Un autor que supo multiplicarse en diversos heterónimos para un mismo cuerpo: Cristian Molina (como dice en su DNI, pero también: El Niño C, el Púber P, Algún Molina, Wachi Molina...) retoma el más antiguo de ellos para firmar una novela episódica rural sobre una familia donde varios de los personajes llevan el mismo nombre. La Juanita. Su película, fue publicado este año por Baltasara Editora y es atribuido a "El Niño C". 

"Antiguo", en el contexto de esa entelequia constantemente negada por los escépticos de la academia y que algunos terraplanistas silvestres han (o hemos) de seguir denominando "literatura de Rosario", significa: hace nueve años. ¿Cómo puede ser literatura de Rosario un libro publicado en dicha ciudad pero ambientado a partir de recuerdos de una infancia en la provincia de Córdoba, y escrito en un contexto de confinamiento global donde cualquiera puede referirse a cualquier otra cosa desde cualquier parte de un mundo aplastado? La pregunta quedará sin responder. Acá la categoría kantiana que importa no es el espacio sino el tiempo: el de esta novela-cine-para-ver-en-casa cuyo carácter híbrido astutamente se subraya desde la gráfica con los íconos de play, pause, stop, fast forward o rewind; y el de su firmante, El Niño C, autor del primer libro de poemas (Blog , 2012) de quien pronto sería el prolífico escritor Cristian Molina.

Espacio imaginario que el gótico romántico resevaba a lo siniestro y maravilloso, lo rural real pero no realista se constituye en unos márgenes de violencia naturalizada, cuya representación literaria depende en gran medida de la posibilidad de parodiar el gótico rural: operación que ya efectuaba Reinaldo Arenas en Celestino antes del alba, exasperando el gótico hacia el expresionismo en una prosa neobarroca. Se trataría aquí, en cambio, de una parodia sin original, y de una película sin cine. Hay una ingeniería de la mirada que el cine ha construido y que Molina aplica como recurso de narración, de descripción y de distanciamiento; si hay autobiografía, que no se note. El resultado: una comedia negra familiar.

Docente en la Escuela de Letras de la UNR, investigador universitario, blogger, performer e impulsor de espacios de sociabilidad vinculados a la performance, Molina apuesta en este nuevo libro (de humor exquisito) a una tercera posición entre los dos polos del canon de dicho claustro, y se da dos lujos. Uno, decir de sí mismo, en la biografía de solapa, algo que hubiera podido suscribir César Aira: "Escribe, investiga y performatea literatura... no le importa si lo hace bien o no". Dos: parodiar el presente simple cinematográfico de la narrativa de Juan José Saer, esa obra que la poesía de la imagen tradujo a rígidas frases nominales. "La madre al volante, mientras amanece y atrás la luz los alcanza. La cara arrugada y viril de la mujer". Consciente de la materia que enseña, El Niño C (autodenominado también "Juan Molina", para dar a especular sobre un posible carácter autobiográfico de su texto) no deja de dar cátedra autoparódica a través del viejo recurso de la metaficción: "La leña abunda; no sé de qué árbol es; pero esa cuestión pregúntensela a otro narrador realista, o a algún costumbrista, y listo; así sabremos".

La tapa del libro.

Ese "pregúntensela", como una mirada a cámara o un/a comediante de stand up o de music hall que se dirige al público y rompe la cuarta pared, indica que los procedimientos de Molina/El Niño C (ya desde la elección del heterónimo) están del lado de la performance, siempre. Guiño a los entendidos que lo aleja del austero modernismo de Saer, entendiéndose modernismo en el sentido que el período tiene en plástica: años '50 - '60. Y por si no quedó claro, la parodia se vuelve obvia: "Amanece y Don Juan ya tiene los ojos abiertos", comienza un capítulo, en alusión a una frase recurrente parecida en El limonero real. La madre ha contado un sueño a sus hijos en las dos páginas anteriores y ese espacio onírico, al igual que en su poesía reciente (Poesía Molotov, 2020), o que las líneas de fuga a lo fantástico en Wachi book (Baltasara, 2014), habilita la narración inocente, sin la literatura-como-crítica-literaria a cuestas. Por tomar aún más ropa prestada del placard de la plástica: ¿una literatura pop? (¿Manuel Puig?)

Pero ese espacio prístino que se ha abierto ya no se cierra. Es el de la memoria, que nutre la letra con sus detalles infinitesimales; es el de la fantasía, que imagina a partir de fotos la "película" de una ancestra, quien vive en secreto su propia novela iniciática sexual. Esta película no es de Netflix. Lo visual irrumpe tanto cuando la página se parte en tres (canción, guión literario, texto principal) como cuando el libro deviene álbum de fotos en blanco y negro. Lo familiar se yuxtapone desde el comienzo con la novela sexual de Juan (¿Juanito?), en escenas perversas donde él es equiparado a un perro. La perversión y la locura también habitan lo familiar, nombradas con o sin eufemismos; algo en el círculo hogareño se resiste a ser normalizado. La magia es literal, ritualista. De narrar lo inenarrable se trata, una vez más.

Cristian Molina también escribió Un pequeño mundo enfermo (La Bola Editora), Sus bellos ojos que tanto odiaré (Caleta Olivia), Machos de campo (Baldíos en la lengua) y Gerarda, la mutante (Libros silvestres). Nació en Leones (Córdoba) en 1971. Vive en Rosario.