La voz de Analía Umpierrez se transforma cuando habla de los presos y las presas que cada día huyen de la violencia sistemática de los pabellones para asistir a las aulas universitarias de los penales bonaerenses. “El norte de nuestra intervención es que los estudiantes puedan crecer en un contexto tan difícil como es el de la cárcel”, enfatiza la coordinadora del Programa Universidad en la Cárcel de la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN) sobre el trabajo realizado con quienes sufren la privación de su libertad y deciden estudiar alguna carrera de grado durante su condena. Ella escucha cuando dicen “presente”, pero bien sabe que piensan en futuro.

En diálogo con el Suplemento Universidad, Umpierrez destaca la labor que la UNICEN emprende desde hace más de doce años en los penales 2, 27 y 38 de Sierra Chica –para varones adultos– y en las unidades 7 –varones adultos– y 52 de Azul –mujeres adultas–. “En las aulas se producen muchas transformaciones en el plano subjetivo, se generan modos de leer el mundo y formas de entender sus situaciones y sus propias vidas”, sintetiza.

Un centro cultural itinerante es parte de esa formación. Unos versos de “Volver a los 17”, de Violeta Parra –“Y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra…”– fueron la inspiración para nombrar a ese espacio: “El musguito”.

Hace algunas semanas, la editorial de la UNICEN presentó Acceso a derechos. Educación, arte y cultura en la cárcel, un libro que muestra los resultados iniciales de ese ambicioso proyecto que busca visibilizar la vida en contextos de encierro. Esta obra, plasmada por Umpierrez, Claudia Castro, María Cristina Dimatteo, Raquel Lacaria, Romina Salvadé, Luis Scipioni y Rosana Sosa, identifica y analiza las condiciones de acceso a la educación universitaria, los saberes laborales y las acciones artísticas y culturales promovidas por la universidad en las cárceles de la provincia de Buenos Aires.

–¿Cómo nació este acercamiento entre la universidad y las cárceles bonaerenses?

–Fue a partir de una visita en 2008. Entramos a la cárcel como una tarea de una cátedra de la Facultad de Sociales de la UNICEN y luego de una demanda de los presos se firmó un convenio para ofrecer las carreras de grado. Veníamos trabajando en cárceles desde hacía muchos años, pero no existía gente que investigara las cárceles institucionalmente, como un grupo conformado. Producíamos información, publicaciones breves, presentaciones en congresos, hasta que una convocatoria de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNICEN nos dio el impulso para formar este primero proyecto colectivo con gente de las facultades de Artes, de Derecho, de Ciencias Sociales, y de Ciencias Humanas. Todos trabajamos ofreciendo carreras de grado –desde Sociales, ofrecemos las licenciaturas en Comunicación Social y en Antropología Social, mientras que la Facultad de Derecho brinda Abogacía– y un programa de extensión que cuenta con un centro cultural itinerante, “El musguito”, donde se hacen actividades permanentes.

–¿Cómo se desarrollan las actividades de “El musguito”?

–Al ser itinerante, no tiene un espacio físico. Lo que hace es aglutinar las propuestas de talleres y eventos que organizamos. Tenemos talleres de cine, teatro, literatura y hasta de alfabetización informática. Además, sumamos un programa de radio, que comenzó como un taller y hace ya ocho años que sale por la radio de la Facultad de Ciencias Sociales, y un podcast. “El musguito” es una estrategia que pensamos para poder llegar a todo ese conjunto de unidades penales con actividades que no estuvieran sueltas y disgregadas, sino que las aglutinara con un propósito, un techo simbólico. La tapa del libro (una flor que nace entre las piedras) está relacionada con esa canción de Violeta Parra, que vendría a ser el norte de nuestra intervención: que los estudiantes puedan crecer en un contexto tan difícil como es el de la cárcel.

–¿Cómo adaptaron el trabajo durante la pandemia?

–Ahora todo es virtual. Gracias a que nos presentamos y ganamos varias convocatorias, pudimos equipar las aulas con tablets y televisores Android, junto con cierta inversión de la universidad, que nos permitió equipar las aulas con tecnología y conectividad. Estamos administrando lo académico vía aulas virtuales, con clases y materiales en ese formato, al igual que los cursos del área de extensión. Lo extraordinario es que algunos talleres, como los de cine y de informática, ahora se pueden dar en simultáneo en varias unidades.

“En las aulas se producen muchas transformaciones en el plano subjetivo, se generan modos de leer el mundo y formas de entender sus situaciones y sus propias vidas”

–¿Cuál considerás que fue el paso más importante que dieron las presas y los presos dentro de las aulas?

–Algo importantísimo son los cursos de alfabetización para los estudiantes que quieren enseñar en los pabellones. Como buena parte de las cosas que se hacen dentro de las aulas, surgieron por pedido de los propios estudiantes que, reconociendo que allí adquirieron un plus, querían dejar algo suyo. Hablaban de “dejar una herencia en la cárcel” y, para ellos, esa herencia era enseñar lo que sabían. Si bien aún no tenemos graduados, hay más de 200 estudiantes de grado, entre Derecho y Sociales. Y en cuanto a la extensión, entre 150 y 180 participan de los talleres.

–En cuanto a Acceso a derechos. Educación, arte y cultura en la cárcel, ¿qué objetivos se plantearon cuando lo planificaron?

–Nuestro primer objetivo era visibilizar al interior de nuestra propia universidad. Si bien hay programas con mucha trayectoria, para nosotros es muy relevante que esta temática tomara jerarquía. Y, además, como somos parte de esa red, es importante darnos el espacio para generar discusión con la sociedad sobre la cárcel. Existe una concepción falaz, pero compartida dentro de la sociedad, que da a entender que la cárcel no es parte de esa sociedad. Para nosotros es importante instalar esta discusión señalando que las responsabilidades de buena parte de los problemas que hay en la cárcel con las personas detenidas son problemas de la sociedad. Si hay gente que está tirada, en la suya, a cargo de niños, sin alimento, sin derecho a la salud, sin derecho a un techo, sin derecho incluso a la identidad –porque no tienen documentos–, esto también es un problema de la sociedad. Nos interesa instalar la discusión de que la cárcel es construida por esta sociedad para no ver determinados problemas que esta genera. No lo vamos a resolver con un libro, pero sí intentamos hacer un huequito en la agenda sobre los temas que hay que abordar.