cabarute”.

María Malusardi escribe sobre la obra poética de Manzi y Guillermo Courau, sobre su producción como guionista y director de cine. Gustavo Varela ahonda en su relación con Aníbal Troilo, y Laura Santos se indaga en las posibles Malenas del tango, musas inspiradoras de Homero.

En tanto Sergio Pujol lo señala como renovador de la milonga, junto con Sebastián Piana: “La operación que hicieron Piana y Manzi fue audaz, por más que hoy la pensemos como parte inalienable de la tradición del tango: se atrevieron a juntar la nostalgia por lo campero –algo presente como déjà vu en los años '30 y '40– con una poesía popular de intención ‘culta’, en el sentido de elaboración cuidada”.

Gabriel Plaza evoca la época de censura del lunfardo, que afectó al tango: “Homero Manzi, uno de los letristas más populares de principios de los '40 por la dupla que había formado con Aníbal ‘Pichuco’ Troilo, sufrió la censura durante el gobierno militar de Ramírez. El poeta tuvo que modificar en minutos la letra de ‘Tal vez será mi alcohol’ por ‘Tal vez será su voz’ para que la editorial publicara su partitura con el sello de aprobación de las autoridades”.

Norberto Galasso escribe sobre la vida política de Manzi: “Cuando en Forja se produce la escisión (su amigo Luis Dellepiane rompe con la línea de Jauretche), Homero se desorienta y participa luego en la campaña electoral de 1946 de la Unión Democrática. Más tarde, rectifica su error. ‘Quienes nos tildan de opositores se equivocan. Quienes nos tildan de oficialistas también. No somos oficialistas ni opositores sino revolucionarios. Perón es el reconstructor de la obra inconclusa de Hipólito Yrigoyen’, dijo”.

Chiara Finocchiaro redescubre las huellas de Manzi en el sur porteño, Néstor Vicente escribe sobre su amor por Huracán, Damián Fresolone da cuenta del legado del gran poeta del tango en las nuevas generaciones, Ricardo Ragendorfer aporta una apasionante crónica negra y Ana Jusid su anecdotario de reflexiones. Opinan Juan Seren, Isabel de Sebastián, Eduardo Spagnuolo y Ramiro Gallo. El número se completa con entrevistas con el Tata Cedrón (por Eugenia Tavano) y Hernán Brienza (por Ximena Pascutti).

Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.