Suele ser un tópico tradicional en las Ciencias Sociales preguntarse acerca de qué es y que comprende la investigación social. Para ayudar en la claridad de la respuesta se la suele comparar con otras formas de la investigación social como el periodismo. ¿Todo periodismo es investigación social? ¿Debiera serlo? Entre reflexiones acerca de los cambios paradigmáticos ante las nuevas formas interpretativas de la realidad y escenarios donde ya no existen meros receptores de la información, la cuestión de los hechos sociales que se comunican como información forma parte de este inquietante presente. No precisamente por la necesaria recopilación de datos como pruebas necesarias para la información que se comparte sino más bien por el lugar desde donde se los selecciona y comunica.

Hablar de los hechos sociales como información es hablar de la sociedad. Una sociedad de la que se forma parte. El periodismo que informa determinados hechos sociales refiere a su vez a sujetos y audiencias que forman parte de la misma vida social. Esta dimensión de tres elementos que se superponen hace que sea muy difícil abordar las cuestiones sociales sin hacerlo de manera interpretativa o socio histórica, de tal manera que permita acercarnos a cómo y por qué las personas hacen lo que hacen con otras personas o cómo y por qué dejan de hacerlo. En ese empeño, el estar atentos a pruebas falsas, respuestas deliberadamente engañosas, encubrimientos, estereotipos y prejuicios y hasta aspectos sesgados de interpretaciones ordinarias sólo aceptables en el transitar cotidiano de la vida social, es una condición de producción de la información que no puede soslayarse.

Estas condiciones de producción –como tantas otras- se han visto alteradas por la pandemia. No sólo en su materialidad como el trabajo en burbujas, el teletrabajo o el hablar a través de los barbijos, sino fundamentalmente en la dificultad para certificar desde donde se dice lo que se dice. Ese lugar nos acerca hacia la responsabilidad común como compromiso existencial en tanto la afectación por el cuidado o no, propio y de otres, constituye una tensión vital en la construcción de lazos comunitarios.

En ese contexto de alta vulnerabilidad y exposición, sabrán actuar quienes ofician el periodismo con la densidad de cada responsabilidad compartida. Poco aporta en ese sentido estremecerse de pavor con quienes desde su profesionalizado oficio apuestan al desánimo, fijan sentidos de fragmentación social, moralizan conductas, ensalzan meritocracias, invisibilizan prácticas de cuidados y afectos colectivos y ocultan los intereses en juego apañados como rutinas de información convencional.

Sí en cambio es interesante festejar a quienes dedicándose empírica y cualitativamente a producir sentidos informativos, toman los hechos sociales desde la misma base de toda investigación social: datos que se convierten en pruebas en tanto hecho aceptado, en interdependencia con las ideas de quienes ejercen el periodismo. Estas ideas como representaciones de la vida social son las que surgen del diálogo de esas propias ideas y los datos/pruebas/hechos que conforman la información.

Tal mecanismo, lejos de ser sólo una marca de oficio, opera como un esperanzador dispositivo para crear las condiciones de posibilidad que permita encontrar nuevos rumbos con universos sociales menos frágiles en su condición de existencia. De manera que desde siempre pero ahora como más fuerza, la subjetividad y sensibilidad necesaria para dar cuenta de historias habitualmente marginadas, -politización del dolor, inclusión de voces relegadas, implicancias de la individualización y causales e intereses del vacío socio político que se pretende- forman parte del capital social privilegiado de quienes hacen del periodismo el lugar histórico político del encuentro y la trama común.

* Lic. en Comunicación Social. Magister en Planificación y Gestión de la Comunicación