Promediando la década del 60, Isabel Allende llevaba una vida de ama de casa sin desesperaciones, hasta que un día, medio de sopetón, fue reclutada por una antigua amiga para hacer un escándalo, la revista Paula. Así empieza la miniserie Isabel, que cuenta en tres episodios la vida de la escritora más vendida en esta lengua. Se entrelaza su historia familiar con sus procesos de escritura y la forma en la que sus libros se empezaron a escribir a través de sus oídos: cuánto debe a los cuentos que le contaron de chica, las leyendas sobre el padre que la abandonó a los tres años, las mitologías y los rencores de su familia superpuestos en capas geológicas que Allende logró capitalizar en superventas. Asoma, como trasfondo, la historia política de Chile en los años 60, y los 70 en Venezuela: clasismo, patriarcado y vida cotidiana, todo filtrado a través de los ojos de las elites. Ya que, salvo por el periodo en el que estuvo exiliada, Allende se movió siempre entre un linaje aristocrático, cocktails, embajadas, giras primer nivel, y en los 90, su rancho estilo funcional, en Sausalito.

Isabel está ambientada con magia y nostalgia: en los coloridos sesenta, su protagonista se mueve con un auto al que le pintó margaritas con ayuda de sus hijos. Entre bambulas y pañoletas flúo, va de su casa de madera a la redacción pop de la revista Paula, desde donde escandaliza a las clases medias chilenas con su famoso “Reportaje a una mujer infiel”, sus columnas de humor, sus artículos sobre aborto, anticoncepción, trabajo sexual. El periodo de la Unidad Popular está contado en colores y con una psicodelia, que se vuelve paleta de grises con el golpe a Salvador Allende.

BIOGRAFIA AUTORIZADA

La serie rescata una personalidad que siempre se dijo feminista, ahora, cuando ese modo de mirar copa la televisión, la academia, las sobremesas. Sus creadores tomaron, lógicamente, aquello de la vida de Allende que más podría interesar por estos días. Y lo lograron. Además de contar lo que ha dicho una y otra vez en entrevistas, se dedican a detalles un poco menos conocidos como su labor de rescatar amigos y desconocidos a comienzos del pinochetismo, haciendo ella misma de puente al aeropuerto con su muy indiscreto vehículo floreado. También se muestra cómo tras el secuestro de sus hijos, que duró 24 horas, dejó su país.

En varios reportajes el productor de la serie subrayó lo importante que era el visto bueno de Isabel Allende en persona en las distintas instancias del guión y el rodaje. Esta forma de contar una biografía, tan autorizada, se inscribe en una tendencia sobre el modo en el que las celebridades deciden mostrar sus vidas, desde la serie sobre Luis Miguel hasta Miss Americana, sobre Taylor Swift, las dos made in Netflix

Isabel funciona: entretiene y hace llorar frente a la pantalla incluso a lxs de lágrima dura. La celebrity, eso es Allende a esta altura, supervisa la narración, administra sus verdades y su versión de los hechos, mientras quienes la miran tienen la sensación de acceder a su mundo íntimo.

La serie tiene muchos elementos del culebrón: el estereotipo de la mujer que es infiel porque está “desatendida”, y el drama anunciado, a través del recurso de una vidente que le anticipa el horror social que se viene y, más adelante, su gran tragedia personal. Pero también, hay muchos elementos que sorprenden: es una telenovela que no encaja en un esquema maniqueo. No hay malos a la vista, salvo por “los milicos”, que son de bruma. Se los nombra una y otra vez y hasta en un momento se los ve de lejos, de traje y anteojos negros. Pero son fundamentalmente gaseosos, como las apariciones que la acompañan, y como el recuerdo de su abuelo y su abuela, que después de muertos le fueron dictando al oído La casa de los espíritus, su novela más famosa.

ISABEL, LA PEOR DE TODAS

La "banal", la que vendió 72 millones de ejemplares, la chilena más traducida, la de las novelas para leer en la playa o en el micro, la acusada de plagiar a Gabriel García Marquez. ¿Oportunista post-boom o mártir? La verdad es que más allá de algún comentario en voz baja, esta telenovela no se mete en ese pantano. No se habla de cómo se administra el prestigio en la literatura, los mecanismos de legitimación, el reconocimiento de críticxs, colegas, lectorxs, mercados.

Antes que como una sacrificada, una incomprendida o una mujer con cabeza de bestseller, a Allende se la muestra como una vitalista, que cuando sintió la necesidad, por ejemplo, se alejó de su familia para ir detrás de un nuevo amor en Madrid, un episodio de su historia que la serie ni excusa ni desdibuja. En el centro están la búsqueda del deseo y todo lo que le costó su autonomía. También lo está su maternidad, una pieza de su vida que entra en cortocircuito con otras. Su trabajo contra el filo del deadline, amenazado por otras tareas, y no necesariamente como castigo por procastinadora.

De esa guerra entre crianza, otros trabajos y otros deseos; entre las fechas de entrega y los imperativos domésticos; ya hablaba en la revista Paula, que fue, como ha dicho Allende en entrevistas, una publicación osada con “un punto de vista muy feminista, que caía como patada en esta sociedad tan cerrada, católica, conservadora y machista. Allí hacía artículos de humor. Así podía decir lo que quisiera y hasta los hombres se reían”. Desde Paula señaló un modelo conservador, que ella misma padeció en Chile y que luego volvió a encontrar en clave tropical en Venezuela. El mismo modelo que la ponía a jugar carreras contra el tiempo, y cumplir con todo al trote, como perseguida por una prensa a punto de cerrársele encima. Mucho le dedica Isabel a esta encerrona. Quizás lo mejor de lo que muestra la serie es cómo esta Isabel resiste con lo que dice y con lo que hace a los discursos e imposiciones de cierto proselitismo materno, sin que esa convicción contradiga ni por un instante el amor por sus hijxs.