Originalmente estaba programado, como se sabe, que la Copa América se juegue mitad en Argentina y mitad en Colombia. Por el estallido social en el que están envueltos los colombianos, las autoridades de ese país adujeron que no estaban en condiciones de cumplir con la parte que les toca y se bajaron. Lo que se ve venir, aunque todavía no se oficializó, es que la banda de filibusteros que comanda la Conmebol le va a asignar a la Argentina la responsabilidad de organización de todo el campeonato, que deberá disputarse entre el 13 de junio y el 10 de julio.

La primera fase del torneo se iba a jugar en dos zonas, divididas geográficamente. Por un lado, aquí jugarían Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Bolivia, y por el otro, en Colombia, lo harían la Selección local, Brasil, Perú, Venezuela y Ecuador. Se clasifican los cuatro primeros de cada zona, y luego se cruzan en eliminación directa.

En condiciones normales no habría inconvenientes para seguir la programación prevista, y hacer jugar una zona en Córdoba y Mendoza y la otra en Buenos Aires y Rosario, por ejemplo. Pero la realidad es que estamos en el medio de una ola de contagios por coronavirus que, según los especialistas, no tendrá freno en el próximo mes y medio. Todo hace pensar que jugar el torneo acá sería cuanto menos inconveniente.

La organización de un campeonato de esas características, por más protocolos que se sigan, implica riesgos y obliga a movilizar a miles de personas que deberían estar destinadas a cumplir funciones esenciales o que, directamente, deberían estar alejadas de posibles focos de contagio.

Se dirá que son cuestiones económicas, que todos los partidos están vendidos a la televisión y que la plata recaudada ya fue entregada a las asociaciones; se argumentará que se perderán fortunas si se posterga el torneo. Y si se les propone que lleven el torneo a otro lugar son capaces de esgrimir razones de identidad continental para no hacerlo. La Conmebol, justamente, que llevó la final de una Copa Libertadores a España, por sus intereses vinculados al presidente del Real Madrid.

No hay otro lugar en América del Sur en el que pueda jugarse el campeonato. Si se descartan Argentina y Colombia, los otros países también están muy afectados por el coronavirus, empezando por Uruguay que tiene el mayor número de casos de covid en promedio por cien mil habitantes. Bolivia no da por la altura, Venezuela tampoco porque tiene pocos casos, pero se la sospecha de mentir con los datos. Tampoco se podría en Brasil, Chile, Ecuador o Paraguay. ¿Y entonces? Lo más razonable parecería ser que el torneo se mude a los Estados Unidos, que tiene vacunas de sobra y dejo atrás sus peores momentos.

Desde hace semanas, el país del norte experimenta una notable disminución en casi todos los indicadores que dan cuenta de la evolución del covid-19. Según datos oficiales, el total de casos reportados ha caído en más del 57% desde inicios de enero y sólo durante los últimos siete días, los nuevos contagios se redujeron en 22% respecto a la semana anterior, mientras las hospitalizaciones disminuyeron en casi 16% y las muertes en 3,5%. La caída está vinculada a la reducción en los viajes, la vacunación masiva, la inmunidad de rebaño por la gran cantidad de casos que tuvieron y el uso de barbijos, recomendado por el nuevo gobierno.

Nada cambia demasiado después de todo que se juegue en un lugar o en otro si no hay público en las canchas. Para la Selección de Scaloni será muy descansado que el torneo se juegue acá porque evitaría los viajes de ida y vuelta, pero lo que está en juego es la salud de un país, algo que, naturalmente, es más importante que la comodidad de un plantel de fútbol.

Y por sobre todas las cosas, que Argentina renuncie a organizar la Copa América será una buena señal y un buen ejemplo, si se apela a la responsabilidad social de la población en una emergencia. Está bueno que se postergaran las semifinales del campeonato local; estará buenísimo que se le diga no a la Copa América.