Como una náusea que trepa de la boca del estómago hasta la garganta, los cuentos de Gonzalo Unamuno no dan tregua: son insoportablemente bellos en su forma, aunque lo que narran sea perturbador. El mal no es un accidente. Los abismos y demonios están en la propia naturaleza humana y en los diecisiete relatos que componen Tu jardín salvaje (Criolla Editorial), libro dedicado a la actriz Graciela Borges. Un narrador en primera persona niega que haya abusado del hijo de su ahora expareja y con un desdén semántico habla de un “juego de experimentación anatómica”. Dos hermanos que viven en un barrio cerrado podrían protagonizar la versión argentina de la película coreana Parasite; sólo que acá no hay lucha de clases con “los de abajo”, sino una tensa horizontalidad con un vecino, empresario textil recién mudado. Los hermanos atropellan al perro labrador del empresario, lo descuartizan y cocinan los restos en la parrilla.

“Abandonar era lo único que no tenías que hacer. Y lo hiciste”, le dice una madre a su hijo de 9 años en el cuento “Tu jardín salvaje”. Lo que abandona el hijo es una carrera de larga distancia; pero en este relato narrado en segunda persona la “renuncia” a esa carrera es el preludio de una singularidad: la de una pieza que no encaja en el universo familiar, un niño desafiante, inadaptado, “mefistofélico”, con un secreto que le arde como una brasa y que estalla cuando le clava a su tío una navaja en el abdomen. En “Filmar a orillas del río”, Magdalena trabaja en una productora audiovisual y está en la ciudad de Pucallpa (Perú) para participar de una iniciativa que consiste en filmar “Ríos exóticos de Sudamérica”. Por una aplicación de citas conocerá a Luana, a quien terminará filmando en el momento en que es atacada por un grupo de pirañas.

En “Aniversario”, desde el poder que le confiere el dinero y el éxito, Damián utiliza a su amigo Mario como un simple objeto de goce y placer que desechará una vez cumplida su función. “Al igual que tu padre el día que murió, acabás de tomar una dosis mortal de estricnina en esos sorbos, hecho que casi con seguridad -miró la hora en su reloj pulsera- te va a dejar seco en diez, veinte minutos”, anuncia Damián su venganza servida en un vaso de whisky, que se podría considerar también una especie de “homenaje” irónico al padre de Mario. A través de diferentes narradores en primera, segunda y tercera persona, los cuentos de Unamuno son variaciones sobre la crueldad y la perversión, contadas expurgando la empatía y sin juzgar moralmente las acciones de los personajes; es como si el escritor recuperara lo que enunció Hobbes, que “el hombre es el lobo del hombre” y que el acceso a la cultura permite reducir la parte maldita de las sociedades. Pero lejos de desaparecer o quedar ceñido a su mínima expresión, el mal está en el aire que se respira, en cada entrelínea. Los relatos de Unamuno podrían tener como epígrafe una frase del Marqués de Sade: “La crueldad, muy lejos de ser un vicio, es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza; el niño rompe su sonajero, muerde la teta de su nodriza, estrangula a su pájaro, bastante antes de tener edad de razonar”.

Hay un hilo conductor en torno a lo perverso que conecta los cuentos de Tu jardín salvaje con la novela Lila (2018), narrada por el femicida Germán Baraja, un personaje que surgió de una novela anterior, Que todo se detenga (2015), en la que el protagonista es un ex militante peronista descreído de los discursos de la derecha neoliberal como de la izquierda marxista. Las dos novelas están siendo adaptadas al cine por el director Juan Baldana y el actor Gerardo Otero como protagonista. “Yo tenía la idea de hacer una trilogía, Que todo se detenga, Lila y una nueva novela que cerrase a Germán Baraja. Pero tenía mucho temor de repetirme como escritor, de no poder mostrarme en otro registro y que toda mi obra estuviese vinculada a ese personaje”, cuenta Unamuno en la entrevista con Página/12.

Cuando empezó a escribir la tercera novela, avanzó con dos capítulos que, finalmente, se integraron como cuentos a Tu jardín salvaje. “Uno es el cuento ‘Sacar la basura’ y el otro es el que da título al libro. Uno era el despertar de Germán Baraja en su exilio y el otro los capítulos intercalados de su infancia, que era la idea que tenía para la tercera novela. Lo que hice fue dejarlos como cuentos independientes; les quité el nombre y algunas vinculaciones que pudieran remitir a la historia previa, pero no saqué esa cota de perversión, de maldad, de cinismo. Estas cuestiones me salen bien; cada vez que intento hacer una historia que se puede considerar amable para el lector siento que lo estoy defraudando. ¿Cómo voy a escribir esto? Yo soy un escritor de pulsos. Si tengo un personaje, si tengo una idea, la trato de desarrollar”, plantea Unamuno, autor de libros de poesía como De otra luz y Distancia que nadie ocupará y de la nouvelle Acordes menores para Marion Cotillard, que actualmente es columnista literario en el programa Narraciones extraordinarias, que conducen Enzo Maqueira y Julieta Habif por Radio Provincia (AM 1270).

Hijo del dirigente peronista Miguel Unamuno (1932-2009), que fue ministro de Trabajo, diputado y director del Archivo General de la Nación, el escritor reconoce que los cuentos de su último libro, con distintos narradores y personajes, están amalgamados por cierta oscuridad atmosférica en la que prevalecen manipulaciones, abusos y traiciones. “Lo que me importa es la apuesta estética para construir un jardín salvaje y variopinto en cuanto a extremar mis posibilidades como escritor”, subraya Unamuno (Buenos Aires, 1985).

-El trabajo con el guion o la forma del diario genera que algunos cuentos tengan una espesura “más documental”. ¿Qué encontraste en estas formas?

-Mi idea es que cada cuento opere como si estuvieses viendo un cortometraje; que sea algo muy visual. Hay una influencia de (Raymond) Carver, pero también de (John) Cheever; tomé un poco de los dos. De Cheever tomé la forma de contar desde la riqueza porque es el lugar más común a todos. Esto me lo dijo una amiga, que es una famosa actriz: “siempre es mejor narrar desde la riqueza porque es el lugar común a todos; solo los ricos la conocemos, pero el resto la añora”. Cheever logra narrar la decadencia desde el sueño americano. Cheever me da la óptica de esos lugares que defraudan, esa fiesta a la que nunca se llega y todos pensamos que sucede en otra parte, como decía Fabián Casas. Carver me da la puntuación, la exactitud y la economía de palabras. Lo que me interesa es que los cuentos tengan características fotográficas: que leas un cuento como un álbum de fotos. En la medida de lo posible quiero escribir historias que no te las vayas a olvidar. Que es mi intención y creo que la de cualquier escritor.

-Uno de los cuentos más visuales es “Filmar a orillas del río”, donde una mujer no interviene, no intenta evitar una muerte.

-Me interesaba colocar generacionalmente a los personajes, que tienen entre 35 y 45 años y están muy adaptados a las circunstancias de la época. El mundo en que vivimos tiene una marca muy patente, que es la labilidad de los lazos entre las personas. En esta sociedad tan individualista la perversión tiene gran posibilidad de desarrollarse porque es un mundo de la imagen y la inmediatez. Que te dejen de seguir en una red social o que no te hablen más hoy por hoy es un sinónimo; es alguien que te quiere suprimir de su vida. Entonces dije: vamos a tratar a los personajes con ese pragmatismo de lo individual. Ella fue a Perú para filmar un documental y por una mera casualidad se topa con esa posibilidad de filmar la muerte de una persona, atacada por un grupo de pirañas. Posiblemente una persona hace sesenta años no hubiese estado filmando: si veía el ataque de las pirañas, se tiraba y trataba de salvarla. Hoy ya tenés incorporados los elementos de supresión como para decir: “no llego a salvarla, mejor no perder el material”. El cinismo de la época hace que las personas sean testigos de golpes o puñaladas en las calles y no larguen el teléfono. Si no tenés la foto o la constancia audiovisual, no existís en este mundo. Si no entró en el aleph de la red, no está. En los cuentos todo esto no está puesto en un instagrammer o un nativo digital, sino en gente que vivió la mitad de la vida con un pie en lo analógico y con el otro en las redes sociales. Que es un poco la historia de mi vida.

-¿Qué es lo más difícil de narrar la maldad?

-El desafío de narrar la maldad es que sea creíble y que tenga una apuesta estética con el lenguaje. No me interesa narrar la maldad por narrar la maldad; lo que quiero es que te guste como yo narro la maldad. Que te llegue como objeto artístico. La maldad no es ajena a ningún habitante de este mundo. La maldad ya estaba en los griegos, en los romanos; está en la historia, en el psicoanálisis, en cada acto en el que interfiere lo humano. No soy psicoanalista, ni antropólogo ni sociólogo; soy un escritor. Yo vengo de la poesía y me interesa que puedas decir: “qué lindo está contado una porquería semejante”. Uno de los cuentos icónicos de nuestra literatura, “El niño proletario” de (Osvaldo) Lamborghini, cuenta cómo tres niños de una clase social más aburguesada violan y matan al niño proletario. El cuento no pone ningún reparo moral. “El niño proletario” es una foto de la violencia; está tan bien escrito y con una fuerza magnética que ahí radica el verdadero valor. Lo mismo me pasaba con Lila. Lo importante no es narrar un femicidio. La realidad todos los días supera lo que yo pueda escribir. Lo importante es narrar la óptica de un femicida con una cadencia verbal que atrape.

-¿Por qué el sentimiento de culpa brilla por su ausencia en “Tu jardín salvaje”?

-La culpa es una de las grandes ausentes de nuestra época por un mecanismo de negación. Suprimir la culpa ha hecho que mucha gente tenga una capacidad de supervivencia muy grande. En tiempos de pandemia se requiere una gran empatía con el otro, un gran cuidado, para saber hasta dónde la responsabilidad de uno es también la libertad del otro. Todo el ADN que hace a lo humano está puesto bajo una lupa. La naturaleza no hace más que recordarnos lo vulnerable que somos como especie. No hay normalidades que se pierden y normalidades que se recuperan. Solo hay normalidades que se modifican. La vida no es una góndola donde todo se restituye. Hoy hay docentes que tienen problemas para hacerse respetar en un aula porque hay alumnos que tienen 500.000 seguidores en Instagram y no entienden cómo una persona que para ellos no existe en esa esfera es la que les va a dar una clase. Es muy difícil saber cómo puede operar la culpa cuando todo desaparece con la inmediatez de un algoritmo. El algoritmo que hace girar la rueda genera un mundo cada vez con menos contradicciones y con menos culpa. Hay una gran cobardía en las redes sociales y una gran fantasmagoría por la posibilidad de evaporarse. Eso hace que a la gente se le dé el rango de seguidor y no de persona.

-¿De qué modo impacta el algoritmo en la escritura literaria?

-La literatura de hoy parece escrita por un algoritmo. Yo tengo la impresión de que la producción de literatura en las redes la pudo haber escrito perfectamente el algoritmo. Si eso es bueno o malo para la literatura, no lo sé... todos escribimos el mismo libro, el gran libro universal, si se desdibujan los límites del autor. Las redes y los algoritmos llevaron a que la literatura tenga una gran disputa consigo misma, que es el rol de la palabra y al servicio de qué se la pone: si de la perdurabilidad o la inmediatez. Hay mucha literatura de la inmediatez que condensa el lenguaje. Todo tiene que ser escrito para poder ser leído en un colectivo a la velocidad de un tac, tac, tac. Uno no sabe lo que está haciendo y lo que está produciendo qué alcance puede tener. La pandemia es una gran lección en cuanto a la vulnerabilidad con la que vivimos y nos lleva cada vez a darle mayor entidad a esa fórmula del algoritmo, porque nos hacina en las casas y nos obliga a elegir muy bien con quiénes nos contactamos y con quiénes no y nos da la impresión de que el mundo que habitamos está en lo virtual y no en lo real. La literatura solo sobrevive en quienes la leen; el libro está circulando en la sociedad si está siendo leído y comentado por los otros. Hay un sistema de jerarquías que hoy está puesto en jaque y el desafío es ver hacia dónde va.