La realidad onírica es la vinculada a lo alucinado por cada uno de nosotros mediante la actividad simbólica, afectiva e inconsciente que se expresa en nuestros sueños. Durante la vigilia, restos de la actividad onírica pueden entremezclarse con la realidad racional diurna y generarnos sensaciones raras, místicas o incomprensibles.

El influjo de la realidad onírica suele prolongarse al despertarnos, o directamente puede despertarnos. De manera progresiva, va disminuyendo su influencia, hasta minimizarse, pero sin desaparecer en su totalidad, al tiempo que se va apoderando de nosotros la realidad diurna.

En el transcurso del día, es posible que irrumpa una forma denominada “ensoñación diurna”. La misma está referida a las fantasías de la vigilia, sobre las que tenemos un mayor control, y que suelen estar provocadas por los sucesos cercanos del ambiente o por estímulos internos.

Volviendo al momento del despertar, la perpetuación de nuestra realidad onírica como una especie de cuerpo extraño que persiste en lo mental dificulta por un tiempo que rearmemos nuestra identidad. En cambio, cuando logra imponerse en plenitud la lógica racional, nos reencontramos con nosotros mismos.

En la realidad onírica plena —es decir, la que se da mientras soñamos—, se suprimen momentáneamente la temporalidad y los condicionamientos lógico-racionales, y así se produce una especie de caricatura simbólica de la realidad diurna del sujeto, con significación inconsciente. Por tal motivo, el soñante queda agobiado o perplejo, a la vez que alienado en esa realidad que desconoce, dado que en tales condiciones se convierte en una “caja de resonancia” de sus asuntos inconscientes.

Una variante positiva de la influencia de la vida onírica sobre la lógica racional diurna se da cuando el ser humano está muy entusiasmado con algo muy significativo para sus ilusiones. En tal caso, luego de abolirse en forma parcial lo temporal, se re-unirían en ese exaltado momento prácticamente solo las referencias añoradas, lo cual generaría para el sujeto una dichosa caricatura de la realidad.

En semejantes condiciones, la estructura de un delirio gratificante se apodera del sujeto, quien goza de la feliz situación hasta que la creciente fuerza ordenadora de la lógica racional empieza a separar de nuevo los hitos delirantemente reunidos. Entonces, la posición mental eufórica e ideal comienza a ceder, y, por contraste, a veces le sobreviene al afectado un transitorio decaimiento.

Por lo general, los síntomas que tanto aquejan a los pacientes, en determinadas circunstancias, desaparecen; por un tiempo, liberan de su insidiosa presencia al afectado. Es bueno detectar que esos espacios de libertad subjetivos casi siempre coinciden con súbitos momentos de armonía, de paz interior o de alegría. Entonces podremos evaluar la dimensión de significación que existe siempre en el síntoma, y considerar que, cuando eventualmente aquella cambia, éste se desvanece, pierde su razón de ser. 

Es esto lo que busca la terapéutica, pero no de un modo fugaz, sino perdurable. Su objetivo, en pos de ese propósito, es la resignificación de los hitos fundamentales de la historia del paciente; de esta forma evita que lo que se inscribió en la mente del aquejado, durante su vida, se transforme en su siniestro, carcelario e inamovible destino.

 

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