Hay susurros, cuchicheos por teléfono, información no confidencial, durante los primeros días también hubo hipótesis y a más de uno lo miraron raro. Alguien se oculta y confía en el olvido.

Pruebas de ADN, cámaras, silencio y después el olvido, la gente siempre se olvida. “El olvido es una operación que implica algún proceso”, me dijo mi analista, “en los pueblos pasa otra cosa”. Hay algo peor que el olvido porque como dijo Gabo: “que buen regalo es olvidar”. Existe una máquina invisible, como un sacabocados gigante que es capaz de recortar la realidad y tirarla a la basura. “Y si no me acuerdo no pasó, no pasó”, suena el bum bum de un reggaeton a fondo, dentro de un auto tuneado, también a fondo por las calles con vidrios polarizados. Igual que ese auto, la subjetividad se fue volviendo limpia y opaca. Espejo negro, suave y frío.

Hace seis meses mataban a Florencia, y alguien dijo: “Pero, ¿cómo sale a caminar sola a esa hora?”, sin saber que al mismo tiempo decía que una mujer debe quedarse adentro de un lugar que se llama casa, que al final de cuentas, la libertad es solo una palabra.

Y los números, las estadísticas, las noticias en los diarios, borran de a poco las humanidades, las historias se pierden, y el espejo negro otra vez, esa chica llora cuando ve una serie de homicidios, quiere saber cuál es el asesino, piensa, realmente piensa que es un buen thriller.

Aparece el número y desaparece la vida, desaparece la muerte, desaparece todo. Podemos flotar entre números, y dormir, dormir mucho para no sentir nada, dormir, tomar, escuchar la música bien fuerte, y buscar la risa espantosa para no sentir.

Enlazar razones, qué hizo ella ese día, cómo vivía, quienes eran sus amigos, y si militaba en política, si era despreocupada, si era excesivamente sociable, si era vegana o todavía comía carne, si creía en Dios o si era atea, todos quieren estar del otro lado de la muerte, el que se muere siempre tiene la culpa. De pronto solo importa separar al muerto como si fuera la peste. Basta con saber que hay que hacer para no morirse. Basta saberse distinto para hacer eso que es peor que olvidarse.

El tiempo que pasa, miro el Facebook, busco los portales de noticias, siempre espero la noticia que no llega. La familia y los espacios por donde estuvo militando son los que no permiten que esa especie de “Nada” se lo trague todo. Creo que el dolor debe compartirse, debe ser colectivo para poder llevarlo todos los días, y vencer ese cansancio de “la nada”.

Pasan los días mientras escribo estas palabras, escribo y borro. Pasaron seis meses y el silencio parece instalarse bien despacio. Silencio pide la señora de la foto en el hospital, silencio piden las maestras jardineras, lo piden alegremente con canciones, enseñan temprano a no hacer ruido, como si hablar fuera ruido. El silencio parece no molestarle a nadie, pero no evita el miedo y también me pregunto si es mejor escribir, a veces pienso: “quizás no”. Escribo y borro. Escribo y borro, dejo pasar los días, porque vivo en medio del mismo tufo en donde no se sabe si es mejor seguir o detenerse.

Escribo–borro–me detengo. La secuencia se repite desde hace meses.

Escribo de nuevo, con esfuerzo, como un cuerpo que pesa demasiado, algo se ha invertido y no es mi cuerpo el que carga la escritura, la única ametralladora dijo Julio alguna vez, y es mi mano en cambio la que soporta el peso de todo mi cuerpo, quizás el peso de tantos otros cuerpos.

Siento esa especie de fuerza que traen algunas formas de la quietud, es una fuerza parecida a la de los remolinos de agua, de a poquito van llevando todo para adentro.

La pequeña ciudad sigue, por las mañanas en la plaza los autos circulan y se amontonan en los estacionamientos. Hombres toman el café, algunos cambiaron el bar por la estación de servicio.

En el bar, en la vereda, en la peluquería seguro también, se habla de la pandemia, que no se puede vivir así, que la libertad, que la educación, que hay que salir, que hay que viajar, que el gobierno, que la vacuna, que si es china o es rusa, que los rusos son rusos y los chinos son chinos y andá a saber, que la enfermera vacuna pero ella no se la va a poner porque justamente es rusa y quizás le pusieron algo que te hace pensar en ruso, y no vaya a ser que te vuelvas medio bolche, o te crezca un bigote bien grande como el de Stalin. Capaz que ni si quiera piensa en ese nombre, tal vez no lo sabe, son rusos y punto, KGB y guerra fría, seguro inventaron otra cosa. Y los chinos, son iguales que los rusos no se les entiende nada y ahí tenés, seguro están planeando otra cosa.

Cuando alguien dice: “andá a saber”, nadie pregunta adonde hay que ir para saber y que es lo que habría que saber, porque el punto más importante es no saber nada.

En el bar, en la vereda, en la peluquería, la gente habla de lo que habla la tele que según la tele es lo que le importa a la gente. Hablan de la libertad, de esta vida, de este país, este país… pero ya nadie habla, mucho menos se pregunta cómo puede ser que hayan pasado siete meses y nadie sepa quién mató a Florencia, a unos metros no más, de donde los hombres se toman el café.

El 12 de octubre de 2020, Florencia Gómez Pouillastrou, fue víctima de femicidio en San Jorge. Tenía 34 años y era referente de géneros de la Federación Juvenil Comunista en la provincia de Santa Fe. 

[email protected]