Bzzzz

“Porque la primera imagen que viene a la mente cuando se piensa en abejas es la miel, se cree que es un insecto esencialmente social que habita en colmenas. Pero solo el diez por ciento de las miles de especies conocidas vive en colonias. La gran mayoría son criaturas solitarias”, señala el fotógrafo inglés Josh Forwood, especializado en vida silvestre, a cuento de su más reciente musa. La abeja, sobra decir, a la que ha retratado en primerísimos planos, en toda su retirada y singular gloria, para demostrar que no hay una exactamente igual a la otra. No fue colgarse la cámara y salir al acecho lo que le permitió conseguir semejantes tomas: como paso previo, el hombre –que ha colaborado para medios como BBC, Nat Geo y PBS, entre otros– construyó un pequeño hotel para el mentado insecto, a base de bambú, en el patio de su casa en Bristol. “Son muy fáciles de fabricar y ofician de necesario refugio, en especial en zonas urbanizadas, donde las abejas están bajo mayor amenaza”, cuenta el muchacho, cuya concurridísima hostería tiene residentes yendo y viniendo, a sus espléndidas anchas, desde que la montó en febrero. Fue entonces cuando, respetuoso de las rutinas de los alados huéspedes, se dispuso a gatillarlos cuando asomaban de sus “habitaciones”; con lente macro, por supuesto, en pos de obtener retratos únicos donde saltan a la vista las particularidades de cada abejita: sus distintos colores, formas de ojos, rasgos faciales, etcétera. Recuerda Forwood que sin abejas el planeta está en la picota, visto que “implicaría la extinción de plantas, y por tanto de animales, y así sucesivamente”. Al respecto, suma que “las solitarias son polinizadoras superiores que sus parientas sociables dado que recolectan de múltiples fuentes, y como seres polilécticos, devienen cruciales para mantener los cultivos y la biodiversidad”. Son incluso más dóciles, “y es probable que te ignoren si no les das bolilla, a la par que mantienen el mundo en funcionamiento, las plagas fuera de tu jardín y la comida en tu mesa”.

El chef y la pócima

Cuando se trata de resistir al invasor romano, es archisabido que los aldeanos de Galia siempre han contado con un as bajo la manga: la muy secreta poción mágica creada por el venerable Panorámix, druida que se ha ocupado de guardar con celo la receta de un brebaje que otorga fuerza sobrehumana, para albricias de los héroes Astérix y Obélix. Ni tan impenetrable el misterio, empero, de dar por buena la palabra del prestigioso chef Pierre Gagnaire, uno de los cocineros con más estrellas Michelin del mundo, que asegura haber recreado el paso a paso de la mentada poción. Lo ha conseguido tras un pormenorizado estudio de las legendarias historietas del guionista René Goscinny y del dibujante Alberto Uderzo, dicho sea de paso, y con motivo de la retrospectiva que se celebra por estos días en París: la muestra en curso Uderzo, comme une potion magique, que inauguró recientemente en el Museo Maillol, conmemorando al hombre que dio imagen a las aventuras de los galos más famosos, a un año de su fallecimiento. Claro que, a sabiendas del calibre del desafío y tomándose el asunto con la seriedad que amerita, el genio culinario Gagnaire no se lanzó solo a la faena: fichó a un químico, Michael Pontif, para que le diera una mano calificada, descifrando qué materia prima estaba disponible en la tierra de Astérix. Así las cosas, difícil saber cuán sabrosa será la mítica pócima, que lleva unas seis horas de cocción, según ha señalado la experta dupla, que ha trabajado en los fogones con “aceite de roca, extracto de trébol, remolacha y un caldo de mar –a base de mariscos– porque el mar no está demasiado lejos de Galia”. Todo reforzado, vale decir, por “piperina y esencia de bosque, que ayudan a lidiar con el estrés y la ansiedad actual, despiertan sonrisas y eso, en sí, ya le dan el toque mágico”. Una manera elegante de abrir el paraguas y calmar las expectativas de almitas cándidas que pudieran creer que, tras dar unos sorbitos a la bebida de Gagnaire y Pontif, automáticamente gozarían de más fuerza que el hercúleo Charles Atlas…

Q.E.P.D. la formalidad

Para dar noticia de una muerte, los concisos avisos fúnebres suelen seguir ciertas reglas; por caso, incluir el símbolo religioso que representa la creencia del difunto, su nombre y apellido, ocasionalmente su oficio. Opcional la causa de muerte, no así la indicación de fecha y lugar del velorio y del entierro, que habitualmente va acompañado de fórmulas imperecederas: Q.E.P.D. (“Que en paz descanse”) o su equivalente en latín, R.I.P. (“Requiescat In Pace”). Pero, claro, entre diversas precisiones, usos y costumbres, el último adiós a veces se sale del estrecho guión, como ha ocurrido con la viralizada esquela de un tal Antonio Martínez Barreiro, muerto a los 92 años. Publicado su obituario en el rotativo gallego Faro de Vigo, de los diarios regionales más antiguos de España, no pasó inadvertida curiosa aclaración que hacía saber la última voluntad del hombre. “Hermanos y familia que no se han preocupado en todos estos años, que no se molesten en venir”, cerraba el recuadro de luto, ventilando evidentes rispideces entre los Martínez Barreiro. Un ejemplo mínimo de una suerte de tendencia en ascenso en tierras ibéricas, donde la solemnidad a veces brilla por su ausencia. Tal fue el caso de la entrañable esquela dedicada al vigués Miguel Ángel Rodríguez Torres, publicada en el ya citado rotativo a fines de febrero: “Si nunca te mandó a tomar por el culo es porque no te quería. El mundo lo va a echar de menos, especialmente su familia, su esposa y el paquete de su hijo”. Una más para una desacartonada colección donde prima la sinceridad, que tiene por esos mismos terruños, otros avisos fúnebres de antología en este 2021 en curso: ya sea el que invitaba a recordar al muerto con una borrachera que él pagaría “en la otra vida”; el “acto alegre de despedida” por una muerta, en cuyo honor “tomaremos vino y comeremos tortilla”; el obituario que señalaba que la finada se llevaba a la tumba su famosa receta de salpicón…

Nada es para siempre

Paddington 2, la mejor película de todos los tiempos, ya no es la mejor película de todos los tiempos”, comunican medios del globo para desespero de seguidores que, con el puñito en alto, a la fecha vociferan: “¿¡Es que acaso ya no hay nada sagrado!?”. La secuela que seguía las andanzas del entrañable osito inglés, dirigida por Paul King, estrenada en 2017, pudo jactarse del título durante muy poco rato: fue a fines de abril cuando la web Rotten Tomatoes –influyente plataforma que recopila críticas de películas y, promediando, les asigna una nota– declaró que el peluche llegaba a la cima con un 100 por ciento de reviews positivas. Lo que llamó la atención entonces fue a qué cinta había desbancado el film del majísimo peluche (que goza de enorme popularidad en Reino Unido, donde es un ícono de la literatura infantil desde los años cincuenta, cuando el escritor Michael Bond escribió la primera historia del osito que más tarde sería estelar en series de tevé y films). Hasta ese momento, el primer puesto lo tenía ni más ni menos que Ciudadano Kane, pero una reseña discordante que había pasado por alto Rotten Tomatoes, publicada por el Chicago Tribune en 1941, hizo bajar automáticamente el porcentual a la joya de Orson Welles, de un rotundo 100 a un dramático 99. Y así fue cómo, según el debatible criterio de la mentada web, Paddington 2 se convirtió en the best of the best, aunque ni tiempo tuviera de hibernar en los laureles. Los honores otorgados a la segunda parte le fueron arrebatados con insólita rapidez, padeciendo la misma suerte que Ciudadano Kane ¿Por culpa de quien? De un crítico, Eddie Harrison, que volvió a publicar sus brutalmente sinceros pareceres en su blog, repitiendo lo que declaró cuatro años atrás para la BBC Radio, a poco de lanzarse la película. Decir que no le convenció es quedarse corto: entre sus anotaciones, escribió el don que la interpretación de Ben Whishaw, que puso voz al encantador animalito, le recordaba “a un cantante pop indie que sufre un agonizante colocón de ketamina”; que el oso en nada se parece al que conoció en infancia: “es un impostor que debería ser enviado al espacio a la primera chance”, “demasiado confiado, sarcástico y hosco, su aspecto desgarbado tiene poca relación con el personaje clásico”, y otros cuchillazos (“artificioso”, “ridículo”) que dejaron al bicho hecho pedazos. El gozo en un pozo: fin del breve reinado de este film infantil, al que le sigue otro con mejor puntuación en Rotten Tomatoes. Hemos entrado en la era de Toy Story 2, indiscutible mejor película de todos los tiempos. Hasta que el sitio encuentre una reseña que diga lo contrario, entonces también deberá bajarse del caprichoso trono a base de datos.