Un chico trans salió de su casa y no volvió. La historia les resuena probablemente pero no estamos hablando de Tehuel de la Torre, que falta de su casa desde el 11 de marzo: este es “el otro caso”. Decimos un chico, no para caer nuevamente en la infantilización a la que se nos somete a las identidades transmasculinas durante nuestra adultez sino en referencia a su edad. Cancinos, un chico de 14 años, salió de su casa en la ciudad de Salta en mayo de 2017 para ir a la clase de educación física del colegio al que asistía y ese fue el último día que alguien lo vio con vida. Desapareció. Y mientras algunas zonas de Salta se empapelaban con su cara, descubrimos que el nombre que acompañaba esos carteles de búsqueda no era realmente el suyo. ¿A quién buscaban o esperaban encontrar realmente?

Acto seguido, las redes sociales de personas locales se llenaron de posteos sobre cómo nombrarlo y su proceso de transición identitaria se volvió un debate público.

Ahora no sólo había desaparecido sino que también estaba siendo sometido a una de las violencias que vivimos las personas trans y no binarias constantemente: la puesta en duda de nuestra identidad y la mediatización con fines meramente morbosos de nuestros procesos.

Durante cuatro años las investigaciones para dar con él fueron siempre insuficientes, no se encontraron rastros ni indicios de qué podría haber sucedido y poco a poco el caso fue dejando de aparecer en medios de comunicación y posteos de internet. Hasta que, recientemente, “el otro caso” volvió al foco de la mirada de los medios y, misteriosamente, el viernes pasado su cuerpo apareció en las orillas del Río Wierna (no muy lejos del lugar en el que se lo había visto con vida por última vez).

Hoy, a principios del Mes del Orgullo y en medio de la noticia devastadora de su aparición sin vida, la identidad del chico salteño vuelve a ser puesta en discusión, esta vez a nivel nacional. El nombre que le pusieron al nacer, un nombre que no eligió y que se le impuso junto con un género, se expone sin vergüenza como un insulto a su identidad. Se expone como un insulto a la identidad de todes quienes que no somos personas cis (personas cis: las que se autoperciben con el género que le fue asignado al nacer).

Nos vemos forzados a repetir algo que parece que tenemos que hacer hasta el hartazgo: ¡que respeten nuestras vidas! Sin embargo, no es suficiente. Cancinos, que según se supo por sus redes sociales se llamaba Santiago, no está presente para nombrarse por sí mismo. Su derecho básico a acceder a una identidad propia y elegida le fue arrebatado junto con su vida y, en su ausencia, sus derechos vuelven a ser vulnerados. ¿Qué le dice esto también al resto de les adolescentes como él? ¿Esta es la realidad que les depara? ¿La puesta en duda mediática/social sobre la propia identidad, la desaparición forzada, la muerte y la violencia incluso post-mortem?

Los espacios para la expresión de juventudes trans ya son extremadamente reducidos; por miedo al rechazo y al odio, muches terminan escondiendo su identidad o viviéndola secretamente en remotos rincones de la internet. Quizás, ese sea uno de los pocos lugares donde se puede explorar el género en relativa paz, aun teniendo la amenaza de ser descubierto. Porque ser una adolescencia trans y cargar con los propios deseos, expectativas y miedos es desbordante. Cargar con la mochila del odio y el prejuicio de les xadres, les compañeres y la iglesia, ya es demasiado. A las juventudes trans se les niega cualquier autodeterminación, sus voces son ignoradas y son consideradas personas sin capacidad de decidir. Lo que para el resto puede ser solamente un tuit, para Santiago fue quizás un alivio, un refugio, espacio para ser y pensarse en libertad.

Por esto, nosotros respetamos y defendemos la identidad que dio a conocer en algunos lugares de internet. Queremos, esperamos y no descansaremos hasta que otra realidad sea posible para las personas trans, travestis y/o no binarias.

Ni la de Santiago ni la de Tehuel son historias que conozcamos porque hayan encontrado la vacuna a alguna enfermedad, por haber salido campeones de ajedrez, por haber sido competidores en una disciplina deportiva, o por haber expuesto sus obras en un museo. Tampoco se les ha permitido la posibilidad de no someterse a la mirada mediática, de tener una realidad que escape a los titulares trágicos de los diarios y noticieros. Es casi un atrevimiento soñar con algo tan cotidiano, porque la violencia ejercida hacia nosotres es tan grande que abarca el acceso a las instituciones, a habitar la sociedad como una persona más. El cisexismo imperante cae sobre nosotres con una fuerza histórica, la creencia de que las vidas de las personas cis valen más que las de las personas trans, travestis y/o no binarias, nos aleja de todo aquello que parece “normal”. Y lo “normal”, cuando se trata de política, es el acceso a los Derechos Humanos.

Sin embargo, desaparecer en democracia, esa deuda que parece no saldarse, ese resto que nos persigue como un fantasma de carne y hueso desde la dictadura cívico-eclesiástico-militar del 76, ya se ha hecho moneda corriente en los últimos cuarenta años. Las personas travestis, trans y/o no binarias no somos la excepción pero sí somos la particularidad: el objetivo donde el transodio, el movimiento TERF, la desidia del Estado, la poca empatía y la falta de respeto a nuestras vidas, convierte nuestras desapariciones en material para el morbo amarillista de la mayoría de los medios de comunicación.

Vivimos en un país con una Ley de Identidad de Género que nos enorgullece, resultado de un activismo local, pionera para muchas leyes que vinieron luego en otros territorios y que cuenta ya con 9 años. Aún así, en las notas sobre Santiago y Tehuel nos encontramos con el no cumplimiento de la misma; vemos el uso del nombre que figura en su dni, cuando la ley 26743 expone que, más allá de lo que diga la documentación registral, deben tratarnos y nombrarnos como nos autopercibimos. Y nos detengamos aquí un momento en el concepto de “autopercepción”. Esto no significa que nosotras, nosotros y nosotres somos lo que decimos para nosotras, nosotros y nosotres. Quiere decir nosotras, nosotros y nosotres somos quienes somos y que ustedes se tienen que dirigir a nuestras personas de la forma que indicamos; de la misma manera que nosotres nos dirigimos a ustedes como ustedes se autoperciben.

¿Cómo van a buscarnos cuando faltamos, si ni siquiera respetan nuestros nombres? ¿Cuántas compañeras, compañeros y compañeres fueron enterrades todos estos años con el nombre que figura en los registros porque sus familias rechazaron sus identidades y nombres elegidos? ¿Cuánto les importa encontrarnos, encontrarnos con vida, mantenernos vivos, vivas, vives? ¿Cuánto importan nuestras identidades cuando incluso gran parte de nosotres, las identidades no binarias, no podemos siquiera acceder a que nuestra identidad sea reconocida por el RENAPER y obtener el DNI que les identifique? (Para más información al respecto, recomendamos conocer “Todes con DNI”).

No queremos “otro caso” como el de Santiago. Queremos la aparición con vida inmediata de Tehuel. Queremos que Tehuel tenga acceso a la educación, a la salud, al deporte, al arte y al trabajo, motivo que lo llevó ese 11 de marzo a salir de su casa para encontrarnos, al día de hoy, sin novedades sobre su persona. No queremos más “otros casos”, no queremos tener que decidir entre vivir nuestras identidades o vivir.