Halston (disponible desde el viernes pasado en Netflix) es tanto la biopic del legendario diseñador estadounidense como una remake apócrifa del Frankenstein o de El gran Gatsby. Un monstruo elegante y vistoso que se inventaría a sí mismo y a la moda de su tiempo. Es también un viaje de casi tres décadas a Nueva York, específicamente a la que tuvo al Studio 54, la revista Interview, al HIV y al propio protagonista de esta producción como máximos referentes de esa era. La miniserie de cinco episodios lleva el halo de Ryan Murphy (Ratched, Hollywood) aunque aquí apenas ficha como productor ejecutivo. Decisión conveniente que le permite a la recreación ser vistosa, juguetona y melodramática pero en una línea diferente a lo esperable. En definitiva, el centro de atención lo brinda el título de la entrega.

“Me gusta que me llamen Halston”, lanza el modisto (magnético Ewan McGregor) en un momento del capítulo inaugural. La cuestión del nombre -la firma sería más indicado- es central en la pieza dirigida por Daniel Minahan. “Halston es rico, texturizado y cool. El Shangri-La de Upper East Side”, describe al imaginar su primer local. La miniserie está llena de pasajes en los que el mote del sujeto llamado a reformar la moda de su país aparece disociado de su figura, como una entidad en sí misma. Halston funde dicha cuestión con el maquillaje de la identidad, el emporio comercial, sus colecciones más emblemáticas, la lujuria de la discoteque, cigarrillo en mano, frente a un espejo o modulando voces. Dieciocho veces se pronuncia su apelativo en el primer episodio. El ego trip llega a su cénit en el tercer capítulo, cuando varios clones aparecen juntos en un spot surrealista para vomitar un mantra: “Halston para vos hoy, Halston para vos día a día, Halston para tu mundo”.

El mito del self-made man gira en torno a un megalómano que renegaba de su infancia en Indiana y que para levantarse a un tipo decía ser cazador con halcones. También aparecen sus hits fashion como el sombrero que usara Jackie Kennedy en la asunción de su esposo y las piezas ultrasuede que definieron una nueva clase de mujer. Otro rol importante queda para su amistad con Liza Minelli (notable Krysta Rodriguez) y la joyera Elsa Peretti (Rebecca Dayan), las más célebres de sus musas conocidas con el apelativo de “Halsonettes”. Lo mismo para su vínculo tóxico con Victor Hugo (Gian Franco Rodriguez), miembro de la troupe de Andy Warhol cincelado en pantalla como un chongo digno de un comic de Tom of Finland.

Además del viaje emocional, otra pata argumental recae en la batalla del “hombre que redefinió la simpleza” –así lo describió The New York Times- contra el holding que se hiciera cargo de su empresa. Más allá del retrato zarpado de una celebridad (se ha dicho que desayunaba vodka, caviar, papas al horno, montañas de cocaína y prostitutos masculinos), también se da lugar para describir su ingeniera creativa. La puesta en escena, en ese sentido, apunta a traducir el modo urbanita, sofisticado, impecable en que el diseñador veía el mundo. Ryan Murphy describió al proyecto como una “historia con moraleja sobre la fama, las drogas y el sexo” que imanta por la encarnación de McGregor. El escocés confesó que se obsesionó por tamaño personaje y que la actuación dio paso a otra cosa: “Fueron pequeños momentos en los que me sentí Halston. Lo sentí en una mirada, en cosas así de pequeñas y fue una maldición”, describió el actor.