La literatura como agón, campo de batalla simbólico donde se juegan territorios de cultura y de política nacional; la crítica literaria como juego serio, gozosa mesa de café, ocio bien regado de charla entre amigues para encender la chispa de ese ardor que es la pasión por la diferencia ínfima e inconmensurable inscripta en la letra. De eso se trata Patria y muerte. Escritos sobre literatura argentina y política (2021), un libro de Miguel Dalmaroni publicado en la Colección Ensayos de la Editorial Biblioteca de la Biblioteca Popular Vigil de Rosario. Fue impreso en El Molinillo, los talleres gráficos de la Vigil; la ilustración de tapa reproduce una pintura de Francisco García Carrera, integrante del Grupo Litoral, artista de mediados del siglo XX comprometido tanto con el lenguaje modernista mundial de su tiempo como con el lugar donde vivía, el litoral del Paraná. La obra pertenece a la pinacoteca de la institución y fue creada en ocasión de su primera edición ilustrada: Oda al Paraná. Todo un gesto político que acompaña al del título, centrado en una conjunción.

¿Por qué "y" y no "o"? ¿Para qué intervenir una consigna tan prestigiosa como ensangrentada? Para desdramatizarla, para quitarle el aura de tragedia y limpiar un poco el olor a matadero que impregna la literatura nacional desde sus comienzos, anteriores aún al canon romántico que se funda con Esteban Echeverría. Una literatura bastarda de panfletos y trolls decimonónicos, origen vergonzoso si lo hay. Una literatura nacional sin una sola novela buena. Dalmaroni lee al sesgo, lee lo que no se ve en la superficie y así encuentra lo que algunos sospechábamos: que en su cuento "El niño proletario" Osvaldo Lamborghini se reapropia de "El Matadero" de Echeverría para subvertirlo en clave ideológica popular o de denuncia y reescribirlo en una prosa barroca. La violencia es el motivo recurrente, pero era preciso reponer el contexto histórico y sociopolítico.

Hay una tradición de crítica literaria merecedora de ese nombre, que abandonó en masa las universidades nacionales luego de la represiva y violenta intervención del dictador Onganía en 1966. Era hasta entonces una crítica de alcance nacional, con centros locales en la región del Litoral tales como Rosario, Santa Fe y Paraná. Aquí estaban los congresos y los bares, fundamentales. Desde Buenos Aires venían, hablaban y escribían cerebros como Iris Josefina Ludmer, quien firmaba con ese primer nombre unas reseñas desbordantes de ingenio y polémica, en una revista que dirigía y donde también escribía Adolfo Prieto. Dalmaroni rescata del olvido aquella pluma ensayística joven y filosa. Entre otros de aquel staff, se evoca aquí en las páginas preliminares el nombre de Marta Scrimaglio, escritora y crítica que publicaría en la Editorial de la Vigil en sus primeros tiempos, cuando la Biblioteca hiciera de caja de resonancia a los intelectuales del éxodo universitario entre la dictadura de 1966 y la de 1976. Aquella punta es la que, sin eludir la sangre derramada desde mediados de los '70 hasta 1983, retoman los ensayos que integran este libro. De eso habla el insoslayable prefacio por Patricio Bordes, editor.

Dalmaroni escribe dialécticamente. Tensiona el campo de estudio, y más aún: trama su texto en el "entrevero" de los diálogos. Le pide prestado al género gauchesco la metáfora con que se nombraba el combate singular a punta de facón y la vuelve literal, en el sentido de entramado, mezcla, rejunte, hibridación, lío, quilombo... donde no deja de resonar esa épica gaucha, así como no dejan de batirse armas federales y unitarias en el título audaz. La dedicatoria es a la nueva juventud política: "Para las pibas y pibes de la Kamándula, por la risa y el fuego de las fiestas". 

 Mucho mejor "entrevero" que "contaminación". No hay arideces ni esnobismos de academia en este festivo pasar la posta de la crítica literaria de un siglo al otro. Reencienden el ardor, el de la polémica entendida en el sentido spinoziano de pasión alegre (no la pasión triste de unos egos cristalinos ofendidos, bozal mediático de la crítica actual), las frases de Dalmaroni. La figura mítica egipcia de Osiris (no nombrado pero aludido) le sirve de hilo conductor para leer en tándem varias obras contemporáneas entre sí por Rodolfo Walsh, Lamborghini, Leopoldo Marechal, Adolfo Bioy Casares  y Juan José Saer. El "hecho maldito" nacional, que no el peronismo sino su caída en 1955, es el trauma dicho o no dicho detrás de aquellos proyectos literarios. 

En cuanto al canon actual, la dicotomía académica entre Saer y César Aira se dirime en dos fórmulas: escritura sin acontecimiento (Saer, excepto El entenado), versus narración sin reescritura (Aira). Pero Aira (algo que también sospechábamos) es para Dalmaroni más un artista plástico de neovanguardia (artista conceptual, diríamos) que un escritor; lo suyo es la repetición de un procedimiento. Y a Saer le cabe la figura, por él mismo escrita, de "cónsul cuya patria lo ha olvidado", con lo cual el ensayista Dalmaroni lo linkea a un pasado de intelectuales en el exilio: léase Sarmiento, léase Alberdi, léase generación paleoliberal del 1880. 

Son afirmaciones arriesgadas, pasos de una coreografía de pelea gaucha donde también se lucen o comentan obras de Gabriela Cabezón Cámara, Graciela Huinao, Manuel Puig, Ricardo Piglia y autoras olvidadas, retomando en las enunciaciones una tradición de la boutade que Dalmaroni ilustra mediante una vieja escena televisiva entre David Viñas y Beatriz Sarlo. La prosa de estos ensayos es jugosa y rica, más del orden de la vivaz enunciación que de los secos enunciados, más de la salvaje lengua que del domado lenguaje. 

El prólogo de Silvana Santucci suma una capa más: el rock nacional como literatura citable. El autor redobla la apuesta y lee literatura argentina en las disciplinas, los medios y los autores menos pensados, como en el sketch cómico de Diego Capusotto que cruza ¿intempestivamente? un mural de arte contemporáneo por Daniel Santoro, la voz de Eva Perón y las voces femeninas del rock nacional (¿Claudia Puyó, Celeste Carballo?). "Pero quien anudó en una lengua nueva de la política la cuerda fustigadora con la cuerda pícara", remata Dalmaroni, "fue Cristina Fernández". Un espectro recorre estas páginas: es el de Oscar Masotta. Es el de la crítica cultural y política que pudo ser. Y puede, aún, ser.