El cierre de la fase de grupos de la Copa Libertadores y el cuadro de los octavos de final que serán sorteados el próximo martes 1º en la sede de la Conmebol en Asunción del Paraguay refleja el actual estado de las cosas en el fútbol sudamericano. Otra vez, la Copa ha quedado reducida a un mano a mano entre las superpotencias. Siguen en la competencia los seis equipos argentinos (River, Boca, Racing, Argentinos, Vélez y Defensa y Justicia) y también, seis brasileños (Flamengo, Fluminense, San Pablo, Palmeiras, Atlético Mineiro e Internacional de Porto Alegre). Doce clasificados sobre dieciseis posibles. Los cuatro restantes provienen dos de Paraguay (Cerro Porteño y Olimpia), uno de Chile (Universidad Católica) y otro de Ecuador (Barcelona de Guayaquil).

Si históricamente Argentina y Brasil han dominado la escena continental (entre los dos países ganaron 45 de las 58 ediciones de la Libertadores), el fenómeno se ha remarcado en el último lustro: los equipos de los restantes países no sólo no pueden llegar a las finales, ahora ni siquiera consiguen superar la fase de grupos. Y aunque cada seis meses, los cuadros argentinos y brasileños deben vender a sus mejores jugadores o a sus jovenes más promisorios para subsistir y no siempre salen beneficiados en el recambio, todavía pueden sostener con holgura la supremacia en el plano internacional. Les siguen apareciendo buenos y muy buenos jugadores. Puestos en la misma situación, el resto de los conjuntos no llegan a dar pelea. Tienen menos recursos económicos y menor espalda futbolística. Y exponen la pobreza creciente de sus campeonatos locales.

Llama la atención la flojísima actuación de los equipos colombianos: ninguno pudo pasar la fase de grupos. Junior de Barranquilla y América de Cali al menos quedaron terceros y continuarán jugando la Copa Sudamericana. Independiente Santa Fe de Bogotá y Atlético Nacional de Medellín fueron eliminados. El futbol uruguayo sigue añorando sus viejas glorias: Nacional, tres veces campeón de América y campeón de la temporada 2020, apenas arañó el tercer puesto en su zona y también estará en la Sudamericana. El subcampeón Rentistas no pudo ganar ningún partido en el grupo de Racing y terminó último. Uruguay ha perdido competitvidad a ojos vista: hace 33 años que no alza la Copa Libertadores (Nacional en 1988 fue el último ganador) y desde entonces, sólo una vez alcanzó la final (Peñarol en 2011).

En cambio, no sorprende el declive de los peruanos (sólo Sporting Cristal pasó a la Sudamericana) y la hondura de la debacle de Bolivia que ni siquiera pudo aprovechar la altura de La Paz para figurar un poco mejor: The Strongest y Always Ready finalizaron últimos en sus grupos. Venezuela, por su parte, a punto estuvo de dar el batacazo con Táchira que, por diferencia de gol perdió la clasificación a manos de Olimpia de Paraguay y continuará en la Sudamericana, que para los octavos de final recibirá el aporte de dos equipos ecuatorianos (Independiente del Valle y Liga de Quito), dos colombianos (Junior y América) y uno de Brasil (Santos), Uruguay (Nacional), Perú (Sporting Cristal) y Venezuela (Táchira).

De todos modos y más allá del notable dominio de argentinos y brasileños sobre el resto, la Copa Libertadores sigue siendo muy difícil de conquistar: en los últimos 20 años, sólo Boca pudo ganarla en dos ediciones consecutivas (2000 y 2001) y en los últimos 10, sólo River alcanzó a disputar dos finales consecutivas (2018 y 2019). Después, año por año, siempre fueron cambiando el campeón y los finalistas. Que en 2021 también serán argentinos o brasileños. El final de la historia parece escrito y será cada vez más complejo poder cambiarlo.