El paleontólogo, geólogo y docente de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO) Bernardo González Riga participó de una investigación que permitió encontrar en el Desierto de Atacama, al norte de Chile, los restos fósiles de un titanosaurio que fue denominado “Arackar licanantay” y cuyo hallazgo contribuye a comprender mejor la evolución de este grupo de gigantes que habitaron la Tierra hace más de 66 millones de años.

Director del Laboratorio y Museo de Dinosaurios de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UNCUYO –que él mismo fundó– e Investigador del CONICET, González Riga dio nombre a lo largo de su carrera a diez nuevas especies de dinosaurios saurópodos en América del Sur. Estos ejemplares de enormes proporciones exhibían un característico cuello largo, cabeza pequeña, patas gruesas y una cola robusta.

Los primeros huesos fósiles del “Arackar licanantay” fueron hallados en la década del noventa del siglo pasado por el geólogo Carlos Arévalo. Sin embargo, en la jerga científica existe una diferencia concreta entre un hallazgo y un descubrimiento: “Hay una distancia grande entre lo que es hallazgo, que implica encontrar el objeto, y el descubrimiento que es estudiarlo, identificarlo y darle una entidad tanto cultural como científica para la sociedad. El hallazgo lo puede hacer un paleontólogo o cualquier persona en forma fortuita; en cambio, el descubrimiento es un proceso posterior”, detalló González Riga.

¿Y por qué se llama “Arackar licanantay”? El investigador explicó: “El nombre lo propone el equipo de paleontólogos que lo descubre. Generalmente, el primer autor del trabajo hace una propuesta y la consulta con los demás. El nombre debe seguir las reglas del Código Internacional de Nomenclatura Zoológica para que sea válido. En todas las especies, extintas o vivientes, el nombre se compone de dos palabras: género y especie. En este caso, el nombre hace alusión a la región de Atacama mediante un vocablo de la lengua de los pueblos originarios de esa región”.

Se estima que el “pequeño” titanosaurio encontrado tenía 6,2 metros de largo y entre 3 y 4 de alto. Los ejemplares adultos de la especie llegaban a 8 metros de largo y 14/16 de alto. Estos “gigantes de gigantes” podían pesar entre 60 y 70 toneladas, un tamaño nunca alcanzado por otro animal terrestre.

El investigador cuenta entre sus méritos el haber descubierto el “Notocolossus”, un titanosaurio encontrado en Mendoza que, de acuerdo con algunos especialistas, podría ser el segundo más grande del mundo.

Según González Riga, si bien ha crecido la valoración por el trabajo que se realiza, “aún perdura en la sociedad una imagen del paleontólogo estilo Indiana Jones, que estudia criaturas extintas que no tienen ninguna aplicación para los problemas sociales, y que lo hace solo por ser aventurero”.

En ese orden, amplió: “El paleontólogo descubre y le da una valoración científica, social y cultural a restos fósiles que pasan de estar en el subsuelo a ser exhibidos en un museo, lo cual a su vez potencia el turismo en diferentes regiones. Por lo tanto, además de contribuir al patrimonio de la humanidad, ayudamos reconstruir la historia de la vida desde cero”.

“Somos servidores de la sociedad desde el campo científico y educativo”, subrayó al referirse a la importancia de que el paleontólogo maneje un vocabulario que pueda comprender el ciudadano común para entender los procesos evolutivos de la Tierra.

La búsqueda por potenciar la oferta educativa universitaria ha llevado al paleontólogo a emprender un nuevo proyecto: editar un libro sobre “vertebrados fósiles”, que contará con el aporte de más de 60 paleontólogos de todo el mundo –la mayoría argentinos– y que tendrá dos volúmenes.

“Va a ser un libro universitario en español para estudiantes de ciencias naturales, que se venderá en América Latina y España a precio de costo, porque se trata de un proyecto social y cultural que no persigue un fin de lucro. Esperamos que se publique el año que viene y contribuya a algo tan importante como es la construcción del conocimiento”, explicó.