Una parte del hospital público de la ciudad de Salta fue, para Marce Butierrez, una bisagra escénica desde donde canalizó su pulsión de época. En 2012, después de recibir su diagnóstico VIH positivo, sentó complicidad política con la psicóloga de la dependencia pública y en el afán por trascender hacia nuevas narrativas, armaron el Centro de Prevención, Asesoramiento y Testeo, que aún funciona.

Marce Butierrez se sonríe cuando recuerda que quizás fue un poco en esa trinchera, que se le coló a la salud pública, donde se fue tejiendo lo que después vendría. Al poco tiempo regresó a la universidad, pero con inquietudes muchas más claras. Empezó a estudiar Antropología y encontró en la academia un nuevo horizonte de trabajo y disputa. Hoy en día, es la primera travesti en obtener una beca de investigación en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Salta.

Es también integrante de la Red Universitaria por el Derecho al Aborto (RUDA) y de la Colectiva de Disidencias Sexogeneropolíticas de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Este año dictó el taller Una introducción a la Teoría Travesti/Trans* Latinoamericana, organizado por LATFEM y forma parte del comité editorial del espacio de archivo y memorias Moléculas Malucas.

Su trabajo académico señala y pone en el mapa a las existencias travestis y trans en lo profundo de las cartografías de este país. No solo visibiliza que hay travestis en el Valle Calchaquí, también señala que los estudios trans, tal como se han constituido hasta ahora, han estado centrados en la ciudad, en las metrópolis. “Todos los trabajos, por lo menos hasta el 2010, 2012, estuvieron enfocados en lo que pasaba en Buenos Aires, de hecho.”


¿Cómo llegás a delimitar tu tema de investigación?

-Todo empezó cuando una amiga que está en el Consejo Editorial de la revista del Museo de Cachi, una pequeña localidad del Valle Calchaquí, me propone escribir. Yo estaba en el segundo año de la carrera, no tenía la más pálida idea de cómo escribir un artículo científico. Todo me pareció un desafío. Le dije que si tengo que escribir sobre algo, quiero escribir sobre temas trans. Y pensé: debe haber chicas trans en Cachi. Tiene que haber, porque estamos en todas partes. Siempre está la trava como un fenómeno muy de la ciudad. Como que en general, todos los trabajos, las cosas que hay escritas, las investigaciones y los proyectos están como muy centrados en la ciudad. Pero, pensé, tiene que haber otras travas en otras partes. Que seguramente no son las mismas travas de la ciudad. Tienen otras configuraciones, maneras.

¿Y cómo te fue en ese proceso de rastrearlas?

-Empecé a rastrear, año 2017, hasta que encontré una chica que era de Cachi, que estaba viviendo acá en la ciudad de Salta, y estaba por irse a Buenos Aires. Y ahí empecé a encontrar este otro punto, que es el que más me interesa a mí que es la cuestión de la movilidad. La migración. Es algo que viene enunciándose hace un tiempo desde los espacios activistas, pero nunca estuvo trabajado en profundidad. Me acordé de los años 90’, del tiempo de “la Panamericana, o Palermo, y sus escándalos con las travas”. Ahí empecé a recordar muchos informes que decían: el 90% de las travas que hay en Buenos Aires son de Salta o Jujuy. Y apareció esta cuestión de la migración: la migración de las travas. A mí el concepto de migración no me gusta, pero empecé a buscar por ahí.

¿Por qué no te gusta?

-Siento que el concepto está como teñido con la idea de que le migrante es alguien que se fue y que cambió de status. Y que ya está. Tiene este ordenamiento teleológico. El ciclo es mucho más complejo. No siempre es irse y dejar todo atrás. Lo que yo encuentro, investigo, en cuanto a la experiencia de las travas es que van, vienen. Van a otra parte. Cuando se vienen, buscan a una amiga. Se van con esa amiga. Después la amiga vuelve porque no aguantó, porque la ciudad no le gusta... Me parece interesante pensarla en esa clave de la movilidad porque es más compleja. Va dándole complejidad al fenómeno.

¿Qué te proponés con tu trabajo?

-Con el tiempo fui también entendiendo que esta cuestión del moverse en el espacio tenía más de un sentido. Existe la idea de que las personas se van porque se van por trabajo, porque en la ciudad tienen más oportunidades. O que las travestis se van porque en la ciudad hay más clientes, y entonces eso las introduce en el mercado sexual. Después fui entendiendo de que hay un montón de razones por las que te vas, y por las que volvés. Te vas porque te querés poner tetas. Porque querés hacer un tratamiento. Porque te fuiste atrás de un chongo. O te vas por un montón de otras cosas. Entonces, me interesé en pensar todas esas historias que están ahí mudándose en el tránsito. Me gusta el paradigma de la movilidad que no solamente está pensando el desplazamiento de personas, sino en desplazamiento de objetos. Los objetos, las tecnologías que van y vienen con las personas. Y las ideas. También, esas historias se van haciendo cuerpo. Porque cada vez que te vas: regresas, y sos otra persona. O sos la misma persona, pero con otras cosas. Fuiste, te pusiste tetas, volviste, te las cambiaste, fuiste, te pusiste cola. Me propongo también ir pensando cómo en el cuerpo de las travas se va como haciendo carne todas estas experiencias de movilidad; hacer este cruce entre esta cuestión tan geográfica y espacial y la configuración de un cuerpo trans.

Claro, problematizar las experiencias de movilidad...

Y también pensar en las que se quedan. ¿Por qué se quedan? ¿Cómo se quedan, cómo logran quedarse? Mirar los desafíos que cada espacio tiene. Un error común es pensar: uh, debe ser re feo ser trans en el Valle Calchaquí, en un pueblito de 1800 personas. Sí, es igual de difícil que ser trans en una ciudad de dos millones de personas. Pero también tiene su lado lindo, muchas de las que se quedan en su pueblo lo hacen porque "acá me conocen”. Acá soy la peluquera del pueblo y la gente sabe quién soy, y me llaman para hacer de jurado en un concurso de belleza o para la elección de la reina en la escuela. Cuando estás ahí te das cuenta que la religiosidad tiene un sentido para las travas también. En Cafayate, Alma es la que peina las pelucas de la virgen. Cuida a la virgen, y le cambia la ropa. Ese pertenecer a la comunidad religiosa le permite también negociar su identidad con la gente. Y la gente la respeta, la quiere. En ese sentido: ¿por qué se quedan? ¿Cómo logran negociar ahí para quedarse? Y la politicidad que hay en eso, en quedarse. En quedarse y ser visible en un espacio que es tan jodido en algunos sentidos.

¿En esta población surge la idea de la colecta del año pasado?

-La pandemia nos agarró muy de sorpresa. Cuando se cerró todo el año pasado, las pibas me escribieron muy preocupadas para ver qué hacer. La mayoría se dedica a la peluquería, a la costura, a la estética, algunas a decorar salones de fiesta. El trabajo sexual que siempre está pensado como un organizador, o como un factor de la vida trans súper importante, en estas experiencias no está. Sí la que viaja una temporada, lo hace allá, después vuelve a su casa y vive de lo que ganó. Entonces, en esa incertidumbre a mí se me ocurrió armar lo de la colecta. Juntamos la plata y ahí se ayudó con efectivo a algunas pibas que estaban en la B y no tenían ni para pagar los alquileres.

¿Y cómo les fue con la colecta?

-Hicimos un grupo de whatsapp para discutir qué hacer con la plata de la colecta, quiénes la necesitaban, ahí se fueron conociendo. Y se empezaron a organizar. Ahora en Cafayate y en Santa María organizaron espacios de diversidad sexual... Presentaron un proyecto de cupo laboral trans, hicieron la marcha del orgullo. En Cafayate pintaron un mural para el aniversario de Stonewall. Eso fue lo más lindo que pasó de esa experiencia.