Fue a mediados de la década del ochenta cuando Pablo Alabarces comenzó a delinear el objeto de estudio que lo acompañaría durante gran parte de su trayectoria intelectual: las culturas populares. Desde esos años, el sociólogo y escritor persiste en esa indagación que hoy se traduce en su nuevo libro: Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación, donde reconstruye los múltiples abordajes teóricos en torno a la cultura popular y a su cruce con la cultura de masas y las particularidades que esa relación reviste en la actualidad.

Editado por la Universidad de San Martín, el título forma parte de los ensayos que impulsa el Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS) y su lectura es de acceso gratuito: http://www.unsamedita.unsam.edu.ar/product/pospopulares/. Allí, el autor de publicaciones como Historia mínima del fútbol en América Latina y Héroes, machos y patriotas, propone barajar y dar de nuevo en el terreno que domina a partir de observar que desde los años noventa lo popular dejó de ser un blanco frecuente del interés académico.

“Lo que aparece en el libro está muy tramado con el ejercicio que vengo haciendo especialmente durante los últimos quince años. Pospopulares es un viejo proyecto mío que vengo armando desde hace mucho tiempo porque después de cumplidos treinta años de los grandes textos que se escribieron acerca de las culturas populares -De los medios a las mediaciones, de Jesús Martín Barbero y Culturas híbridas, de Néstor García Canclini- me apareció la idea de que todo ese material había que rediscutirlo y revisarlo”, cuenta.

El proceso de escritura empezó en enero de 2020, en la Universidad de Guadalajara, sede principal de CALAS, y culminó pocos meses más tarde en Buenos Aires, en el marco del estricto aislamiento ocasionado por la pandemia. Y es precisamente en ese contexto, en el que se agudizan las desigualdades en América Latina (continente donde el investigador centra sus estudios), que Alabarces aspira a que su texto resuene. “Mi reclamo central con este libro es que volvamos a discutir el vínculo entre lo popular y lo masivo porque acá se está jugando lo democrático. Pero no sé si eso ocurrirá, porque este tipo de trabajos pueden tener buena repercusión en ciertos ámbitos pero nunca parecen terminar de integrar una agenda política concreta”.

- Desde los años noventa, advertís que hubo un silencio en materia de producción académica en torno a las culturas populares. ¿Cómo se explica esa situación?

- Ese silencio tuvo que ver con el gran éxito, entre comillas, que tuvieron las décadas neoliberales en la reorganización de toda la sociedad, incluidas las preocupaciones intelectuales y académicas. Y en ese marco, la preocupación por la vida popular fue suplantada por la preocupación por la pobreza, que no es lo mismo. En una parte del libro, hay justamente una cita a un gran texto de Claudia Fonseca, una colega brasileña, que dice que las viejas categorías con las que nombrábamos el mundo popular han sido reemplazadas por la de “pobres”. Y luego, más tarde, en la etapa neopopulista, el mundo popular también desapareció bajo el argumento de que debido a una mejora en la distribución del ingreso los pobres pasaron a formar parte de las clases medias. Y aunque hubo algunos cambios, hoy esa indiferencia del mundo intelectual hacia el mundo popular se mantiene, porque buena parte de la cultura de masas y de la cultura popular sigue estando inexplorada.

- Mencionás en el libro que la cultura de masas sigue siendo el organizador de la cultura en todas las sociedades. ¿Cuál es el rol que juegan en este aspecto las nuevas tecnologías?

- Es un fenómeno muy novedoso y reciente que en estos treinta años nadie pudo observar sencillamente porque no existía. Pero es algo que ahora merece mucho tratamiento. En la misma serie de la colección en la que se publicó el libro, hay un texto de Néstor García Canclini, Ciudadanos reemplazados por algoritmos, que señala una preocupación que está surgiendo de manera muy fuerte sobre hasta qué punto esa reorganización digital del mundo está produciendo una desdemocratización. Respecto de la relación del mundo popular con las nuevas tecnologías es muy visible una segmentación etaria bastante clara. Porque es muy distinta la relación de los y las jóvenes de las clases populares con la tecnología, que la que tienen los adultos, para los cuales la televisión sigue siendo el gran organizador central del consumo de masas. Pero también aparece otro problema, y es el vinculado con el acceso a la oferta digital, algo que en la pandemia se verifica, por un lado, en el acceso desigual a los consumos culturales y a la hiperoferta del streaming y, por el otro, en el ámbito educativo, porque con las suspensiones de las clases se revelaron las enormes dificultades de conexión y equipamiento que tienen las clases populares. De esta manera, se observa que la distribución del consumo de la cultura se ha vuelto cada vez menos igualitaria y muy poco democrática.

- Finalizaste la escritura de Pospopulares antes de la muerte de Diego Maradona, una figura que casualmente has analizado en muchas ocasiones por su condición de ícono de la cultura popular.

- Sí. En este proyecto traté de evitar hablar de Maradona porque tomé la decisión de desfutbolizar mi trabajo. Me había prometido no volver a escribir sobre fútbol, pero desde el 25 de noviembre hasta ahora, inevitablemente, tuve que volver a hacerlo. Y lo interesante fue que el libro se lanzó en una conferencia que hicimos con México el 1 de diciembre, días después de su muerte, y la presentación se terminó organizando en torno a su figura, porque Maradona es un ejemplo de todo aquello que quiero discutir en Pospopulares, incluso histórica y cronológicamente porque ocupa el espacio de este debate, desde el momento anterior al inicio de las dictaduras latinoamericanas hasta la contemporaneidad. A través de él, se puede discutir la relación entre lo popular y lo masivo, los héroes populares y las voces subalternas. Maradona está ausente en el libro de manera deliberada, pero volverá a estar en una próxima edición, y con un capítulo dedicado a él que, de hecho, ya está escrito.

- En varios momentos, hay reflexiones acerca de la dimensión ética del intelectual y de la importancia de conocer la distancia que existe entre el mundo del investigador y el mundo de aquello que investiga. ¿Cómo lográs resolver esas tensiones en tu práctica de investigación?

- La única forma de resolver esas tensiones es una consciencia exasperada de ellas y del lugar que ocupamos los intelectuales. Todo el tiempo hay que preguntarse hasta qué punto se mantiene esa distancia y esa consciencia de que cuando se habla del mundo popular no se forma parte de él. Eso es crucial. Nosotros somos laburantes y estudiosos que estamos afuera de aquello que investigamos, aunque eso no implica que desaparezca la comprensión ni la empatía. Yo me formé en un barrio popular, mi familia paterna era una familia obrera y mi sociabilidad se dio en el mundo de la cultura de masas. La música de mi infancia no es la música clásica sino Palito Ortega. Y si bien me crié en un mundo popular, no letrado, sigo sin ser parte de aquello sobre lo cual investigo. Y confundir eso es un riesgo que siempre está presente. Porque estamos en un momento en el cual, como la cultura de masas es el centro organizador, parece que nosotros formamos parte de un público indiferenciado que incluye a las clases subalternas y a nosotros, pero no somos el mismo público ni nos manejamos de la misma manera. Tenemos otro sistema de opciones como consumidores de bienes culturales, y escuchar cumbia, a Luis Miguel o Arjona sigue siendo para nosotros una elección. Pero el mundo popular no tiene esa posibilidad de elegir.

- ¿Cómo surgió tu interés por el estudio de las culturas populares?

 

- En el momento que terminé mi carrera de Letras, en el año ´85, yo era demasiado peronista, y ahí fue cuando conocí a Eduardo Romano, un gran maestro quien fue el que me zambulló en ese mundo de lo popular desde una perspectiva populista. Y en ese lugar me sentí muy cómodo, porque implicaba trabajar sobre cosas que formaban parte de mi universo cultural. Entonces, puedo decir que desde el origen hubo una relación de cercanía con lo popular pero también una relación política. Y aunque mi pensamiento cambió, en última instancia, sigo siendo, como decía Romano, un populista del ´45 (risas).