“… en la inmensa vulnerabilidad compartida

con nuestro semejante palpita nuestro mejor refugio.”

Sergio Zabalza

En la reunión de consejo directivo de la Facultad, una representante del centro de estudiantes pide rever la suspensión de mesas de examen del año pasado, y restituirles a los estudiantes lo que han perdido por la pandemia.

Un grupo de padres y madres realiza una protesta en el Monumento a la Bandera de Rosario, para volver a la presencialidad, y que sus niños no sigan "perdiendo" clases.

Fern, la protagonista de la película Nomadland vaga por el país sin rumbo fijo, sin plan, llevando consigo un puñado de objetos significativos. Fern está sola, nos enteramos de que su marido ha muerto, y que le tomó un tiempo irse de lugar donde vivían, llamado Empire, que también entró en decadencia, por el cierre de la fábrica donde todo el pueblo trabajaba. Dice: “Si me iba era como si todo aquello no hubiera existido”. Como si de su presencia física dependiese conservar la memoria.

Las tres escenas nos confrontan a una clave de la época: la dificultad de duelar. Como señalaba Freud en 1915, en plena primera guerra mundial, frente a lo perecedero de lo bello, encuentra en sus amigos una “rebelión psíquica contra la aflicción, contra el duelo por algo perdido”, la dificultad para, en ese trance, atravesar el dolor. Sin olvidar agregar, que como advierte Allouch[1], en nuestra época el trabajo del duelo, como hecho psíquico omnipresente, se ha vuelto una banalidad. Se vive una pérdida a secas en un tiempo de muerte salvaje.

Fern va participando esporádicamente de una comunidad reunida por una especie de acting, un despliegue de la realidad inconsciente de lo que el capitalismo, en su loco funcionamiento, no permite, y deja al margen. Toma precarios trabajos temporales, de esos que casi nadie está dispuesto a hacer en una “sociedad de primer mundo”. Su realidad pende de un hilo que se corta cuando se le rompe un plato, cuando su camioneta deja de funcionar.

Me permito disentir con el artículo de Sergio Zabalza[2], a quien respeto y de quien aprendo. En este mismo diario, hace unos días, dijo que la película "constituye una metáfora de aquella zona de nuestra subjetividad que, por invitarnos a experimentar la contingencia (lo que está fuera de todo cálculo), nos recuerda que la existencia va más allá de una serie de pasos predeterminados para el logro de tal o cual objetivo”.

Creo que más que contingencia como aquello que preservaría la experiencia del deseo, hay pobreza subjetiva. Es un testimonio de la dificultad de un duelo, como también el duelo es lo rechazado por el discurso capitalista, su reverso. Rechazo que es condición para que la máquina siga. La forclusión de la castración y la exclusión de las cosas del amor son su bandera. La humanidad es transformada utilitariamente en “capital humano”[3].

A su vez la película muestra, en una especie de romantización del indigente, el poco espesor imaginario con que cuenta la humanidad, y la cultura norteamericana, para pensar una alternativa de vida. Los personajes, aunque pintorescos y entrañables, en una película que por momentos oficia de documental, están al borde de la pobreza, su salud librada al azar, su existencia al borde del sistema, donde ese mismo sistema permite que en sus orillas sólo haya errancia. En un mundo obsceno que ha clausurado la posibilidad de pensar en otras formas de vida cuyo proyecto no esté gobernado por la lógica triunfante de la mercancía. Donde cada vez es más difícil pensar en una utopía, anhelar la emancipación, las vidas divergentes quedan a la vera del camino.

No-mad-land, literalmente: “no es tierra de locos”. Podríamos leer en el título una advertencia. No queda espacio para articular las pequeñas locuras de cada unx, para la custodia de un vacío, para el misterio de lo que es la vida y la muerte, con un proyecto de vida, con una historia singular. Todo está taponado de objetos infinitos que circulan en un montaje imparable para ser repartidos y para funcionar al máximo en su dimensión ilusoria. No es casual que aparezca Amazon. La empresa del hombre más rico del mundo, Jeff Bezos (a veces la ironía te besa en la boca) que duplicó sus ganancias en el 2020, debido a la venta online de sus productos.

¿Cómo poder pensar que lo perdido es irrecuperable? ¿En dónde la época puede permitir un trabajo de duelo? En un tiempo donde el objeto como causa de deseo es reemplazado, como dice Massimo Recalcati[4], por una fe hipermoderna en el objeto, que nos promete una salvación artificial e instala la esclavitud respecto de su poder totalizador.

En ese régimen donde rige el imperio del objeto, Fern está tomada por la melancolía. Su recorrido nómade no implica un trabajo libidinal, por el contrario, muestra su imposibilidad. Lo vemos cuando vuelve a la casa derruida de Empire, donde vivió parte de su vida. Lo vemos cuando se niega a considerar ser “alojada” por un hombre que le puede ofrecer un porvenir, para seguir vagando.

La clave, quizás, está en lo que la película muestra y señala, más que lo que dice. Lo bello de la naturaleza que en la película tiene una presencia pavorosa. Gigante, impertérrita, tranquiliza, esperanza. Una ocasión para volver al padre (del psicoanálisis)

“En cuanto a lo bello de la Naturaleza, renace luego de cada destrucción invernal, y este renacimiento bien puede considerarse eterno en comparación con el plazo de nuestra propia vida.”[5], nos recuerda, y nos habla en este tiempo: Que la rebelión psíquica contra la aflicción no nos malogre su goce.

Y la película traspasa tiempos, barreras geográficas, la vemos desde esta experiencia pandémica extraordinaria y dolorosa que revive nuestras preguntas existenciales.

Repiquetea, una vez más, la voz de Freud, para Fern, para nosotrxs, para “los amigos que están en nuestro corazón”, porque aún hay una dimensión del lazo que es vulnerabilidad compartida, refugio común, humanidad esperanzadora: “Volveremos a construir todo lo que la guerra ha destruido, quizá en terreno más firme y con mayor perennidad”. Desde lo inapropiable por el amo, desde lo inaudito de nosotrxs mismxs que todavía no pudimos escuchar.

* Escritora y psicoanalista rosarina.

 

[1] Allouch, Jean (2001) Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. México: Epeele.

[2] https://www.pagina12.com.ar/338599-nomadland-mucho-mas-que-la-elaboracion-de-un-duelo

[3] En este punto, agrego lo que dice Jorge Alemán en su último libro (Ideología. Nosotros en la época. La época en nosotros. Página 12. Año 2021): “El capital humano no nos habla sólo del ser humano transformado en valor/mercancía, sino que también se refiere al lugar donde los ámbitos que pertenecen al ternario Duelo-Memoria-Deseo pretenden ser bloqueados y capturados por distintos dispositivos, aunque dichas experiencias del sujeto sean inapropiables para el Discurso Capitalista.

[4] Recalcati, Massimo (2015). ¿Qué queda del padre? La paternidad en la época hipermoderna. Barcelona: Xoroi.

 

[5] Freud, Sigmund (1976) Lo perecedero [1916] Buenos Aires: Amorrortu. Tomo XVII.