La historia se remonta a 7000 años atrás. De ésta fecha datan los primeros registros que dan cuenta de la presencia de la hoja de coca en la cultura americana.

Con un fuerte predominio en Bolivia, Perú y el norte de Argentina, la coca también se extendió hasta Ecuador y Colombia. Los sagrados picos de Los Andes son testigos de su rica historia.

Así es que en el norte de nuestro país, se afincó de la mano de los pueblos originarios para luego trascender el tiempo y las clases sociales, peleando contra estigmas y prohibiciones incorporados por occidente.

Los modos: del pasado al presente

“Hablar de la coca no es hablar solamente de una planta. Es hablar de un complejo cultural. Una planta americana antiquísima, cuyos usos también son remotos y ancestrales”. Así comienza su relato Eugenia Flores, licenciada en Antropología Social de la Universidad Nacional de Salta (UNSa).

Eugenia Flores.

“Lo interesante de develar para nuestro país es ver cuales son los procesos históricos que han llevado a que la coca circule en la actualidad por escenarios modernos, interculturales y sea consumida por diferentes actores sociales. En resumidas cuentas, tiene que ver con diferentes procesos históricos de apropiación. Porque el coqueo o el pijchado, que significa meter las hojas de coca entre el molar y la mejilla, es una práctica que ha sido apropiada también por la elites salteñas y jujeñas”, relata la antropóloga.

Katia Gibaja es psicóloga y presidenta de la Fundación Ecos de la Patria Grande. Nació en Perú pero vive en Salta hace más de 30 años. Es investigadora y difusora de las culturas precolombinas así como también es profesora de lengua quechua.

Conversar sobre la hoja de coca no le es ajeno, sino que por el contrario, la interpela de una manera aguda ya que en sus estudios es un tema recurrente. “Coca es una palabra que deriva del quechua, es una palabra originaria. En el MAAM, Museo Arqueológico de Alta Montaña de Salta, se guarda una bolsita de hace más de 500 años, con 90 gramos de hojas de coca. Para nuestras comunidades, la hoja de coca es el encuentro con una madre, porque es otra madre como lo es la Pachamama”.

Además, continúa Gibaja, “El coqueo tiene que ver con la identidad de un colectivo. Por eso hablar de la coca en Salta es hablar de una homogeneización. La hoja de coca circula sin ningún tipo de impedimento, se vende en cualquier almacén junto a artículos de primera necesidad. Esto es muy llamativo”.

Maximo Albarracín tiene 40 años y vive en el barrio Ferroviario de la capital salteña. Desde temprana edad mantiene una relación natural con la coca, ya que su padre, piloto jubilado de la aviación civil, coqueaba en sus travesías: “En la época en que mi padre piloteaba, coqueaban para evitar los dolores de oídos en los lugares altos, como en San Antonio de los Cobres, por ejemplo. Él coqueaba cuando hacía ese tipo de vuelos”.

Máximo es uno de los tantos salteños que consumen coca por diferentes motivos y razones, generando una práctica totalmente naturalizada en su vida. “Empecé a coquear cuando iba a la universidad. En ese tiempo no tenía plata para desayunar. Entonces un amigo me dijo que coqueara, que así se me iba a pasar el hambre. Y así fue, coqueaba y se me iba el hambre hasta que llegaba al mediodía a la casa”.

Katia Gibaja comenta: “La hoja de coca no mira las clases sociales, y esto siempre me llamo la atención, porque no es lo mismo cruzando la frontera hacia Bolivia. Allí el uso exclusivo de la hoja de coca es de campesinos o descendientes indígenas, que coquean con mucha libertad, pero jamás, por ejemplo, un profesional o alguien que pertenezca a una clase social media o alta”.

Si bien en Bolivia se puede ver esta situación, que pone en evidencia la división de clases sociales a través de la coca, Eugenia Flores relata una singular situación que se desarrolla en estas latitudes: “Se puede ver a la elite salteña defendiendo a capa y espada la coca, sean diputados o senadores en el Congreso Nacional”. Esta situación singular permitió instalar el debate en el recinto a nivel nacional y lograr el artículo 15 de la ley de estupefacientes, que despenaliza el consumo para coqueo de la hoja en estado natural.

Prohibiciones y tabú

Asociar la hoja de coca con la cocaína, no solo resulta un grave error, sino que también contribuye a una fuerte estigmatización hacia las poblaciones originarias y del norte en general, que consumen hace más de 7000 años la hoja en estado natural.

La antropóloga Flores comenta al respecto: “Es claro que nuestro país, es un país que mira mucho hacia Europa. Entonces hay un pleno desconocimiento de las culturas y la diversidad al interior del mismo. Y la coca no es ajena a esto, porque cuando se incorpora a la hoja de coca como materia prima de la cocaína en la lista de estupefacientes, allá por los años 70, la Argentina muestra un desconocimiento total de las prácticas de todos los sectores sociales en el norte del país”.

Gibaja, quien durante más de 25 años fomentó y participó en jornadas precolombinas, comenta: “Se ha satanizado a la hoja de coca. De los alcaloides de la hoja, uno solo se usa para realizar el clorhidrato de cocaína. En quechua escuché decir varias veces ‘si tú te alimentas de la hoja sagrada en su color verde, te va a llevar a la vida. Si tú quieres alimentar tu cuerpo con la harina blanca, te va a llevar a la muerte’”.

“Todo el desarrollo de la industria de la cocaína ha tenido que ver primero con paliativos para las operaciones, como anestésicos, y después se ha convertido en un uso recreacional. Pero son cosas totalmente diferentes y eso tiene que quedar bien en claro”, comenta Flores y agrega: “el tabú de la coca empieza a circular. Y esto tiene que ver, en el desarrollo del siglo XX, con las políticas de la lucha contra las drogas. En determinado momento EEUU dictamina la lucha contra el narcotráfico, que implicaba también la lucha contra el campesinado productor de coca”.

Al mismo tiempo, comenta el sentido político global que sitúa a la coca en este complejo entramado: “Las políticas neoliberales, que no van a tener en cuenta la diversidad de usos que puede llegar a tener esta planta, solo van a reducirla a un principio activo, siendo que milenariamente, la hoja de coca forma parte de un complejo cultural mucho mas amplio”.

Identidad salteña

Albarracín ya no coquea para saciar el hambre, sino que esta práctica se transformó en un ritual que acompaña su vida. “Para compartir con amigos es muy linda la coca, porque te une. En una juntada compartís de la misma manera la coca o una cerveza. La sensación que uno tiene al coquear es muy linda. Es un ritual que acompaña momentos de alegría”.

Para la antropóloga social de la UNSa, “la coca para el salteño es un elemento identitario. Eso se ha construido socialmente durante todo el siglo XX. Vos podés encontrar en Salta un pibe de 17 años que te va a decir ‘yo soy salteño y coqueo’”.

El vecino del barrio Ferroviario agrega: “Yo tengo familia en Misiones y cuando voy, llevo mi coca. Allá se conoce poco, así que me ven con la coca y dicen 'este es salteño'. Es algo bien representativo, es una manera de mostrar la salteñidad que llevo”.

Gibaja comenta al respecto: “Creo que Salta es el Edén de la hoja de coca, porque si bien no está normatizada totalmente, tiene acceso un camionero, un profesional o un juez”. 

Esta mirada social transversal de la hoja de coca, y su práctica cotidiana con el coqueo, refleja y pone de manifiesto la raíz originaria de una provincia que, según estudios de antropología biológica hechos por investigadores de la UNSa, cuenta con más del 60% de la población con sangre indígena.

A la coca se la encuentra común, seleccionada, hojeada o machucada. Se la compra en mercados, puestos al lado de la ruta o en kioscos bien acomodados. Sus usos y costumbres oscilan desde lo recreativo hasta lo curativo, atravesando desde las zonas más humildes hasta las más opulentas.

A la vista de todos y accesible según el precio y las posibilidades, la coca pareciera ser un símbolo de cohesión dentro de una sociedad que sostiene a fuerza de rituales, las desigualdades propias de una compleja realidad social.